JAN POTOCKI Y SU "MANUSCRITO ENCONTRADO EN ZARAGOZA"
Si hay un escritor raro en la historia de la literatura, ése es Jan Potocki (1761-1815). Y esa misma extrañeza envolvió y envuelve a su libro más célebre: El manuscrito encontrado en Zaragoza, que empezó a bosquejar en torno a 1797. Entre 1804 y 1805 aparecieron unas pruebas de imprenta en San Petersburgo, pero hubo que esperar algunos años para que pudiese hablarse de ese texto y de un libro; en 1809, se publicaron fragmentos en alemán. Cuando se suicidó en 1815, el viajero, político y conspirador, científico y arqueólogo Jan Potocki, dejó muchos textos inéditos. Se relata una historia que parece inventada: cuando estalló la Revolución Bolchevique en 1917, se constató el rescate de una biblioteca que salió del país a lomos de una mula: pasó por Odessa, llegó a Marsella y París, y finalmente la colección arribó a una casona señorial en el medio de la Pampa. Un librero francés, un tal Plantureux, conoció este episodio y buscó la biblioteca y los papeles, que correspondían a Potocki. Años después, en 1958, el escritor Roger Caillois ordenó los materiales y logró publicar las catorce primeras jornadas de este Decamerón polaco, escrito bajo la protección del zar.
Jan Potocki realizó varias visitas por España. Unos dicen que dos, y otros tres. José Luis Cano, que fue el primer traductor al español, primero para una revista y luego para Alianza, habló de dos. En la última y tercera, según cuenta César Aira, que defiende una ulterior estancia, visitó el taller de Goya y Vicente López. El artista de Fuendetodos le hizo seguramente dos retratos, aunque hay uno que da la vuelta al mundo y figura en la vasta colección de cuadros atribuidos al maestro. Se sabe con certeza que estuvo en Barcelona, Madrid y Andalucía, que era una de sus pasiones, hasta el punto de que lucía sombrero andaluz, escribió el libro Los gitanos de Andalucía (fue estrenado y representado en el castillo de Enrique de Prusia en 1794), frecuentó los tablaos flamencos y era un admirador entusiasta de las mujeres morenas del sur. En ningún sitio consta que estuviese en Zaragoza: hay vagas alusiones a sus tránsitos que podrían sugerir su permanencia episódica, pero nadie se atreve a decirlo a pesar de que la advertencia de su libro empieza así: Participé del asedio a Zaragoza en mi carácter de oficial del ejército francés. Pocos días después de la toma de la ciudad, caminando por un barrio un tanto apartado, encontré una pequeña casa bastante bien construida, que en un primer momento creí no visitada por ningún francés.
Quien nos habla bajo el artificio del manuscrito encontrado es Alfonso van Worden, capitán al servicio de Felipe V, que constituye uno de los personajes claves de este libro de libros, de este manantial de relatos, de este retrato entre pintoresco, fantástico y escrupulosamente realista de aquella España, en la que Potocki se sumerge en 1809, si hacemos caso de la nota portical. A este personaje lo conocíamos bien porque es una figura clave de las catorce jornadas publicadas hasta ahora, pero su protagonismo se mantiene en mayor o menor medida en las jornadas rescatadas por el descubridor de la edición completa del libro: el italiano René Radizzani, que lo editó en 1989. Las nuevas ediciones, de Valdemar y de Pre-Textos, recogen 66 jornadas y cerca de mil páginas en letra más bien pequeña.
¿Qué es, qué quiere ser Manuscrito encontrado en Zaragoza? Siempre se ha dicho que el punto de referencia de partida debió ser El Decamerón de Giovanni Boccaccio. O los Cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer, y quizá remotamente Las mil y una noches. En la primera jornada se dice: En ese punto Zibbedea volvió a interrumpir a su hermana y le dijo.... Es fácil detectar homenajes, coincidencias, esa misma pulsión por contar, ese gusto por narrar desde un lugar enigmático como Sierra Morena, con su inquietante topografía: Venta Quemada, la posada de los Alcornoques, las orillas del Guadalquivir, el árbol de los bandidos ahorcados, que entran y salen en la ficción como si formasen parte de la realidad y del espanto. Como si fuesen aparecidos. En otro lugar, se habla del empeño como una historia de aparecidos. En la Venta Quemada se reúnen las gentes y cuentan las historias de sus vidas o episodios laterales siempre en primera persona, con un estilo eficaz, rápido, seco, con una retórica justa, y un clima que no aburre jamás.
El libro tiene algo de laberinto constante, de clima sorprendente. En la primera jornada, asistimos a una levísima escena lésbica entre dos hermanas, Emina y Zibbedea, capaces de compartir un marido para las dos y de amar a un cristiano, y asistimos a un hecho inesperado: Alfonso goza del amor, duerme profundamente y amanece entre los dos ahorcados. Esa escena es toda una premonición o un aviso a navegantes. El travestismo y la homosexualidad están presentes a lo largo de la novela. Aquella España, que se debatía entre la exaltación romántica de los viajeros extranjeros y la invasión napoleónica, tenía muchos perfiles. Potocki se zambulle en ellos para desvelarlos. Los personajes cuentan y no acaban. Disfrutan recreando su existencia. A veces no les basta una sola jornada: el autor mezcla dos historias, las alterna y ambas avanzan con gran fuerza durante varios episodios. Así es todo el conjunto: está lleno de intuiciones y de sabiduría de autor, de tensión, de deslumbramiento estilístico, de personajes extraordinarios, de modernidad narrativa, de apuesta por eso que ahora está tan de moda como es la fragmentariedad.
Citaremos algunos porque de paso citamos la materia que se relata. Ahí está el endemoniado Pacheco, cordobés, amante de su madrastra, enamorado de la hermana de éste, que tiene alguna vinculación con la banda del bandido Zoto, cuyos hermanos Cicio y Momo son los colgados. En ese ámbito es lógico que se hable de una posada invadida de fantasmas, y que veamos que las dos hermanas Camila e Inesilla no son ajenas del todo al hecho esotérico (también participan de escenas lésbicas y de tríos amorosos), de goces infames, de ahorcados. Ahí están el blasfemo Landulfo de Ferrara o la impresionante historia de Rebeca, que es un cuento de terror gótico y de amores imposibles con Zulima y el joven mulato Tanzai; la muchacha gitana frecuenta a los semidioses, se refleja en los espejos y mantiene una relación inquietante con su hermano, que es un estudioso de las ciencias exactas.
En este capítulo de presencias científicas, no nos podemos dejar fuera al geómetra Pedro Velázquez, para el cual su padre sueña otros destinos. Sin embargo, su pasión por la geometría y la ciencia le lleva a inventar la ley del binomio y otros sistemas matemáticos. Su padre le quería enviar a la muelle vida cortesana y una de sus tías deseaba seducirle con malas artes. Se relata la historia del Judío Errante, que ocupa distintas jornadas, la de María de Tormes, la del jefe de los gitanos Pandesowne, pero también hay historias de inquisidores, de peregrinos malditos, de pesadillas, de anacoretas y demonios, cabalistas, magos, mujeres increíbles, forajidos, aventureros, políticos.
Es un libro que abarca todos los géneros. Y que es audaz incluso en el tratamiento del plagio: existen personajes que al recrear su historia están copiando textos ajenos, se basan en historiadores, cronistas, escritores. Potocki imita a Plinio el viejo, con lo cual se prueba que la intertextualidad ya estaba aquí. A Potocki lo copiaron muchos, entre ellos Charles Nodier, que no lo ha citado. Y la atmósfera general es más bien terrible, de apariciones y crímenes y disputas, de amoríos e inmoralidad, de brujería y pillaje, de esoterismo y de feroz realismo, de duende constante, de luchas más o menos soterradas entre judíos, moros y cristianos.
Las dos ediciones recientes son espléndidas. Presentan ligeras variaciones en la traducción. La de Valdemar ha sido vertida por Mauro Armiño (traductor, entre otros, de Rosalía de Castro y de Marcel Proust), y la de Pre-Textos por César Aira, que recoge la iniciativa de otro gran escritor argentino, José Bianco, responsable de la traducción que publicó Minotauro por vez primera en 1990 y que reeditó recientemente. Estamos, sin duda, ante uno de los libros más fascinantes de las letras universales, que lleva este título feliz: Manuscrito encontrado en Zaragoza. La lástima es que la acción no transcurra entre nosotros porque de hacerlo hubiese colaborado decididamente en nuestro imaginario aragonés.
Jan Potocki realizó varias visitas por España. Unos dicen que dos, y otros tres. José Luis Cano, que fue el primer traductor al español, primero para una revista y luego para Alianza, habló de dos. En la última y tercera, según cuenta César Aira, que defiende una ulterior estancia, visitó el taller de Goya y Vicente López. El artista de Fuendetodos le hizo seguramente dos retratos, aunque hay uno que da la vuelta al mundo y figura en la vasta colección de cuadros atribuidos al maestro. Se sabe con certeza que estuvo en Barcelona, Madrid y Andalucía, que era una de sus pasiones, hasta el punto de que lucía sombrero andaluz, escribió el libro Los gitanos de Andalucía (fue estrenado y representado en el castillo de Enrique de Prusia en 1794), frecuentó los tablaos flamencos y era un admirador entusiasta de las mujeres morenas del sur. En ningún sitio consta que estuviese en Zaragoza: hay vagas alusiones a sus tránsitos que podrían sugerir su permanencia episódica, pero nadie se atreve a decirlo a pesar de que la advertencia de su libro empieza así: Participé del asedio a Zaragoza en mi carácter de oficial del ejército francés. Pocos días después de la toma de la ciudad, caminando por un barrio un tanto apartado, encontré una pequeña casa bastante bien construida, que en un primer momento creí no visitada por ningún francés.
Quien nos habla bajo el artificio del manuscrito encontrado es Alfonso van Worden, capitán al servicio de Felipe V, que constituye uno de los personajes claves de este libro de libros, de este manantial de relatos, de este retrato entre pintoresco, fantástico y escrupulosamente realista de aquella España, en la que Potocki se sumerge en 1809, si hacemos caso de la nota portical. A este personaje lo conocíamos bien porque es una figura clave de las catorce jornadas publicadas hasta ahora, pero su protagonismo se mantiene en mayor o menor medida en las jornadas rescatadas por el descubridor de la edición completa del libro: el italiano René Radizzani, que lo editó en 1989. Las nuevas ediciones, de Valdemar y de Pre-Textos, recogen 66 jornadas y cerca de mil páginas en letra más bien pequeña.
¿Qué es, qué quiere ser Manuscrito encontrado en Zaragoza? Siempre se ha dicho que el punto de referencia de partida debió ser El Decamerón de Giovanni Boccaccio. O los Cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer, y quizá remotamente Las mil y una noches. En la primera jornada se dice: En ese punto Zibbedea volvió a interrumpir a su hermana y le dijo.... Es fácil detectar homenajes, coincidencias, esa misma pulsión por contar, ese gusto por narrar desde un lugar enigmático como Sierra Morena, con su inquietante topografía: Venta Quemada, la posada de los Alcornoques, las orillas del Guadalquivir, el árbol de los bandidos ahorcados, que entran y salen en la ficción como si formasen parte de la realidad y del espanto. Como si fuesen aparecidos. En otro lugar, se habla del empeño como una historia de aparecidos. En la Venta Quemada se reúnen las gentes y cuentan las historias de sus vidas o episodios laterales siempre en primera persona, con un estilo eficaz, rápido, seco, con una retórica justa, y un clima que no aburre jamás.
El libro tiene algo de laberinto constante, de clima sorprendente. En la primera jornada, asistimos a una levísima escena lésbica entre dos hermanas, Emina y Zibbedea, capaces de compartir un marido para las dos y de amar a un cristiano, y asistimos a un hecho inesperado: Alfonso goza del amor, duerme profundamente y amanece entre los dos ahorcados. Esa escena es toda una premonición o un aviso a navegantes. El travestismo y la homosexualidad están presentes a lo largo de la novela. Aquella España, que se debatía entre la exaltación romántica de los viajeros extranjeros y la invasión napoleónica, tenía muchos perfiles. Potocki se zambulle en ellos para desvelarlos. Los personajes cuentan y no acaban. Disfrutan recreando su existencia. A veces no les basta una sola jornada: el autor mezcla dos historias, las alterna y ambas avanzan con gran fuerza durante varios episodios. Así es todo el conjunto: está lleno de intuiciones y de sabiduría de autor, de tensión, de deslumbramiento estilístico, de personajes extraordinarios, de modernidad narrativa, de apuesta por eso que ahora está tan de moda como es la fragmentariedad.
Citaremos algunos porque de paso citamos la materia que se relata. Ahí está el endemoniado Pacheco, cordobés, amante de su madrastra, enamorado de la hermana de éste, que tiene alguna vinculación con la banda del bandido Zoto, cuyos hermanos Cicio y Momo son los colgados. En ese ámbito es lógico que se hable de una posada invadida de fantasmas, y que veamos que las dos hermanas Camila e Inesilla no son ajenas del todo al hecho esotérico (también participan de escenas lésbicas y de tríos amorosos), de goces infames, de ahorcados. Ahí están el blasfemo Landulfo de Ferrara o la impresionante historia de Rebeca, que es un cuento de terror gótico y de amores imposibles con Zulima y el joven mulato Tanzai; la muchacha gitana frecuenta a los semidioses, se refleja en los espejos y mantiene una relación inquietante con su hermano, que es un estudioso de las ciencias exactas.
En este capítulo de presencias científicas, no nos podemos dejar fuera al geómetra Pedro Velázquez, para el cual su padre sueña otros destinos. Sin embargo, su pasión por la geometría y la ciencia le lleva a inventar la ley del binomio y otros sistemas matemáticos. Su padre le quería enviar a la muelle vida cortesana y una de sus tías deseaba seducirle con malas artes. Se relata la historia del Judío Errante, que ocupa distintas jornadas, la de María de Tormes, la del jefe de los gitanos Pandesowne, pero también hay historias de inquisidores, de peregrinos malditos, de pesadillas, de anacoretas y demonios, cabalistas, magos, mujeres increíbles, forajidos, aventureros, políticos.
Es un libro que abarca todos los géneros. Y que es audaz incluso en el tratamiento del plagio: existen personajes que al recrear su historia están copiando textos ajenos, se basan en historiadores, cronistas, escritores. Potocki imita a Plinio el viejo, con lo cual se prueba que la intertextualidad ya estaba aquí. A Potocki lo copiaron muchos, entre ellos Charles Nodier, que no lo ha citado. Y la atmósfera general es más bien terrible, de apariciones y crímenes y disputas, de amoríos e inmoralidad, de brujería y pillaje, de esoterismo y de feroz realismo, de duende constante, de luchas más o menos soterradas entre judíos, moros y cristianos.
Las dos ediciones recientes son espléndidas. Presentan ligeras variaciones en la traducción. La de Valdemar ha sido vertida por Mauro Armiño (traductor, entre otros, de Rosalía de Castro y de Marcel Proust), y la de Pre-Textos por César Aira, que recoge la iniciativa de otro gran escritor argentino, José Bianco, responsable de la traducción que publicó Minotauro por vez primera en 1990 y que reeditó recientemente. Estamos, sin duda, ante uno de los libros más fascinantes de las letras universales, que lleva este título feliz: Manuscrito encontrado en Zaragoza. La lástima es que la acción no transcurra entre nosotros porque de hacerlo hubiese colaborado decididamente en nuestro imaginario aragonés.
5 comentarios
Gustavo Betancur -
Fausto Ribadeneira -
deivid -
luquemartin -
Me pareció una historia muy fantastica y me animó a buscar el libro y leerlo.
Personalmente creo que entronca la escritura de este libro, con los estudios de Eslava Galán sobre la buúsqueda que por la zona de Jaén algunos visonarios ha hecho de la mesa de Salomón. Pero bueno esto solo son conjeturas.
un abrazo, desde Sevilla
luquemartin
Cide -
Es curioso que cuando se habla de autores de un siglo distinto del 20, se dice que sus puntos de partida, sus fuentes son grandes clásicos como "Las mil y una noches" o el "Decamerón". Me parece que se ha perdido esa concepción atemporal de la literatura. Mi madre cuenta que en su escuela de posguerra sólo tenían La Biblia, El Quijote, El Buscón y algún libro de Galdós queno recuerda bien. Ésas eran lecturas de la época.
Quizá el siglo XXI sea un buen siglo para leer ese "Manuscrito encontrado en Zaragoza".