DE NOCHE Y AL ALBA, CON RAY CARVER
Un escritor que no me gusta mucho como Eduardo Mendoza recordaba el otro día lo importantes que son las lecturas y las relecturas para un escritor. Alimentan su trabajo, excitan su inspiración, le ayudan a tomar impulso. Llevo algunos días desvelándome y amaneciendo con Short cuts (Vidas cruzadas) (Anagrama) de Raymond Carver, que es un escritor sin retórica y que cumple al máximo uno de los principios de Anton Chejov: lo más importante de un cuento es la historia que no se cuenta, la que está por debajo de lo que se dice. Es un escritor de lo perturbador cotidiano, en cada gesto o en cada palabra o en cada silencio se agazapa un polvorín, un incendio; pensemos en ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?. Esta mañana me ha dejado estupefacto, más que conmovido, esa obra maestra, más bien terrible, que rara vez puede componer un escritor con hijos: Parece una tontería, la historia de un pastel, de un niño arrollado por un coche, de una llamada de teléfono a deshora, de unos padres impotentes, de una ansiedad final casi cómica en su patetismo. No tiene nada que ver, pero en su agria y desesperada melancolía, en su desasosiego interior, me ha hecho pensar en Siempre hay un perro al acecho de Ignacio Martínez de Pisón.
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