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Antón Castro

EVOCACIÓN DE ÁNGEL CRESPO DESDE CALACEITE

EL REFUGIO HECHIZADO DE LAS PALABRAS

Ángel Crespo y Pilar Gómez Bedate volvieron de Puerto Rico hacia 1987, tras 21 años de ausencia. Se instalaron en Barcelona en un piso más bien reducido. El poeta y traductor no soportaba tener sus libros, sus apuntes, sus infinitos papeles y sus obras de arte en cajas. Pronto le dijo a su mujer que su sueño era tener una espaciosa casa en un pueblo. Durante algún tiempo buscaron una residencia alternativa en algún lugar de Cataluña, pero no encontraron nada que les gustase lo suficiente. Por entonces, se presentó en su domicilio el poeta y traductor Didier Coste, que había vertido al francés algunos poemas de Crespo y que era profesor en California, pero además poseía una casa en Calaceite y era el director de la Fundación Noesis, donde había organizado ciclos literarios. Pilar Gómez Bedate, profesora de literatura y traductora de Mallarme, Primo Levi y Giovanni Boccacio, entre otros, se los encontró a los dos, a Ángel y a Didier, hablando muy amigablemente.

Didier le recordó al poeta manchego que había buena comunicación entre Barcelona y Calaceite, y le invitó a visitar el pueblo turolense. Agregó: “En Calaceite, hay casas buenas, vacías y en venta”. Pilar Gómez Bedate recuerda que en sus viajes en tren con su marido, éste comentaba cómo le gustaban los pueblos aragoneses, por su paisaje, por el color rojizo de sus tierras, por su aspecto antiguo, cuando no medieval. Didier, antes de marcharse, dijo que él conocía a un maestro de obras que podría hacer una buena restauración. “Nosotros añorábamos la vida en un pueblo. Ángel llegó a decirme que si no pasaba los últimos años de su vida en uno de ellos, se consideraría un fracasado”.

El hallazgo de un nuevo paraíso
Decidieron aceptar la invitación de Coste. Tomaron el autobús, y cuando vieron los pueblos del Matarraña y del Maestrazgo, comprobaron que “era la luz de nuestra tierra, el cielo, el aire más seco. Al principio, Calaceite nos pareció un pueblo de posguerra, pero luego nos encantó. Fuimos a la Fundación Noesis, y Didier Coste tenía una de esas animadas tertulias con gente del pueblo: albañiles, camareros, agricultores. Estaba muy enraizado en Calaceite. Vimos varias casas que nos gustaron, y acabamos eligiendo la primera, la más amplia. Consultamos con el maestro de obras, y la compramos”. Al poco tiempo, cosa que ignoraban entonces, descubrieron que allí había una auténtica colonia de amigos de Barcelona que tenía una segunda residencia en Calaceite: los pintores Romà Vallès, Rafols Casamada y su mujer Maria Girona, el escultor y pintor Fernando Navarro, el editor y poeta Antoni Mari...

El alcalde Fernando Latorre acogió muy bien a la pareja. Despejadas algunas incógnitas sobre los nuevos vecinos, los paisanos de Calaceite los recibieron con los brazos abiertos: les llevaban fruta y verdura. Ángel y Pilar se instalaron definitivamente hacia 1990: moraban allí, en la calle Enrufa, desde Semana Santa hasta finales de agosto, y buena parte del mes de diciembre. “A Ángel le encantaba vivir aquí. Salía a pasear por los campos de olivos, hablaba con los paisanos. En cierto modo, recuperamos nuestros veranos románticos de niños; los suyos de Ciudad Real, los míos de Zamora. Disfrutábamos con la nieve, con las nieblas. En cierto modo, en Calaceite encontramos un tiempo mítico. Ángel, que acababa de publicar su libro ‘Ocupación del fuego’, empezó a escribir de otro modo: su pasión por aquella naturaleza pasó a sus poemas. Aquí continuó traduciendo a Pessoa, a Joan Maragall, a los poetas italianos contemporáneos, empezó a redactar sus memorias, que interrumpió luego”.

La casa era lo suficientemente grande para que Pilar y Ángel tuviesen cada uno su despacho, y además cuartos para invitados. “Ángel decía siempre: ‘En los despachos, separados, y en la cama, juntos’. Cuando llevábamos algún tiempo allí, decidió arreglar el viejo palomar, que lo convirtió en otro estudio de verano. Decía que era su torre de inspiración. Allí escribía poemas, fumaba en una de sus pipas, miraba los mapas del mundo o los libros de su infancia que había ido recuperando y que siguen ahí”. Pilar, que es biógrafa de Stendhal y que alimenta en silencio los textos de la carpeta “Relatos en marcha”, define así a su marido, fallecido en 1995: “Ángel era una persona buenísima. No puedo decir lo contrario. Combinaba a la perfección la inteligencia y la ternura. Era divertido, ingenioso, poseía una socarronería de pueblo y a la vez el refinamiento de la gran cultura. Era un gran amigo de sus amigos y muy entusiasta. En él la vida era algo extraordinario: todo servía para algo. Además, era un hombre de percepciones muy seguras, que iluminaba la oscuridad con su punto de vista”.

Pilar Gómez Bedate nos abre su casa. La visitamos allí el bibliófilo Pepe Melero (autor de “Leer para contarlo”, un delicioso libro sobre libros e historias literarias y librescas), el fotógrafo Juan Carlos Arcos y yo. Nos muestra los estudios, la biblioteca (“su poeta preferido era Juan Ramón Jiménez, aunque admiraba mucho la parte esotérica de Pessoa”), la discoteca, los cuadros, como “la máquina de la poesía sin eñe” de Fernando Navarro, y fotografías que fueron acumulando durante 30 años largos de convivencia. “Cuando se murió Ángel en Barcelona, ocurrió algo muy curioso: nevó durante todo el viaje, algo infrecuente; fue como un milagro poético. Lo trajimos a Calaceite y lo enterramos, con nieve, en el cementerio del pueblo, al lado de soldados italianos que habían muerto aquí durante la Guerra Civil. Ángel había escrito: ‘Nieve, es el momento en que Dios nos habla’. Parecía un presagio”. Esta historia la recuerda con emoción y magia César Antonio Molina en su diario “Ver sin ser visto” (Península, 2002).

Parte de su mundo, de su correspondencia, de sus libros, de su vastísimo quehacer -como poeta y traductor, como experto en arte, como curioso insaciable- se expone estos días en el Museo Juan Cabré con el título “Ángel Crespo, con el tiempo, contra el tiempo”: primeras ediciones, cartas, fotografías íntimas y más sociales, libros de bibliofilia, objetos, pensamientos y versos, todo ello envuelto bajo la música predilecta del poeta manchego. El Gobierno de Aragón ha colaborado “con absoluta generosidad” en la muestra, que han producido el Círculo de Bellas Artes, la Fundación Jorge Guillén, la Comunidad de Castilla-La Mancha y el Instituto Cervantes. El legado de Ángel Crespo irá a parar a la Fundación Jorge Guillén, aunque a Pilar Gómez Bedate no le importaría colaborar en un proyecto de “Casa de las lenguas” con parte de sus fondos e incluso con la propia casa, con esta casa hechizada de las palabras.

LAS TERTULIAS DE LOS AUTORES DEL “BOOM”
En Aragón siempre ocurren cosas sorprendentes. Casi prodigiosas. Calaceite forma de parte de esas rarezas extraordinarias. No sólo es la cuna de Juan Cabré, Enrique Alcalá o Santiago Vidiella, sino que durante los años 70 fue uno de los territorios predilectos de los escritores latinoamericanos del “boom”. El foco de atracción inicial fue el profesor y traductor Didier Coste, que descubrió ese paraje ideal del Matarraña, y arrastró hacia él a José Donoso y su mujer María del Pilar Serrano. Coste traducía entonces “El obsceno pájaro de la noche” (1970) del novelista.

José Donoso compró en 1971 tres casas del siglo XV por 600 euros, 100.000 pesetas de las de entonces. Y tras él, del cual se dice que tenía “en préstamo” las llaves de las iglesias del entorno, fueron llegando García Márquez, Julio Cortázar, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Jorge Edwards, Bryce Echenique, etc; más tarde, también llegaría el novelista y traductor chileno Mauricio Wacquez, que vivió en el pueblo hasta su muerte. Casi a la vez, visitaban Calaceite otros creadores como Luis Buñuel, Carlos Saura y Geraldine Chaplin, y varios miembros de la “gauche divine” barcelonesa como Carlos Barral, Rosa Regàs, Juan Benet, Juan Marsé o los hermanos Terenci y Ana María Moix. A la vez, atraídos por la fonda Alcalá, también acudían Néstor Luján, Juan Perucho o Álvaro Cunqueiro. Mi compañero de “Heraldo de Aragón”, Alfonso Zapater recordaba sus charlas con José Donoso y su mujer en su casa, y recordaba –igual que sucedía con Crespo- cómo se aislaba en el palomar que había convertido en despacho. Y otro compañero como Joaquín Aranda me ha dicho que Luis Buñuel, que conversó en muchas ocasiones en Calaceite con Donoso, quiso llevar al cine su novela “Lugar sin límites”, y que incluso llegó a hablar con Fraga o con alguno de sus ayudantes. Éste, o éstos, le dijeron que enviase el guión y Buñuel remitió la novela. Donoso, entonces, se sentía un poco marginado de lo que se llamaba la primera fila del “boom”.

A finales de los 80, se instalaron otros intelectuales como el editor Gustavo Gili, el diseñador Yves Zimmerman, el poeta Antoni Marí, la periodista Elsa Arana, la escritora Natacha Seseña, autora de “Las mujeres de Goya”, el poeta y editor Alex Susana, o artistas como Rafols-Casamada, María Girona, Romà Vallés o Fernando Navarro, entre otros. Y Ángel Crespo y Pilar Gómez Bedate.

A la sombra de esta ebullición de estos intelectuales, la Fundación Noesis organizó ciclos y encuentros literarios que tuvieron una importante repercusión. Noesis interrumpió sus actividades tras la muerte de una joven rumana, llamada Otilia, un hecho que conmocionó Calaceite y que nunca se aclaró del todo. Este año, el madrileño Emilio Ruiz Barrachina publicó el libro “Tinta y piedra. Calaceite. El pueblo donde convivieron los autores del Boom” (Imagine, 2005), donde documenta un viaje de cinco días de la mano de Rosa Doménech, concejala del ayuntamiento de Calaceite, y de su marido, el cartero Joaquín Gimeno. Barrachina incorpora a su libro un dvd.

PERFIL DE ÁNGEL CRESPO
No es fácil hallar en la cultura española a un personaje de la talla de Ángel Crespo (en la foto, en Calaceite). Círculo de Lectores acaba de publicar el libro “La realidad entera. Antología poética (1949-1995)”, donde se recoge su importante lírica, iluminada por el simbolismo y la huella de Juan Ramón Jiménez, Pessoa y Ungaretti, que busca siempre la identidad más íntima del hombre y del poeta. Este volumen se publicará en Calaceite en el otoño. Ángel Crespo fue biógrafo de Fernando Pessoa, traductor insuperable del “Cancionero” de Petrarca (por su versión rimada recibió el Premio Nacional de Traducción en 1984) y de “La Divina Comedia” de Dante, de Guimaraes Rosa o de Cesare Pavese, entre otros. Estudió el aragonés, escribió con pasión sobre Miguel Labordeta como poeta expresionista (más que surrealista o social), publicó en Olifante y Puyal, y fue amigo de muchos poetas aragoneses. Al final de sus días, como había soñado alguna vez, se reencontró a sí mismo y a su edén en Aragón.

5 comentarios

Isabel Lopez Ramirez -

Soy una puertorriqueña oriunda de Mayagüez. En esta ciudad ―durante 21 años― Ángel Crespo y Pilar Gómez Bedate vivieron y fueron profesores en el Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico.
A ambos los conocí en el 1969. En ese tiempo, ellos residían en el condominio Darlington,justo al lado de WIPM – TV, donde yo era jefa de piso e incipiente asistente de producción.
Ángel Crespo tenía a su cargo la sección de Artes y Ciencias del noticiario Panorama Mundial. ¡Había que ver con cuánto celo se preparaba; y ni hablar de las personalidades que por allí desfilaron!
Tres años después, me matriculé en un fascinante curso de mitología griega que él impartió de manera exquisita.
Quienes lo conocieron, saben que Ángel Crespo era un fumador de pipa. Recuerdo cómo introducía ésta en una bolsita de cuero con picadura de tabaco que siempre llevaba en el bolsillo derecho de su gabán.
Yo observaba con mucho interés el movimiento de su mano mientras la cargaba. Eso lo hacía de manera automática y ―para nada― alteraba el flujo de su alocución.
Invariablemente, apreciaba en su rostro el anticipado placer de volver a colocar la boquilla entre sus labios, encender la pipa y aspirar esa nueva bocanada de humo con aroma a vainilla, que pronto perfumaría todo el salón.
Tuve el privilegio de haber sido alumna de Ángel Crespo. Estoy segura que muchos de sus estudiantes opinan igual.

¡Gracias, profesor, gracias!

Santiago Palet -

En las piedras de Calaceite hay arte y misterio,y muchos años de historia.
En todas las buhardillas, palomares, y graneros, se encuentran almas de poetas, perdidas, y tambien papeles escritos a mano, desgarrados,con olor de tabaco y de vino.
Los artistas y los poetas, necesitan perderse, de vez en cuando,fuera del orden urbano, del trafico, las facturas,los compromisos, los artificios.
Quiero recordar que Pablo Picasso y Manuel Pallares,pasaron varios años en Horta de San Juan.
Volver a lo natural, y vegetal,y recuperar la libertad,y la lentitud, es una liberación,propicia para crear.
La cultura necesita volver al humanismo,a las reflexiones entre artistas,y liberarse del mercado, del materialismo, del individualismo,y de la urgencia, que no permiten la creación de espacios de meditación y serenidad.
Ojala se pudiera de nuevo recuperar los lugares comunes del arte, los grupos artísticos e intelectuales.
Saludos a Calaceite, a Horta de San Juan, a Valderobles, a La fresneda,a Beceite, al rio Matarraña.

Santiago Palet

Carlos Morales -

Estaba preparando las entradas para mi amigo y maestro Ángel Crespo cuando me he encontrado con esta hermosísima evocación de Calaceite. Creo que no tardaré en ir a visitar su tumba...

Un fuerte abrazo
Carlos Morales
El Toro de Barro

A.C. -

Querido Gustavo:
Me hace mucha ilusión tu compañía constante desde Ourense. Un abrazo.

gustavo peaguda -

En un poema que escribi hago mia una frase que dijo angel crespo "poesia no es la palabra en el tiempo sino el tiempo en la palabra" y que yo converti en un mal verso
"malmo/ onde o poeta non dixo que a poesia non e a palabra no tempo senon o tempo na palabra"