CUENTOS DE MARTÍN MORMENEO / 9
La joven profesora de Griego y Latín apareció al crepúsculo en la estancia ideal de una casa de piedra. Pronto se adueñó de la situación: poseía una sonrisa franca, tan segura de su melodía como confiada en sus matices; exhibía una conversación fácil, una luz interior que parecía un don. Y luego estaba el rostro: la mirada chispeante de gracia, los pómulos que parecían estar casi encendidos, tal vez rusientes, como tostados en la Barceloneta. Había por allí, sobre la mesa, una foto familiar de antaño, de una década atrás: no parecía la misma. El tiempo había demudado su color, los días habían multiplicado su encanto. Tan cambiada estaba que nadie se atrevió a preguntar: ¿Y tú, cuál eres?. Uno de los tres visitantes era fotógrafo e, inadvertidamente, le robó una foto. De vuelta a casa, al parar en una taberna de carretera, dijo: Yo soy, de los tres, el único que no podrá olvidarla. Mostró la toma en su cámara digital. Era espléndida: las mejillas parecían amasadas con fuego y pulpa de cerezas. Otro de ellos, sin ostentación, corrigió: No sé que te diga. Y alargó una tarjeta que ponía: Sara Orleáns Rivas. Profesora de Lenguas clásicas. Clases particulares. C. Rosellón
6 comentarios
A.C. -
Roberto Zucco -
Anónimo -
Anónimo de Pastriz -
Martín Mormeneo -
No sé si puede hacerse sin ostentación.
Quizá deba decirle que el tercero de los visitantes había concertado una cita con ella dos días después en Huesca, donde vivían sus padres.
Él era nieto, o algo así decía, de León Abadías el pintor; ella, sobrina nieta de una novia fugaz de Sender en Zaragoza...
Un abrazo.
Cide -