ROBERT CAPA: OJO AL ACECHO, CORAZÓN CERCANO
Robert Capa fue definido en 1939, por el editor de Life, como el mejor fotógrafo de guerra del mundo. El elogio no parecía gratuito. Ya había estado en la guerra de España en el frente de Teruel y Madrid, en Barcelona, en el frente de Aragón- y había captado a los hombres en la retaguardia, alimentándose bajo la lluvia, alzando los brazos en signo de victoria en medio de un campo de cereal. Se había fijado en los rostros de los niños, en los gestos asombrados ante los aviones que están a punto de arrojar las bombas e incluso había sido testigo de la muerte en directo del miliciano Federico Borrel García en Cerro Muriano (Córdoba), una foto que dio la vuelta al mundo. Era la primera vez que se captaba con tanta vividez el instante decisivo de la muerte de un hombre en combate.
Esa foto ha sido analizada una y mil veces, para unos es real, para otros es un montaje, incluso el mismo Robert Capa que era un gran fabulador y quiso ser escritor en algún instante de su vida- contribuyó a sembrar la confusión en torno a ella porque la explicó varias veces y siempre de forma diferente. Parece ser que el fotógrafo estuvo haciendo tomas en la trinchera en un lapso de treguas con tanto estruendo, es decir, con tiros al aire, que escandalizó al ejército nacional, y Federico Borrell fue abatido por sorpresa. Se pasó de la guerra teatralizada a la muerte en directo. Esa es la versión más probable.
Capa cuyo verdadero nombre era André Friedmann, húngaro- murió en Indochina un 25 de mayo de 1954, hace algomás de medio siglo. En todos estos años, se multiplicó su leyenda, su valor, su sentido de la solidaridad y su inequívoco pacifismo. Y además, su hermano Cornell Capa cuidó y editó un archivo espeluznante que mostraba su estancia en Copenhague, donde captó a un joven y entusiasta Trotsky, en París, en la Guerra Civil española, en China, en Nápoles entre cascotes y heridos, en la toma de París, en México (igual que hizo su amigo Cartier-Bresson), Sillicon Valley (junto a Gary Cooper y su amigo Ernest Hemingway, el escritor decía siempre que le daba mala suerte), a los países del Este y finalmente a Japón y a Indochina, donde falleció en un campo sembrado de minas antipersonas.
Nos gusta recordarlo aquí, en Huesca, en Zaragoza, en Teruel, porque estuvo en nuestros paisajes, con nuestros paisanos. Captó, por ejemplo, el avance de un puñado de hombres con una tanqueta entre bancales en una toma con una gran profundidad de campo, en Fraga, en las afueras de la ciudad y aunque no prometió como Orwell- que volvería a tomar un café al coso oscense, en su archivo hay muchas fotos de la provincia. Captó la imagen más inmortal del viaducto en medio de los escombros, la nieve asesina en un otoño de muertes inmortales. Fotos para siempre: una iconografía de la memoria contra el olvido.
Robert Capa no sólo fue un documentalista de prensa. Fue un personaje simpático y seductor, amigo del juego y de las mujeres, del alcohol y de la buena vida. Amó locamente a Gerda Taro, que fue quien inventó al prestigioso fotógrafo norteamericano Capa que acaba de instalarse en París (embuste que dio un gran resultado); cuando ella murió en Brunete, Capa decidió renunciar a cualquier atadura. Ingrid Bergman lo amó durante casi tres años y le ofreció un paraíso en vida junto a ella cuando era una de las actrices más hermosas del mundo, pero Capa no se atrevió a casarse. Fue de aquí para allá, de mujer en mujer, de puerto en puerto, de guerra en guerra, sin perder el olfato: le interesaban los seres humanos y su dolor y su emoción, jamás fotografiaba a los muertos y casi nunca a los heridos. Nos dejó la estampa de la esperanza, frustrada, y nos legó la vida atropellada de un tipo demasiado humano que no ambicionó jamás ser genio y, sin embargo, lo fue. Genio y figura de leyenda.
Esa foto ha sido analizada una y mil veces, para unos es real, para otros es un montaje, incluso el mismo Robert Capa que era un gran fabulador y quiso ser escritor en algún instante de su vida- contribuyó a sembrar la confusión en torno a ella porque la explicó varias veces y siempre de forma diferente. Parece ser que el fotógrafo estuvo haciendo tomas en la trinchera en un lapso de treguas con tanto estruendo, es decir, con tiros al aire, que escandalizó al ejército nacional, y Federico Borrell fue abatido por sorpresa. Se pasó de la guerra teatralizada a la muerte en directo. Esa es la versión más probable.
Capa cuyo verdadero nombre era André Friedmann, húngaro- murió en Indochina un 25 de mayo de 1954, hace algomás de medio siglo. En todos estos años, se multiplicó su leyenda, su valor, su sentido de la solidaridad y su inequívoco pacifismo. Y además, su hermano Cornell Capa cuidó y editó un archivo espeluznante que mostraba su estancia en Copenhague, donde captó a un joven y entusiasta Trotsky, en París, en la Guerra Civil española, en China, en Nápoles entre cascotes y heridos, en la toma de París, en México (igual que hizo su amigo Cartier-Bresson), Sillicon Valley (junto a Gary Cooper y su amigo Ernest Hemingway, el escritor decía siempre que le daba mala suerte), a los países del Este y finalmente a Japón y a Indochina, donde falleció en un campo sembrado de minas antipersonas.
Nos gusta recordarlo aquí, en Huesca, en Zaragoza, en Teruel, porque estuvo en nuestros paisajes, con nuestros paisanos. Captó, por ejemplo, el avance de un puñado de hombres con una tanqueta entre bancales en una toma con una gran profundidad de campo, en Fraga, en las afueras de la ciudad y aunque no prometió como Orwell- que volvería a tomar un café al coso oscense, en su archivo hay muchas fotos de la provincia. Captó la imagen más inmortal del viaducto en medio de los escombros, la nieve asesina en un otoño de muertes inmortales. Fotos para siempre: una iconografía de la memoria contra el olvido.
Robert Capa no sólo fue un documentalista de prensa. Fue un personaje simpático y seductor, amigo del juego y de las mujeres, del alcohol y de la buena vida. Amó locamente a Gerda Taro, que fue quien inventó al prestigioso fotógrafo norteamericano Capa que acaba de instalarse en París (embuste que dio un gran resultado); cuando ella murió en Brunete, Capa decidió renunciar a cualquier atadura. Ingrid Bergman lo amó durante casi tres años y le ofreció un paraíso en vida junto a ella cuando era una de las actrices más hermosas del mundo, pero Capa no se atrevió a casarse. Fue de aquí para allá, de mujer en mujer, de puerto en puerto, de guerra en guerra, sin perder el olfato: le interesaban los seres humanos y su dolor y su emoción, jamás fotografiaba a los muertos y casi nunca a los heridos. Nos dejó la estampa de la esperanza, frustrada, y nos legó la vida atropellada de un tipo demasiado humano que no ambicionó jamás ser genio y, sin embargo, lo fue. Genio y figura de leyenda.
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Javier -