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Antón Castro

MANUEL TORRES, EL EXPRESO DE LA BANDA

Al mediodía, por la calle Cádiz, suele pasear un hombre enjuto, simpático, con cara de pícaro sin malicia cuando se ríe. A mediados de los años 50, casi tan flaco como ahora, y veloz como la centella, era conocido como “El expreso de la banda”. Manuel Torres fue casi un precursor: antes de que en el fútbol se pusiesen de moda los laterales que se afanan en buscar el campo contrario y la última línea, Torres corría como un gamo, esperaba el balón del medio Villegas y allá se iba, flecha en el viento, lanza enloquecida que habrá de volver. Torres busca el silencio del piso inferior de su tienda de moda y refleja su perfil en el espejo. Extrae algunos recuerdos: una instantánea con su camiseta del Real Zaragoza, y una historia del Real Madrid, donde posa junto a su amigo Alfredo Di Stefano (solía decirle: “che, mañico”), tras haber conquistado la segunda Copa de Europa ante la Fiorentina.

“Nací en Teruel, señor, en abril de 1930 en una familia de panaderos. Mi primer recuerdo es de cuando entraron los aviones y empezaron a bombardear. Teruel estaba rodeado por el ejército republicano y nos evacuaron hacia Segorbe primero, y luego hacia Valencia. Éramos ocho hermanos; cuando se produjo aquel revuelo desaparecieron muchas familias completas. Aquello fue terrible para un niño de poco más de siete años: pisábamos un suelo de cadáveres y en el barrio de San Julián vi a un hombre con la boca abierta y con un tiro en la frente. Nunca he podido olvidar esa imagen: va y viene a mi cabeza como una pesadilla. Y además estaban las grandes y duras nevadas. Los niños teníamos un miedo horrible: nos metíamos en la cueva”. La familia se marchó en un camión con sus vástagos y dos tías monjas que se habían quitado los hábitos para escapar de la muerte. Pese a todo, los Torres no tuvieron demasiada mala suerte en su éxodo: hicieron pan en el frente republicano en Valencia y así nunca les faltó ni aceite ni azúcar ni trigo o maíz. Manuel recibía clases en casa de sus tías y jugaba en la calle al fútbol con pelotas de trapo como panes que hacía con los paños de cocina de su madre y los cordeles o cintas de los sacos terreros.

De regreso en Teruel no pudo escapar del colegio. Culminó sus estudios en La Salle, trabajó en la panadería paterna y descubrió que, a pesar de sus escasos 51 kilos, tenía madera de futbolista. A la vez que acudía a ver los toros, su tío era conserje de la plaza y le invitó a ver a Manolete, su pasión y su obsesión era el balompié. El equipo local jugaba en Tercera y debía trasladarse a lugares bastante lejanos. Destacaba en cualquier demarcación, “era bastante rapidillo, sí”, y el ex jugador de “Los Alifantes”, Primitivo Villacampa, Primo, sería testigo directo de su progresión. Torres fichó por el Manchego de Ciudad Real y jugó allí tres o cuatro campañas, hasta que su nombre empezó a aparecer en los periódicos deportivos. Ora lo pretendía el Rayo; ora le había ofrecido un contrato el Betis. De nuevo Primo decidió poner las cosas en su sitio. Le dijo: “No se comprometa con nadie. Se va a venir conmigo a Zaragoza”. Torres le respondió: “¿Sabe lo que le digo? No conozco Zaragoza y la quiero conocer”. En la campaña, 53/54, Manuel Torres se convirtió en el defensa derecho de los blanquillos que militaban en Segunda División, y formó una retaguardia mítica con Yarza o Lasheras, en el arco, y Alustiza y Bernad en la zaga. Tres años después el equipo subía a Primera División y el Real Madrid, que se batía en varios frentes, solicitó la incorporación de Torres para jugar la Copa de Europa en 1957. “Fui muy bien acogido. Gento, con el que había tenido algunos duelos, me respetaba. El mejor era Di Stefano, pero también estaba Kopa o Mateos. Ganamos la Copa de Europa. Me pasó algo muy curioso: yo ya había jugado en la Liga con el Zaragoza y no podía hacerlo con el Madrid. Sin embargo, una tarde me habían convocado y de repente me dice Santiago Bernabéu: ‘Torres, salga a jugar’. No ocurrió nada: nadie impugnó el partido”.

Tras aquel periodo de medio año entre los mejores (acarició la selección), Torres regresó al Real Zaragoza, donde culminó una trayectoria ejemplar de nueve temporadas y más de 100 partidos en la máxima categoría. Se casó con Angelita Buendía en 1957. Apenas cuatro temporadas después, se retiraba. Le reclamaban algunos negocios de moda que había heredado su esposa. “Teníamos un equipo de maravilla. Enrique Yarza era excepcional, tenía unos reflejos tremendos. Pasmaba a cualquiera, se lo aseguro. Y cuando yo empezaba a marcharme llegó Carlos Lapetra. ¿Qué voy a decirle de Estiragués? Salíamos al campo y miraba a todos los jugadores rivales. De repente se quedaba mirando a uno de ellos. ‘¿A quién miras, Manu?’. ‘A ese cabrón que me ha caído mal’. Y se iba detrás de él toda la tarde”.

Ya era “El expreso de la banda” y ya había librado épicas batallas con Gainza, Czibor, Eulogio Martínez o Gento. Su secreto no admite engaños: “Me gustaba mucho subir, pero me lo censuraban mucho. Mi secreto era la preparación física. Vivía del fútbol y me cuidaba al máximo. En este deporte no se pierden las facultades, sino los reflejos: vas tarde y recibes la patada del contrario”. A los 31 años, en absoluta plenitud, Manuel Torres dejó el fútbol y abrió con su esposa una tienda de ropa. Es un hombre sencillo, afable y activo: no ha dejado de levantarse, de moverse, de remedar sus gestos del ayer. Quizá porque está seguro de que el fútbol le ha dado una vida completa y mítica, y no pretende ya nada más.

*Todos los días, al pasar por la calle Cádiz, me encuentro con Manuel Torres, "el expreso de la banda". Ahora ya no se acuerda apenas de que hace no demasiado tiempo me contó su historia en el sótano de su tienda de ropa. Encuentro este texto por ahí, lo retoco algo y lo cuelgo, a modo de homenaje al Real Zaragoza.

2 comentarios

Luis Jesús Rodríguez Buendía -

Que grande era como futbolista y que grande es como persona mi tío Manolo.

Un abrazo y un beso muy grande de tu sobrino y gracias a autor por sus palabras.

Arturo -

Tengo la sensación de haber ido una tarde al cine...que bonito