DIÁLOGO CON MARTÍN GODOY
No pienso mucho mi pintura. Soy intuitivo. Tengo un proceso: hago fotografías, muchas, y luego selecciono. Parto de una de ellas, la proyecto y la voy depurando, y así salen mis obras. Soy un artista figurativo. Realizo una especie de síntesis e intento contar cosas. En ese modo de operar, de quitar elementos, de aquilatar la composición y el dibujo, surge un clima o una atmósfera de misterio, pero no pongo demasiado empeño en lograrlo, explica Fernando Martín Godoy (Zaragoza, 1975) que expone una selección de catorce obras en la galería Pepe Rebollo: sus habituales paisajes exteriores, objetos y dos retratos, uno de ellos un autorretrato en tonos rojos. El día de la inauguración, el pasado miércoles, ya se habían vendido todos los cuadros. No es que hubiese tongo ni nada parecido: era como si la gente quisiera verme y tener obra mía, explica.
Martín Godoy confiesa que le interesa mucho el renacimiento, el barroco, todo ese periodo de intensa inspiración mística. Tengo que citar nombres como Caravaggio, Ribera, Zurbarán, Velázquez. Me atrae mucho la presencia de lo sobrenatural que se refleja a través de la luz natural en los objetos, pero ya sé que parezco más norteamericano. Siempre que se habla de su producción se cita a Edward Hopper, que es un pintor más narrativo y anecdótico, y metafísico, y suele ubicar a un personaje o varios en el paisaje o en sus interiores. Sí, Hopper es como mi referencia maldita, pero mi obra sigue otro camino. En algunos objetos aquí me acerco más a Giorgio Morandi. La pintura es mi pasión y a mí sólo me interesan los grandes cuadros, aquellos que llegan al corazón. Y a mí me sucede, por ejemplo, con El jardín de las delicias de El Bosco, El coloso de Goya, el Retrato de una niña de Velázquez, que es un pintor increíble, con Lucian Freíd, Holbein, Brueghel. Son artistas cuyos cuadros hablan por sí solos. A mí no me interesa el discurso teórico ni me creo en la obligación de tenerlo. Ni soy un psicólogo ni un psiquiatra. Pinto sin darme respiro, casi con un ritmo de hiperactivo, y necesito todo el día para hacerlo.
Fernando Martín Godoy trabaja en acrílico sobre lienzo o en tabla entelada, por su versatilidad, porque le permite hacer veladuras, porque se seca rápido y porque puede ser tan cálido como el óleo. No utiliza bocetos, mi boceto ya es la foto misma, pero a mí no me importa proyectar o calcar, que es algo que hacían Goya, Durero, Velázquez o el propio Leonardo. Hay gente que piensa que calcar es un demérito, como si luego pintar fuese fácil. Me impresionó mucho el libro de David Hockney, El conocimiento secreto, donde dice que un artista siempre tiene un aura de autenticidad o de magia. De chamán. La técnica está sobrevalorada, es importante, pero porque sabes hacer luego algo más. Creo en el talento, en la conciencia, en la inspiración. Yo elijo imágenes que me cautivan, siento que la luz me llama.
Fernando Martín Godoy ha abandonado la ilustración, ha realizado varios libros con Gonzalo Moure, e intenta concentrarse por entero en la pintura. Ampliamente galardonado, ahora prepara exposiciones en Artesles y la galería Siboney, de Cantabria, y el año que viene expondrá en el Torreón Fortea.
Martín Godoy confiesa que le interesa mucho el renacimiento, el barroco, todo ese periodo de intensa inspiración mística. Tengo que citar nombres como Caravaggio, Ribera, Zurbarán, Velázquez. Me atrae mucho la presencia de lo sobrenatural que se refleja a través de la luz natural en los objetos, pero ya sé que parezco más norteamericano. Siempre que se habla de su producción se cita a Edward Hopper, que es un pintor más narrativo y anecdótico, y metafísico, y suele ubicar a un personaje o varios en el paisaje o en sus interiores. Sí, Hopper es como mi referencia maldita, pero mi obra sigue otro camino. En algunos objetos aquí me acerco más a Giorgio Morandi. La pintura es mi pasión y a mí sólo me interesan los grandes cuadros, aquellos que llegan al corazón. Y a mí me sucede, por ejemplo, con El jardín de las delicias de El Bosco, El coloso de Goya, el Retrato de una niña de Velázquez, que es un pintor increíble, con Lucian Freíd, Holbein, Brueghel. Son artistas cuyos cuadros hablan por sí solos. A mí no me interesa el discurso teórico ni me creo en la obligación de tenerlo. Ni soy un psicólogo ni un psiquiatra. Pinto sin darme respiro, casi con un ritmo de hiperactivo, y necesito todo el día para hacerlo.
Fernando Martín Godoy trabaja en acrílico sobre lienzo o en tabla entelada, por su versatilidad, porque le permite hacer veladuras, porque se seca rápido y porque puede ser tan cálido como el óleo. No utiliza bocetos, mi boceto ya es la foto misma, pero a mí no me importa proyectar o calcar, que es algo que hacían Goya, Durero, Velázquez o el propio Leonardo. Hay gente que piensa que calcar es un demérito, como si luego pintar fuese fácil. Me impresionó mucho el libro de David Hockney, El conocimiento secreto, donde dice que un artista siempre tiene un aura de autenticidad o de magia. De chamán. La técnica está sobrevalorada, es importante, pero porque sabes hacer luego algo más. Creo en el talento, en la conciencia, en la inspiración. Yo elijo imágenes que me cautivan, siento que la luz me llama.
Fernando Martín Godoy ha abandonado la ilustración, ha realizado varios libros con Gonzalo Moure, e intenta concentrarse por entero en la pintura. Ampliamente galardonado, ahora prepara exposiciones en Artesles y la galería Siboney, de Cantabria, y el año que viene expondrá en el Torreón Fortea.
3 comentarios
violetta -
saludos
chus tudelilla -
Anónimo -