"ELLAS" DE RAFAEL NAVARRO
LA CALIGRAFÍA DE LA LUZ SOBRE EL CUERPO*
Rafael Navarro es un fotógrafo que se ha hecho a sí mismo. Hubo un momento en que se percató de que el reportaje no era su camino, que palidecía de timidez ante la contundencia de la realidad, y decidió inventar una nueva: estableció una correspondencia entre lo que le palpitaba dentro, lo que le estremecía, y lo que detectaba fuera. Sometió esa realidad inventada al rigor de la belleza, a la caligrafía de la luz que en él es como un lápiz que levanta orografías, que esculpe montes, llanuras y vaguadas en cualquier objeto. En el paisaje presentido, en el cuerpo humano, en la piel vívida de una mujer tendida o desenvuelta en su hermosura.
El cuerpo femenino y su piel son una referencia permanente, es el objeto de deseo del hombre, del ojo y del objetivo. Durante treinta años, Rafael Navarro ha vuelto a él sin repetirse: se ha zambullido en la sangre invisible, en las membranas de la vida, en esa piel sacudida por el aire, por la mirada, por la desnudez rotunda, esa piel que rebosa texturas y suscita una atracción inevitable. Su grandeza entonces al elegir uno de los temas eternos de la fotografía, y de la pintura, es su punto de vista que se define por la elegancia, por la sinfonía de luz y de sombra que matiza la entrega, por la transparencia absoluta y por la composición. Rafael Navarro destaca no sólo por su técnica refinada, medida por intuición y oficio (el sistema de zonas lo lleva en el alma o en la retina, que es lo mismo), sino por la exactitud con que atrapa la beldad y, sobre todo, por la originalidad de transformar un cuerpo en un paisaje, en un río, en un latido de músculos con alma, en un temblor de misterio y sensualidad.
Ha convertido esas formas del cuerpo en una melodía de sensaciones, en un estudio y en una consumación, en una teoría combinatoria de secuencias, instantes, emociones y de imágenes para siempre que se transforman en planos y curvas, en promesas de paraíso, en amaneceres o crepúsculos que pugnan por vencer la irresistible fuerza del horizonte. Unas nalgas que asoman como erizados volcanes o un cuerpo desmayado, del que se levanta una mata de bosque en el centro del pubis, adquieren otra dimensión: la tersura de las estaciones, la tentación de la carne que es metáfora de la mirada, veneración y ascenso al placer. Muchos de estos hallazgos ya los plasmó en mediados de los 70 en Formas y Evasiones. En la primera serie rozaba la abstracción: la piel dialoga con la sombra y el encuadre es determinante. En Evasiones el cuerpo aparece desdibujado, borroso, como una fuerza natural en proceso de gestación y de definición. Volvió a retomar aquellas intuiciones en 1996, dos décadas después.
El paisaje es otro de sus asideros. Se manifiesta de diferentes maneras. Tal vez una de las más felices sea esa película en imágenes que tanto le atrae al fotógrafo. Como si fuese un cineasta, un pintor como Brueghel el Viejo o un compositor de piezas fugaces pero intensas, Rafael Navarro construye historias, y las arma con detalles mínimos, con leves mudanzas de plano, de actitud de los objetos (el hombre /la mujer y la exuberante naturaleza) y con toda la fuerza de la luz. Un ejemplo entre muchos es El árbol de la libertad: el árbol y la vida, el árbol y el desnudo, el árbol y la mujer que se acerca, observa, llega y desaparece. Y regresa tras una metamorfosis que nos ha sido vedada. Ahí retorna el artista esencial, el poeta de la contención, la paciencia del soñador secuencial: la sugerencia máxima con lo mínimo, el artista conceptual que propone mundos que están en él y en el campo, a vista de pájaro, a vista de águila que acecha.
Rafael Navarro es un artista clásico y moderno. Ha sabido armonizar sus dos o tres direcciones estéticas: la del observador de desnudos y paisajes y la del creador contemporáneo que investiga las formas y no teme a la abstracción ni a la geometría ni a la extremada delgadez del gesto. No las teme, no: las ensalza.
*Este es el texto que acaba de recibir en Milán mi tocayo Antón Castro, director del Instituto Cervantes en Milán, que prepara una exposición sobre "Ellas" de Rafael Navarro para los próximos meses.
Rafael Navarro es un fotógrafo que se ha hecho a sí mismo. Hubo un momento en que se percató de que el reportaje no era su camino, que palidecía de timidez ante la contundencia de la realidad, y decidió inventar una nueva: estableció una correspondencia entre lo que le palpitaba dentro, lo que le estremecía, y lo que detectaba fuera. Sometió esa realidad inventada al rigor de la belleza, a la caligrafía de la luz que en él es como un lápiz que levanta orografías, que esculpe montes, llanuras y vaguadas en cualquier objeto. En el paisaje presentido, en el cuerpo humano, en la piel vívida de una mujer tendida o desenvuelta en su hermosura.
El cuerpo femenino y su piel son una referencia permanente, es el objeto de deseo del hombre, del ojo y del objetivo. Durante treinta años, Rafael Navarro ha vuelto a él sin repetirse: se ha zambullido en la sangre invisible, en las membranas de la vida, en esa piel sacudida por el aire, por la mirada, por la desnudez rotunda, esa piel que rebosa texturas y suscita una atracción inevitable. Su grandeza entonces al elegir uno de los temas eternos de la fotografía, y de la pintura, es su punto de vista que se define por la elegancia, por la sinfonía de luz y de sombra que matiza la entrega, por la transparencia absoluta y por la composición. Rafael Navarro destaca no sólo por su técnica refinada, medida por intuición y oficio (el sistema de zonas lo lleva en el alma o en la retina, que es lo mismo), sino por la exactitud con que atrapa la beldad y, sobre todo, por la originalidad de transformar un cuerpo en un paisaje, en un río, en un latido de músculos con alma, en un temblor de misterio y sensualidad.
Ha convertido esas formas del cuerpo en una melodía de sensaciones, en un estudio y en una consumación, en una teoría combinatoria de secuencias, instantes, emociones y de imágenes para siempre que se transforman en planos y curvas, en promesas de paraíso, en amaneceres o crepúsculos que pugnan por vencer la irresistible fuerza del horizonte. Unas nalgas que asoman como erizados volcanes o un cuerpo desmayado, del que se levanta una mata de bosque en el centro del pubis, adquieren otra dimensión: la tersura de las estaciones, la tentación de la carne que es metáfora de la mirada, veneración y ascenso al placer. Muchos de estos hallazgos ya los plasmó en mediados de los 70 en Formas y Evasiones. En la primera serie rozaba la abstracción: la piel dialoga con la sombra y el encuadre es determinante. En Evasiones el cuerpo aparece desdibujado, borroso, como una fuerza natural en proceso de gestación y de definición. Volvió a retomar aquellas intuiciones en 1996, dos décadas después.
El paisaje es otro de sus asideros. Se manifiesta de diferentes maneras. Tal vez una de las más felices sea esa película en imágenes que tanto le atrae al fotógrafo. Como si fuese un cineasta, un pintor como Brueghel el Viejo o un compositor de piezas fugaces pero intensas, Rafael Navarro construye historias, y las arma con detalles mínimos, con leves mudanzas de plano, de actitud de los objetos (el hombre /la mujer y la exuberante naturaleza) y con toda la fuerza de la luz. Un ejemplo entre muchos es El árbol de la libertad: el árbol y la vida, el árbol y el desnudo, el árbol y la mujer que se acerca, observa, llega y desaparece. Y regresa tras una metamorfosis que nos ha sido vedada. Ahí retorna el artista esencial, el poeta de la contención, la paciencia del soñador secuencial: la sugerencia máxima con lo mínimo, el artista conceptual que propone mundos que están en él y en el campo, a vista de pájaro, a vista de águila que acecha.
Rafael Navarro es un artista clásico y moderno. Ha sabido armonizar sus dos o tres direcciones estéticas: la del observador de desnudos y paisajes y la del creador contemporáneo que investiga las formas y no teme a la abstracción ni a la geometría ni a la extremada delgadez del gesto. No las teme, no: las ensalza.
*Este es el texto que acaba de recibir en Milán mi tocayo Antón Castro, director del Instituto Cervantes en Milán, que prepara una exposición sobre "Ellas" de Rafael Navarro para los próximos meses.
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manuel garcia ortega -
Anónimo -