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Antón Castro

ADIÓS AL ENAMORADO DE ZARAGOZA: GERARDO VALLÉS

ADIÓS AL ENAMORADO DE ZARAGOZA: GERARDO VALLÉS Los escritores menores a veces también tenemos nuestro público. A veces, de la nada, surge alguien que te saluda y confiesa que sigue tus libros, tus artículos de prensa. Y acabas descubriendo que esa persona de la que sabes poco es como tu ángel tutelar. Cuando estás aborrecido, te sientas fracasado o un inútil, cuando percibes que tus textos salen más bien mediocres, de repente aparece él para darte ánimos. Y lo hace como mejor sabe: diciendo en recepción que sólo quería saludarte un instante, sugiriéndote un artículo sobre los nuevos tilos de la ciudad o contándote la increíble historia de la ballena que fue exhibida en Zaragoza. Hace algunos años, el jefe de talleres Florencio Nogués, que seguía jugando al fútbol de central rebasado los 50 años, me dijo que sin yo saberlo tenía un amigo, deportista también y observador de la vida, zaragozano acérrimo y curioso infinito, que seguía todo cuanto yo escribía y que lo mejor que podía hacerle era tomar un café con él. Acudía a todas mis presentaciones, me corregía con dulzura, me daba ideas, y lo hacía siempre con tal educación, con tal cariño, que Gerardo Vallés era casi como mi protector inadvertido, un talismán contra el abatimiento, ese lector al que jamás habrías querido decepcionar.

Nunca supe demasiado de él. Sí sabía que tenía muchos libros, que coleccionaba folletos, que tenía una hermana (en realidad, según me dijo Florencio Nogués, era su prima heremana) y que amaba Zaragoza hasta la médula. Le gustaban las pequeñas cosas de la ciudad, las calles con sus nombres y sus incidencias, las efemérides, los personajes que la habían habitado, la música, el teatro, el deporte. Todo le entusiasmaba y la suya era una sabiduría nada ostentosa, labrada día a día, minuto a minuto, en los periódicos, en las tertulias, en la televisión o en la radio. Recuerdo que un día, tras haber escuchado algunas canciones de Schubert, vino a verme, entraba como de puntillas, y me traía varios libros sobre los árboles de Zaragoza. “Creo que tendrías que escribir un artículo sobre la historia de los tilos, que es el nuevo hermano del Paseo”. Y cuando publiqué aquel texto –recibí muchas cartas de gente que me decía que en la ciudad había muchos más tilos de los que yo presumía-, él fue el primero en llamarme.

He recibido muchos gestos de cariño de Gerardo Vallés. Incluso discutía a menudo con Florencio Nogués, que siempre es más duro conmigo, sobre todo porque es un atentísimo lector de prensa. El otro día, con esa sinceridad para la que me ha preparado a lo largo de los años, me dijo: “He leído tu último libro, pero tiene demasiados nombres. Me ha gustado mucho más el libro del Mena, que tiene dos piezas maravillosas: la historia del ferrocarril y lo que dice de su hijo. Es estremecedor. Tú, en cambio, cada día escribes peor, mucho peor”. No tenía argumentos para contradecirlo.. Gerardo Vallés fue la primera persona que se dio cuenta de que el jefe de talleres del que hablo en “Una conversación imposible con Cela” era él. Se lo dijo a bocajarro. “Ese tan bruto del que habla ahí tienes que ser tú, Florencio”. Y Florencio, que es adorable a pesar de su rudeza, de esa falsa brutalidad que tanto le gusta usar, le dijo: “Es cierto. Yo le dije eso el día que fue incapaz de llenar tres páginas con una entrevista a Cela. Le pregunté: ´¿No cree que debería usted dedicarse a otra cosa?’”.

Gerardo Vallés se quedó huérfano de madre pronto. Trabajó durante muchos años en Deportes Muñoz y era un asiduo del Stadium. Jamás se quedaba a comer con sus amigos. Siempre volvía a casa después de hacer su ejercicio, pero el pasado viernes se quedó a comer. Y esa misma noche, hacia las tres de la mañana, falleció de un infarto. Tenía 69 años. Se fue con la discreción que había usado en la vida. Lo vi hace dos o tres semanas en “Heraldo”: vino a saludarme, no quería nada. Sólo verme. Y me preguntaba por mis hijos, y me contaba cosas que había descubierto: la casa de un escritor, la demolición de la casa del poeta, el libro de Marín Bagüés de García Guatas, un artículo sobre Cavia que lo había impresionado. Se fue y volvió al cabo de quince minutos con “El sembrador de prodigios” en la mano. Me dijo: “Al final he podido comprarlo. Con éste ya son por lo menos quince o dieciséis los libros tuyos que tengo”.

Ayer me llamó Florencio Nogués para decírmelo. Para decirme que mi amigo Gerardo Vallés, aquel lector constante, aquel sabio de Zaragoza y alrededores, acababa de fallecer. Cierro un instante los ojos y oigo la voz ligeramente aflautada que me dice: “Mi cuadro favorito de Marín Bagüés es el de la jota. ¿Sabes que yo lo conocí? Lo vi una vez en la plaza de Los Sitios cuando yo era poco más que un chaval. Jamás lo podré olvidar”.

Igual me va a pasar a mí con Gerardo Vallés, aquel caballero de letras que aparecía a cualquier hora para darte ánimos y para preguntarte: “¿Cómo puede un gallego querer tanto a esta tierra?”. Tampoco lo voy a olvidar fácilmente.

P.D. Gerardo, si fueses capaz de leer el ordenador desde el más allá, sabe que la música de fondo, mientras te recuerdo, es la de “Os amores libres” de Carlos Núñez. Un día me pediste en la calle Canfranc o Bilbao que te cantase aquello de: “A muller que é caladiña,// e non di mal de ninguén// canto más baixiña mira, // cantos máis amores ten”.

6 comentarios

Pablo -

Fernando Elboj sólo es un edil incompetente, como tantos, pero es el edil con la cara más triste de España (que no la más dura). Y la tiene así desde siempre,
antes, incluso, de que Antón comenzase a escribir sobre él. ¡No vaya a ser que ahora, al zagal le entre el "remordimiento" y se nos deprima! ¡Que conste en acta!

Anónimo -

haces la mejor literatura de aragón, aun cuando te sales del tiesto, como al atacar obsesivamente al alcalde de huesca(sólo es un edil).

rafa -

¿cómo puede querer tanto un gallego a esta tierra ... y tanto a su gente? cada día te leo con más ganas.

A.C. -

Gracias a los dos, Javier y Cide.

Cide -

últimamente escribes unos artículos estupendos. Es una lástima que tenga que haber tanto obituario entre ellos.

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Por cierto ¿Cómo se te ocurre decir que eres un escritor menor? ¿Quién decide quién es un artista menor? No me ha gustado nada esa expresión, me ha sonado a ránking de ventas. Pregúntale a la gente que realmente te importa si tú eres un escritor menor o no.

Javier -

A Gerardo Vallés le podía la impaciencia de verte escribir un gran libro, que llegará cuando pase este tiempo de cambio y tu mente quede fascinada por otros mundos.
Un fuerte abrazo