SEVERINO PALLARUELO, PREMIO TRUCO-2005
EL AGRIMENSOR DE LAS ESTACIONES
Severino Pallaruelo (Puyarruego, Huesca, 1954) siempre nos sorprende. Siempre hemos admirado su pasión de naturalista, su cariño hacia el territorio y esa pulsión inmediata de hollarlo hasta sus últimas esquinas. En cualquier paraje desabrido, en un ibón casi inaccesible o en un vergel oculto, envuelto en el misterio, allí ha estado Severino Pallaruelo con sus cuadernos de notas, con su cámara fotográfica y sus lápices de colores, o sencillamente con un carboncillo. Su encomienda parece inequívoca: andar la tierra. Abrazar la flora y la fauna. Escuchar la melodía del viento y el silbo de las estaciones. Demorarse un instante, en un plantío, en un monte abajo o en los elevados apriscos para escuchar al campesino, al buhonero si aún quedasen o al pastor. Los pastores son un poco como sus hermanos del alma, sus cómplices en la morosa observación de la naturaleza: sitiados entre sus cabras y sus ovejas, resguardados por los canes, están ahí, al acecho, divisando la negritud de las nubes, el peine de los vientos, la hondura de las vaguadas. Pintan el paisaje en sus ojos: lo retienen, lo interiorizan y se sienten poseídos como los místicos. Como el propio Severino.
Recordamos aún el hechizo que nos produjo la aparición de su libro Pastores del Pirineo hacia 1987. Nos encantó la edición y el trabajo, bendecido por un golpe de azar: el estudioso encontró un manuscrito que narraba la historia real de un pastor con todos sus datos y su leyenda. El volumen traía otro agasajo esencial: reproducía una extensa porción de las fotos de pastores del farmacéutico oscense Ricardo Compairé, otro peregrino de la luz y la imagen en las montañas. Allí estaban los rabadanes con sus pellizas, haciendo instrumentos de música, de tertulia en las cumbres o siguiendo los caprichos de la manada. El imponente celaje paseaba idílicas nubes sobre sus cabezas.
No era aquel el primer libro de Pallaruelo. Ya había publicado la monografía de Las navatas, que en el fondo era un homenaje a su padre y a sus compañeros que se habían dejado media vida en la industria de las almadías, entre las aguas heladas y los troncos peregrinos, Viaje a los Pirineos misteriosos, compuesto con su propia caligrafía; aparecía Pirineos, tristes montes, un libro de relatos que tenía un claro débito con sus trabajos de campo y con las mil y un historias que le habían contado. Allí estaban las tragedias y las soledades de moradores sin demasiada fortuna: amores desgraciados, éxodos, traiciones y la dureza insoportable de una existencia a tumbos y sin fortuna del Altoaragón más sombrío, pródigo en supersticiones, en fantasmas y apariciones. Luego fue editando otros textos: sus guías de las Pirineos, sus cuadernos de la naturaleza (en Severino hay un poeta extasiado ante el paisaje: le extrae palabras, sensaciones, arrebatos de inspiración y recogimiento), sus monografías de Los Bardaxí de Graus, una saga familiar que se merecía más reconocimiento y eco no sólo en Aragón sino en toda España.
En Prames, con impresionante maquetación y diseño de Fernando Lasheras, Severino Pallaruelo publicaba uno de esos libros irrepetibles como es José, un hombre de los Pirineos, el relato pormenorizado de un pastor de La Mula: la vida cotidiana, sus hábitos, su conocimiento de la tierra, su identificación con las montañas y sus pastos, su fulgurante intuición ante el enigma. Severino, como un documentalista ejemplar, armado de cámara y de bolígrafo, registró minuciosamente sus experiencias. Recordaremos que sus fotos son realmente soberbias, casi todas en blanco y negro, son las estampas del matiz, las instantáneas de lo inadvertido, de lo intrascendente en apariencia pero en el fondo esencial, son las fotos del lugar de un hombre. José es un ilustrado a fuerza de convivir con la naturaleza, a fuerza de observación y pensamiento. Y Severino muestra una humildad, una curiosidad, un afán de entendimiento que constituyen su estética de etnógrafo, viajero y naturalista. Es el erudito estremecido por el hombre del pueblo, anónimo y sabio.
También ha publicado Comunidad de Calatayud (donde participan levemente otros autores), que no parecía ser su terruño predilecto. El resultado, como siempre, es honesto. Igual que su monumental Guía de Aragón con más de 500 páginas y 3000 fotos y acuarelas, de nuevo en Prames. Pallaruelo ha levantado planos, ha pintado paisajes, ha trazado caminos y ríos como si fuese un agrimensor que lleva al papel el país portátil que ha arrebatado a la realidad. Ha visto todo lo que cuenta, ha escrito casi todo lo que ve. Es el andarín de la tierra, el peregrino en su patria, el poeta que deambula y atrapa, en su vagar, las imborrables sensaciones de este pequeño solar de contrastes.
Severino Pallaruelo, autor de un espléndido estudio de Los molinos de Aragón, acaba de recibir el Premio Truco 2005 que concede el Festival de Música y Cultura Pirenaicas (PRI). Antes lo habían recibido La Ronda de Boltaña, Artur Blasco y Montxor Armendáriz. Este se nos antoja un galardón tan merecido o más.
Severino Pallaruelo (Puyarruego, Huesca, 1954) siempre nos sorprende. Siempre hemos admirado su pasión de naturalista, su cariño hacia el territorio y esa pulsión inmediata de hollarlo hasta sus últimas esquinas. En cualquier paraje desabrido, en un ibón casi inaccesible o en un vergel oculto, envuelto en el misterio, allí ha estado Severino Pallaruelo con sus cuadernos de notas, con su cámara fotográfica y sus lápices de colores, o sencillamente con un carboncillo. Su encomienda parece inequívoca: andar la tierra. Abrazar la flora y la fauna. Escuchar la melodía del viento y el silbo de las estaciones. Demorarse un instante, en un plantío, en un monte abajo o en los elevados apriscos para escuchar al campesino, al buhonero si aún quedasen o al pastor. Los pastores son un poco como sus hermanos del alma, sus cómplices en la morosa observación de la naturaleza: sitiados entre sus cabras y sus ovejas, resguardados por los canes, están ahí, al acecho, divisando la negritud de las nubes, el peine de los vientos, la hondura de las vaguadas. Pintan el paisaje en sus ojos: lo retienen, lo interiorizan y se sienten poseídos como los místicos. Como el propio Severino.
Recordamos aún el hechizo que nos produjo la aparición de su libro Pastores del Pirineo hacia 1987. Nos encantó la edición y el trabajo, bendecido por un golpe de azar: el estudioso encontró un manuscrito que narraba la historia real de un pastor con todos sus datos y su leyenda. El volumen traía otro agasajo esencial: reproducía una extensa porción de las fotos de pastores del farmacéutico oscense Ricardo Compairé, otro peregrino de la luz y la imagen en las montañas. Allí estaban los rabadanes con sus pellizas, haciendo instrumentos de música, de tertulia en las cumbres o siguiendo los caprichos de la manada. El imponente celaje paseaba idílicas nubes sobre sus cabezas.
No era aquel el primer libro de Pallaruelo. Ya había publicado la monografía de Las navatas, que en el fondo era un homenaje a su padre y a sus compañeros que se habían dejado media vida en la industria de las almadías, entre las aguas heladas y los troncos peregrinos, Viaje a los Pirineos misteriosos, compuesto con su propia caligrafía; aparecía Pirineos, tristes montes, un libro de relatos que tenía un claro débito con sus trabajos de campo y con las mil y un historias que le habían contado. Allí estaban las tragedias y las soledades de moradores sin demasiada fortuna: amores desgraciados, éxodos, traiciones y la dureza insoportable de una existencia a tumbos y sin fortuna del Altoaragón más sombrío, pródigo en supersticiones, en fantasmas y apariciones. Luego fue editando otros textos: sus guías de las Pirineos, sus cuadernos de la naturaleza (en Severino hay un poeta extasiado ante el paisaje: le extrae palabras, sensaciones, arrebatos de inspiración y recogimiento), sus monografías de Los Bardaxí de Graus, una saga familiar que se merecía más reconocimiento y eco no sólo en Aragón sino en toda España.
En Prames, con impresionante maquetación y diseño de Fernando Lasheras, Severino Pallaruelo publicaba uno de esos libros irrepetibles como es José, un hombre de los Pirineos, el relato pormenorizado de un pastor de La Mula: la vida cotidiana, sus hábitos, su conocimiento de la tierra, su identificación con las montañas y sus pastos, su fulgurante intuición ante el enigma. Severino, como un documentalista ejemplar, armado de cámara y de bolígrafo, registró minuciosamente sus experiencias. Recordaremos que sus fotos son realmente soberbias, casi todas en blanco y negro, son las estampas del matiz, las instantáneas de lo inadvertido, de lo intrascendente en apariencia pero en el fondo esencial, son las fotos del lugar de un hombre. José es un ilustrado a fuerza de convivir con la naturaleza, a fuerza de observación y pensamiento. Y Severino muestra una humildad, una curiosidad, un afán de entendimiento que constituyen su estética de etnógrafo, viajero y naturalista. Es el erudito estremecido por el hombre del pueblo, anónimo y sabio.
También ha publicado Comunidad de Calatayud (donde participan levemente otros autores), que no parecía ser su terruño predilecto. El resultado, como siempre, es honesto. Igual que su monumental Guía de Aragón con más de 500 páginas y 3000 fotos y acuarelas, de nuevo en Prames. Pallaruelo ha levantado planos, ha pintado paisajes, ha trazado caminos y ríos como si fuese un agrimensor que lleva al papel el país portátil que ha arrebatado a la realidad. Ha visto todo lo que cuenta, ha escrito casi todo lo que ve. Es el andarín de la tierra, el peregrino en su patria, el poeta que deambula y atrapa, en su vagar, las imborrables sensaciones de este pequeño solar de contrastes.
Severino Pallaruelo, autor de un espléndido estudio de Los molinos de Aragón, acaba de recibir el Premio Truco 2005 que concede el Festival de Música y Cultura Pirenaicas (PRI). Antes lo habían recibido La Ronda de Boltaña, Artur Blasco y Montxor Armendáriz. Este se nos antoja un galardón tan merecido o más.
4 comentarios
A.c. -
Miguel Mena -
A. C. -
Un abrazo.
Pepe Cerdá -
Has glosado en tus últimas dos entradas dos bellos libros de dos autores que son a la vez distintos e idénticos.
Salvando todas las distancias entre ambos los dos se acercan a las cuestiones de siempre de un modo nuevo, como con los ojos de un niño sabio. Creo que esto es lo único que se puede hacer honestamente en estos tiempos.
Coincido con lo dicho por tí en ambos.
Besos y abrazos.
Pepe.