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Antón Castro

EL TEMBLOR DE VIDA DE LOS ENFERMOS DE PARKINSON

EL TEMBLOR DE VIDA DE LOS ENFERMOS DE PARKINSON Desde hace algunos años rechazo siempre estar en jurados de premios literarios, pero siempre hay cosas a los que no puedes negarte. Por ejemplo a participar en el concurso “Cuéntanoslo con arte” que convoca la Federación de Parkinson, certamen que este año se presentó en Zaragoza. El fallo del premio me permitió conocer a un periodista que he admirado mucho: Pablo Lizcano, un entrevistador cercano, hondo y de buenas maneras, que era capaz de seducir y de manejar el ¿o no? como nadie. Es, desde hace años, el compañero de la escritora Rosa Montero. En narrativa, me sorprendió la calidad de los trabajos de gente que apenas puede coger en algún caso el bolígrafo o aporrear con sensibilidad y buenas historias el ordenador.

Ganó el premio Rosa Araújo Pérez que padece el Parkinson en la figura de su marido, al cual le dedicó elogios y un público cántico de amor. Ella es enfermera y él médico, pero desde hace algún tiempo ya no puede ejercer. Rosa ha escrito un estupendo cuento de amor, que transcurre en una librería y en torno a un libro, al que le sobra la parte final, un poco propagandística del sufismo, pero el texto funciona. No era mi favorito, pero cuando uno está en los jurados es bonito disentir.

El segundo premio, que era el que a mí más me gustaba, lo escribió una mujer de Zaragoza, Carmen Sánchez Pastor, una señora dulce y cariñosa que tiene una modesta legión de admiradoras y de amigas que le profesa cariño. Su texto es otra historia de amor de alguien que establece relaciones más o menos imaginarias, aunque eso no lo sabe el lector, hasta las últimas páginas. El texto se llama “En busca de paz”, y esa paz es la paz del dolor y la paz del amor. Hablé con Carmen y, dentro de esa fragilidad que el destino le ha regalado por sorpresa, he visto una mujer alerta y sensible que estaba encantada con su premio y con el cariño que recibía. Y el tercer premio, el más divertido, una auténtica creación literaria repleta de humor y de ingenio, fue para el leridano Manuel García Ortega. En él la enfermedad se evidencia con auténtico dolor, casi con ostentación: en sus temblores, en la dificultad para andar, en el nerviosismo, en el pálpito de la emoción. Él cuenta la historia de un ciudadano que entrega unos papeles en hacienda, y en uno de ellos va un poema. Para recuperar ese papel deberá litigar. En Hacienda, le dicen, jamás ha ocurrido nada tan bonito, nada tan singular.

La pieza es muy convincente, parecía realismo fantástico o delirante, pero Manuel García Ortega explicó que no había tenido que inventar nada: todo le había ocurrido tal como lo contaba, lo cual abona esa vieja teoría, cada vez más unánime, que dice lo más inverosímil, el mejor escenario de sueños y delirios es la propia realidad. Había piezas curiosas que sucedían en un pueblo castellano, un cuento chino muy estilizado, una suerte de viaje iniciático a través de la selva preñado de referencias eróticas, recuerdos de la infancia, viajes en el tiempo, espléndidas descripciones casi clínicas de la enfermedad…
Manuel García Ortega me regaló y me dedicó un poemario: “Romance de Juan Vera”, una edición de autor en cuatro tiempos donde aborda los años posteriores a la Guerra Civil cuando se va formando su personalidad y su sensibilidad. Le prometí a Manuel García Ortega, andaluz jienense nacido en 1939, que iba a colocar aquí alguno de sus textos, y pongo este fragmento:

La lluvia, desde febrero,
Ha regado bien los campos,
Y el río con su vientre lleno
Es mucho más que regato.
Baja el agua en su cuenco
Mojando al fibroso cáñamo
Y mece al juncar erecto
Que crece verde y lozano.

Y este:

Dueño de moras tan finas,
De aquel sauce, de los olmos,
Del cortijo Las Encinas,
De las cañas, del rastrojo,
De cien fanegas de olivas,
Del choperal y de los chopos
Es un doctor en medicina
Al que llaman don Alfonso.

Condujo el acto la periodista Ana Aísa, suave e inteligente, invitó a hablar a los premiados, cosa que no se había hecho antes, y estuvieron presentes Miguel Gargallo, el concejal algo abatido por el conflicto de Villamayor, Carlos Guinovart, presidente de la Fundación, y Javier Colás (en la foto), representante de la empresa que patrocina el premio, la Fundación Medtronic.

El fallo de arte, en cuyo jurado formaban el sumiller y artista Jesús Solanas y el fotógrafo Julio Foster, fue para Raúl Vicente Maiorano y la niña Anna Hidalgo, de doce años, que pintó un bodegón de la mesa de su casa. Su padre, enfermo de Parkinson, no dejó de hacerle fotos con lágrimas en los ojos. Luego, hablamos un instante y me dijo: “Ella es quien mejor me entiende. En el futuro me ha dicho que quiere ser escritora y ya casi tiene acabada una novela. Se la mandaré por e-mail”.

1 comentario

Anónimo -

A Manuel García Ortega
que con tal tino escribió
el "Romance de Juan Vera"
mi mayor admiración.
Y le animo a que prosiga
su literaria labor
sin que le dolor pueda nunca
con ese gran corazón...