MANUEL ANTONIO: EL POETA DEL MAR*
Hace muchos años, amábamos a dos poetas gallegos: Lois Amado Carballo, que había muerto demasiado joven en Pontevedra, y Manoel Antonio Pérez Sánchez. Durante años se nombraba así, Manoel, ahora ya en todos los libros figura como Manuel. Al primero lo había editado Xosé María Álvarez Blázquez en un volumen prologado por Xosé Luis Méndez Ferrín, y al segundo lo había rescatado Domingo García-Sabell. El médico y ensayista tuvo un golpe de fortuna. Atendió en sus últimos días a Purificación Sánchez, su madre, que le reveló que tenía su legado completo: varios libros inéditos (el más célebre de los publicados era De catro a catro, y había aparecido en 1928), sus numerosas cartas y otros escritos: prosas, traducciones de poetas extranjeros. García-Sabell accedió a ese material y lo publicó en Galaxia con un minucioso estudio previo en dos volúmenes: Poesías (1972) y Correspondencia (1979). El lector en castellano tiene al menos una edición bilingüe de su libro más importante: De catro a catro (Adonais, 1979), con traducción y prólogo de Miguel González Garcés. Y en gallego, además de la edición citada, recomendamos De catro a catro e outros textos (Xerais, 1989. Edición de Román Raña), A poesía de Manuel Antonio (La voz de Galicia, 1979. Edición de X. Ramón Pena) y la biografía, repleta de documentos, Manuel Antonio (Xunta de Galicia, 2000) de Xosé Luis Axeitos Agrelo, un brillante profesor que leyó en 1977 mis primeros poemas en castellano cuando yo quería ser como Vicente Aleixandre y leía Espadas como labios, La destrucción o el amor y Sombra del paraíso bajo los sauces llorones.
¿Por qué nos fascinaba tanto Manuel Antonio? Por su inaprensible personalidad, por su rebeldía, por el misterio que envolvió su vida. Nació en 1900 en Rianxo (A Coruña), la villa marinera del almirante Paio Gómez Charino, de Castelao y de su gran amigo Rafael Dieste. Huérfano desde los cuatro años su padre, dueño de una tienda de tejidos, murió de tuberculosis, su existencia transcurrió en Iria Flavia y Padrón, bajo la protectora sombra de un tío que era sochantre. Su madre barajó la posibilidad de que se hiciera sacerdote, pero con doce o trece años, Manuel Antonio le dijo que no quería serlo. Era inteligente, observador y callado, y suscitaba envidias entre algunos compañeros de curso; en más de una ocasión, eran los alumnos mayores los que salían en su defensa. Estudió en Compostela y pronto empezó a escribir. Él y otros dos amigos, en tiempos difíciles, abanderaron el gallego como lengua literaria. Como si les fuese la vida en ello.
En su primera juventud, su mayor ilusión era ingresar en los ejércitos de la I Guerra Mundial y combatir contra los alemanes. Incluso intentó atravesar la frontera, les dijo a los guardias que lo detuvieron: «Soy gallego y poeta», y lo enviaron al calabozo durante una semana como es natural. Tiempo después, mientras estaba en la Alameda de Santiago de Compostela, vio desfilar a soldados franceses, y comentó con nostalgia: «He estado a punto de usar ese uniforme».
Realizó estudios en la Escuela Oficial de Náutica de Vigo y en la Facultad de Filosofía y Letras de Santiago. Con su amigo Rafael Dieste, asistió a una conferencia definitiva de Vicente Risco sobre la civilización atlántica. Ambos jóvenes se quedaron estupefactos y contactaron con el viejo maestro. A partir de ahí, Manuel Antonio se afirmó en su vocación de poeta y se sumergió en los movimientos de vanguardia europeos. En 1922, con el pintor Álvaro Cebreiro, Manuel Antonio editó el manifiesto Máis alá, donde reclama una poesía nueva que huya del ruralismo y de las gastadas voces de Lamas Carvajal, Rosalía, Curros Enríquez o Pondal, y proclama la defensa y la necesidad del uso del gallego sin concesiones. El ataque a Valle-Inclán es furibundo. Le dice con cierta ingenuidad y fanatismo: «Madrid os precisa como personajes de su opereta». Cebreiro y Manuel Antonio remitieron el manifiesto a medio mundo, con la correspondiente traducción en inglés y francés. El creacionismo, con Vicente Huidobro a la cabeza, fue la estética que más le influyó y revistas como Alfar (fundada en 1920) y Ronsel (editó seis números en 1924) se convirtieron en los escenarios de las nuevas corrientes estéticas.
En 1926, comenzaron sus grandes navegaciones alrededor del mundo. Se enroló en el pailebote Constantino Candeeira. El año anterior había recibido varias puñaladas que le asestó otro marino o tal vez un matón, que estuvo a punto de costarle la vida. ¿El motivo? Manuel Antonio salió en defensa de una moza humillada en una romería en Abanqueiro. Durante dos años de travesías, compuso en las vigilias del marino su libro De catro a catro, que editó Nós con dibujos de Carlos Maside. El éxito fue modesto. Embrujado por el océano, allá seguía: se incorporó al buque holandés Gelria y viajó a Río de Janeiro, Pernambuco, Las Palmas, Montevideo o Buenos Aires. En esa época inició Sempre... e máis despois, y fundó un mítico lugar marino: Viladomar.
Efectuó nuevas singladuras en el pesquero Arosa. La dureza de las faenas sólo la aliviaba con la contemplación del mar: lo mira, lo sueña, y le extirpa imágenes, estados de ánimo, movimientos o luces. Su poesía está llena de descripciones del océano, de intuiciones náuticas, de imágenes casi abstractas o cinematográficas. Por entonces, reapareció una vieja sombra: Manuel Antonio, como su padre, había contraído la tuberculosis y escupía sangre a diario. Llevaba la enfermedad en secreto. Un estado general de abatimiento físico y psicológico lo caracterizaban: comía y vestía mal, fumaba constantemente en su cachimba y apenas contaba con dinero. Ya se sabía enfermo de muerte. Regresó a casa y falleció en la localidad de Asados, próxima a Rianxo. Era febrero de 1930 y aún no había cumplido los 30 años. Un lastimero sonido de gaita lo acompañó en su entierro y el mar despidió con rumor de embravecidas olas a su poeta preferido, al hombre que había sabido mirarlo mejor que nadie.
*Estamos en vísperas de lo que puede ser un gran día para Galicia. Cuando empezaba a descubrir la literatura en gallego di con un poeta que me gustó mucho: Manuel Antonio. Este texto apareció en "El sembrador de prodigios" (Certeza)...
¿Por qué nos fascinaba tanto Manuel Antonio? Por su inaprensible personalidad, por su rebeldía, por el misterio que envolvió su vida. Nació en 1900 en Rianxo (A Coruña), la villa marinera del almirante Paio Gómez Charino, de Castelao y de su gran amigo Rafael Dieste. Huérfano desde los cuatro años su padre, dueño de una tienda de tejidos, murió de tuberculosis, su existencia transcurrió en Iria Flavia y Padrón, bajo la protectora sombra de un tío que era sochantre. Su madre barajó la posibilidad de que se hiciera sacerdote, pero con doce o trece años, Manuel Antonio le dijo que no quería serlo. Era inteligente, observador y callado, y suscitaba envidias entre algunos compañeros de curso; en más de una ocasión, eran los alumnos mayores los que salían en su defensa. Estudió en Compostela y pronto empezó a escribir. Él y otros dos amigos, en tiempos difíciles, abanderaron el gallego como lengua literaria. Como si les fuese la vida en ello.
En su primera juventud, su mayor ilusión era ingresar en los ejércitos de la I Guerra Mundial y combatir contra los alemanes. Incluso intentó atravesar la frontera, les dijo a los guardias que lo detuvieron: «Soy gallego y poeta», y lo enviaron al calabozo durante una semana como es natural. Tiempo después, mientras estaba en la Alameda de Santiago de Compostela, vio desfilar a soldados franceses, y comentó con nostalgia: «He estado a punto de usar ese uniforme».
Realizó estudios en la Escuela Oficial de Náutica de Vigo y en la Facultad de Filosofía y Letras de Santiago. Con su amigo Rafael Dieste, asistió a una conferencia definitiva de Vicente Risco sobre la civilización atlántica. Ambos jóvenes se quedaron estupefactos y contactaron con el viejo maestro. A partir de ahí, Manuel Antonio se afirmó en su vocación de poeta y se sumergió en los movimientos de vanguardia europeos. En 1922, con el pintor Álvaro Cebreiro, Manuel Antonio editó el manifiesto Máis alá, donde reclama una poesía nueva que huya del ruralismo y de las gastadas voces de Lamas Carvajal, Rosalía, Curros Enríquez o Pondal, y proclama la defensa y la necesidad del uso del gallego sin concesiones. El ataque a Valle-Inclán es furibundo. Le dice con cierta ingenuidad y fanatismo: «Madrid os precisa como personajes de su opereta». Cebreiro y Manuel Antonio remitieron el manifiesto a medio mundo, con la correspondiente traducción en inglés y francés. El creacionismo, con Vicente Huidobro a la cabeza, fue la estética que más le influyó y revistas como Alfar (fundada en 1920) y Ronsel (editó seis números en 1924) se convirtieron en los escenarios de las nuevas corrientes estéticas.
En 1926, comenzaron sus grandes navegaciones alrededor del mundo. Se enroló en el pailebote Constantino Candeeira. El año anterior había recibido varias puñaladas que le asestó otro marino o tal vez un matón, que estuvo a punto de costarle la vida. ¿El motivo? Manuel Antonio salió en defensa de una moza humillada en una romería en Abanqueiro. Durante dos años de travesías, compuso en las vigilias del marino su libro De catro a catro, que editó Nós con dibujos de Carlos Maside. El éxito fue modesto. Embrujado por el océano, allá seguía: se incorporó al buque holandés Gelria y viajó a Río de Janeiro, Pernambuco, Las Palmas, Montevideo o Buenos Aires. En esa época inició Sempre... e máis despois, y fundó un mítico lugar marino: Viladomar.
Efectuó nuevas singladuras en el pesquero Arosa. La dureza de las faenas sólo la aliviaba con la contemplación del mar: lo mira, lo sueña, y le extirpa imágenes, estados de ánimo, movimientos o luces. Su poesía está llena de descripciones del océano, de intuiciones náuticas, de imágenes casi abstractas o cinematográficas. Por entonces, reapareció una vieja sombra: Manuel Antonio, como su padre, había contraído la tuberculosis y escupía sangre a diario. Llevaba la enfermedad en secreto. Un estado general de abatimiento físico y psicológico lo caracterizaban: comía y vestía mal, fumaba constantemente en su cachimba y apenas contaba con dinero. Ya se sabía enfermo de muerte. Regresó a casa y falleció en la localidad de Asados, próxima a Rianxo. Era febrero de 1930 y aún no había cumplido los 30 años. Un lastimero sonido de gaita lo acompañó en su entierro y el mar despidió con rumor de embravecidas olas a su poeta preferido, al hombre que había sabido mirarlo mejor que nadie.
*Estamos en vísperas de lo que puede ser un gran día para Galicia. Cuando empezaba a descubrir la literatura en gallego di con un poeta que me gustó mucho: Manuel Antonio. Este texto apareció en "El sembrador de prodigios" (Certeza)...
9 comentarios
Quim Llauger -
pepe -
castro -
Iria -
A.C. -
A García Sabell lo conocí en el Gran Hotel de Zaragoza y fue amable y encantador. Tiene textos realmente hermosos, pero creo que con Manuel Antonio, no sé por qué, se equivocó. Un abrazo, Gustavo. Y mil gracias por tu amabilidad constante.
gustavo -
Antonio -
¡Cuántos casos similares en el mundo de nuestra literatura!
A. C. -
gustavo -
En cuanto al legado de Manuel Antonio aun recuerdo las polemicas, que creo que aun existen, sobre el papel de Garcia Sabell.