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Antón Castro

JULIO ALEJANDRO CASTRO CARDÚS, POR JOSÉ MARÍA ESCRICHE*

JULIO ALEJANDRO CASTRO CARDÚS, POR JOSÉ MARÍA ESCRICHE*

EL CENTENARIO DE JULIO ALEJANDRO.GUIONISTA DE LUIS BUÑUEL / 2

 

Conocí a Julio Alejandro gracias a mi amigo y compañero Alberto Sánchez, cinéfilo impenitente y sabio en muchas disciplinas donde los haya, quien se ofreció a organizar un inolvidable homenaje que con el título, Una vida de cine,  inauguró una nueva sección del Festival de Cine de Huesca en 1989, en su 17 edición, creando así una distinción que reconocía toda una trayectoria vital y profesional relacionada con el cine. En ese caso se trataba de una persona que había vivido una vida intensa, peleando contra el destino o precisamente lo contrario, aliada con el azar pese a las numerosas vicisitudes por las que pasó Julio Alejandro a lo largo de sus días. El homenaje que le rendía el Festival formó parte de un reconocimiento mucho más amplio organizado en Aragón en el que participaron las diputaciones provinciales de Huesca y Zaragoza, los ayuntamientos de las dos capitales, la Asociación Cultural Gandaya, de Zaragoza, que patrocinaba la Caja de Ahorros de la Inmaculada, Ibercaja, el periódico El Día… La publicación que se hizo con una selección de su obra llevaba también textos dedicados de Antonio Machado, Ramón Acín, Adolfo Marsillach, Mari Carrillo, Paco Ignacio Taibo, José Luis Borau, Alfredo Castellón, Eduardo Ducay, Víctor Erice, Pedro Beltrán, Pablo Palermo, Agustín Sánchez Vidal y Alberto Sánchez. Al homenaje en Huesca llegaron gentes, escritores, cineastas, poetas, etc., desde muy lejos… ¿Por qué? Nadie vino forzado, todos ellos lo habían conocido y habían disfrutado de su compañía y de sus cualidades humanas entre las que destacaba su poder de seducción, su valoración de la amistad, su postura intachable e inquebrantable ante la vida y ante los seres humanos.

 

¿Pero quién fue Julio Alejandro?

 

Julio Alejandro de Castro Cardús, y hasta un total de quince primeros apellidos aragoneses, como a él le gustaba presumir, fue un oscense de nacimiento, aragonés de devoción, español de corazón y ciudadano del mundo. Se le conoce, sobre todo, por haber sido el guionista de algunas de las mejores películas de la filmografía de Luis Buñuel (Abismos de Pasión, Nazarín, Viridiana, Simón del Desierto, Tristana…), aparte de ambientador o director artístico de El Ángel Exterminador, y amigo y colaborador del de Calanda en otros menesteres durante años, allá en su otra patria adoptiva: México.

 

Pero uno se queda anonadado cuando conoce el resumen de la totalidad de su vida. Aunque su profesión de guionista y su amistad con el de Calanda no le hubiesen hecho firmar esos guiones, su trayectoria justificaba sobradamente el título de Una vida de cine, con la que bien pudiera rodarse una película.

 

Nació en Huesca, en el Coso, el 27 de febrero de 1906, por lo que en próximo año se celebra el centenario de su nacimiento. Era hijo de un abogado, funcionario, descendiente de la comarca de Borja, y de una zaragozana. Desde niño, cuando llegaban los veranos, los pasaba con los familiares de Chimillas y Bulbuente, y si no, al igual que una gran parte de la burguesía aragonesa de la época, en San Sebastián, lo que le llevaba a pensar de mayor si no sería allí donde le surgió su afición y su vocación: ser marino. Tras la escuela y los primeros estudios en Huesca, el bachiller en Madrid. A los dieciséis años, tras suspender voluntariamente el ingreso en el cuerpo de Artillería del Ejército, por voluntad de su padre, aprobó e ingresó en la Escuela Naval.

 

Recién nombrado oficial tuvo su bautismo de fuego en el desembarco de Alhucemas. En 1924, le toca estar en Shanghai, como alférez de fragata, formando parte de la fuerza internacional desplazada con ocasión de la toma de la ciudad por las fuerzas de Chang Kai Chek.

 

Mientras, desde muy joven, tuvo una gran afición por la lectura y escribía textos y poemas. La soledad de las guardias en el centro de las noches y de los océanos le ayudaron a ello. A lo largo de toda mi vida, no recuerdo haberme aburrido más de diez minutos nunca, comentó en una ocasión. Su padre sabía de esas aficiones y gracias a su amistad con
Antonio Machado le facilitó una visita. El encuentro fue como un flechazo, reconociéndole como una especie de segundo padre en la posteridad. El encuentro facilitó la edición de su primer libro La voz apasionada (1932), con un prólogo del propio Machado, que supo ver las cualidades del joven poeta. No así el pueblo, incluido el mundo de la cultura, que metido ya en plena efervescencia política apenas compró ejemplares.

 

Aún así, lleno de ilusión por un posible futuro como escritor o como enseñante, solicitó la excedencia de la Marina y se matriculó en Filosofía y Letras en una época en la que los profesores eran Ortega, Gaos, Dámaso Alonso, Américo Castro, Zubiri, Montesinos; añadiría a sus estudios los de Historia Medieval, en Zaragoza, y Cartografía, en Madrid. Las circunstancias políticas lo reclaman de nuevo en el ejército, en 1934, siendo nombrado hombre de confianza del ministro de Marina, Giral, así como de su continuador Indalecio Prieto. Entre dos bandos, el de sus compañeros rebeldes y el de su fidelidad al gobierno legítimo, es herido por un obús en Somosierra. El ministro lo sacó de Madrid y lo envió en un helicóptero a Toulouse, en Francia, donde se ganó la vida dando clases al tiempo que recibía a su hermano Fernando, niño refugiado, y lo atendía a causa de su enfermedad del tifus contraído por el hambre y las penalidades de aquélla España partida.

 

En 1939 logra cruzar España para llegar a Lisboa, donde hace diversos menesteres, entre los que recordaba con ironía el de profesor y director de baile en los salones de la época. Desde Portugal, aprovechando el último barco que pudo cruzar el canal de Suez a causa de la nueva contienda universal, y gracias a un puesto de profesor en la Universidad de Santo Tomás propiciado por el P. Urbano, un tío suyo dominico, alcanza Manila, donde aprovechará también para hacer su doctorado de carrera. Pero también llega allí la guerra entre norteamericanos y japoneses. Cayó prisionero y fue rescatado por el cónsul español. Sufre los bombardeos de unos y de otros. Rechaza las ofertas de los militares japoneses para trabajar en una emisora, cae enfermo de apendicitis y tienen que operarle sin anestesia. Con la herida infectada huye hacia las líneas americanas, al otro lado del río, en busca de la penicilina, lo único que puede salvarle.

 

Con apenas cuarenta kilos de peso accede a embarcar como lavaplatos y como cocinero en un barco americano, en cuya larga travesía descubre una nueva afición, la cocina, de cuyas habilidades será reconocido posteriormente llegando a dar el fruto de uno de sus mejores libros, El breviario de los chilindrones, escrito ya en España unos años antes de su muerte. A su llegada a San Diego rechaza la nacionalidad estadounidense que se le ofrece y se traslada a México, en 1945, aunque esa primera visita sería corta, pues de allí saltó a Santiago de Chile y, de allí, a Buenos Aires. La guerra había terminado y la situación de la posguerra en España había cambiado considerablemente por lo que decide volver a su país comenzando a escribir teatro, algunas de cuyas obras ya habían sido gestadas años antes, entre poemas y vivencias; otras quedaron perdidas o destruidas por las bombas, las llamas, o los abandonos de sus numerosos domicilios y traslados. Puede que yo sea uno de los autores que más textos ha perdido, reconocería posteriormente.

 

El éxito de su teatro fue rápido y fulminante. En pocos años escribe y se estrenan, a veces con más de una obra coincidiendo en distintos escenarios, El Pozo, La familia Kasbin, Shanghai-San Francisco, Barriada, El termómetro marca 40, La luna en el teléfono, La casa sin música, El aire, Y un día me dijiste…Demasiados éxitos para un país tan envidioso como el nuestro. Los enteradillos, la prensa, algunas amistades, comenzaron a decir que era el hombre de paja de Alejandro Casona, autor por entonces prohibido aunque años después sería representado por los grupos de teatros universitarios dependientes de la Jefatura del Movimiento. Tal era la calidad de sus textos como para que pudieran reconocerse como propios por aquélla sociedad frustrada y sufriente.

 

Tito Davison, director mexicano de paso por España, que realizó varias coproducciones, le ofreció un contrato para ser el guionista de su próxima película. Julio aceptó y hacía allá fue para unos seis meses. Se quedaría 35 años.  Llegaría a ganar dos veces el Ariel al mejor guión (el goya o el oscar del cine mexicano) pero llegaría a intervenir en varias docenas de películas y a trabajar, a aparte de Luis Buñuel, con los mejores directores, con algunos varias veces: Tito Davison, Miguel Zacarías, Emilio Fernández, Julio Bracho, Emilio Gómez Muriel, Alfredo B. Crevenna, Alejandro Galindo, Juan Bustillo, Juan J. Ortega, Roberto Gavaldón, Chano Urueta, Luis Spota, Tulio Demicheli, Gilberto Martínez Solares, Roberto Rodríguez, Miguel Morayta, Alfonso corona Blake, Benito Alazraki, Jaime Salvador, Julián Soler, Francisco del Villar, Carlos Velo, Arturo Ripstein… Muchas de esas películas se estrenarían en España pero casi ningún espectador relacionó el nombre de Julio Alejandro con aquel español que tantas vicisitudes había pasado en su vida. En esos treinta y cinco años sería reconocido y valorado en México con igual proporción creciente con que fue olvidado en su país.

 

Muchos de los poemas escritos en México, y otros nuevos, verían la luz en el libro Singladura publicado en 1987, en Zaragoza, tras su vuelta. Otros quedarán inéditos. Su única novela, con el título provisional de La llama fría es posible que vea la luz en su centenario. Otra gran parte pertenecen al acerbo personal y a la memoria de sus numerosos amigos, a los cuáles les contaba esas historias de viva voz, cada vez en versión nueva, mejorada, arreglada e irrepetible, como siempre han hecho los nuevos narradores. En ese sentido, quienes le conocieron, fueron afortunados.

 

Julio Alejandro, ese oscense nacido en el Coso tantos años olvidados hasta que lo resucitó nuestro Festival de Cine, murió en Jávea, donde había comprado una casita frente a su querido mar, mientras charlaba con los amigos, que en aquélla situación eran Manuel Vicént, José Luis García Sánchez y David Trueba. Buena gente, también. Era el 21 y 22 de septiembre de 1995. El 28 de octubre fueron enterradas y esparcidas sus cenizas en los alrededores del Monasterio de Veruela, de acuerdo con su voluntad, cerca de donde, según la leyenda, la Virgen se la apareció al Señor de Atarés, motivo por el que se hizo construir el viejo monasterio.

 

Los datos que deposito en este artículo salido del corazón, se lo debo a mi colega Alberto, pero lo dedico a la ciudad que en estas fiestas disfrutará de uno de los platos que a este enciclopedista, amante de las artes y de lo bello, describió en uno de sus libros más celebrados y que antes citaba, el Breviario de los Chilindrones, como cocinaban en su casa de Huesca, para las fiestas de San Lorenzo, el mítico plato del pollo a lo chilindrón.

 

Al año que viene celebraremos el centenario de su nacimiento, el Festival Internacional de Cine de Huesca le dedicará una retrospectiva de su obra mexicana, desconocida en España y que seguro será un éxito, pero antes de terminar le pediría de nuevo a nuestro alcalde, que la ciudad, en el macroproyecto del Parque del Isuela, le dedicase un recuerdo traducido en una escultura que nos recuerde su vida, su obra y su saber.

 

*JOSÉ MARÍA ESCRICHE es director del Festival de cine de Huesca, que rendirá un homenaje especial a Julio Alejandro Castro el año que viene, en el centenario de su nacimiento. Ya son bastantes los autores que han escrito con cierta abundancia de Julio Alejandro: Luis Alegre, Alberto Sánchez, Agustín Sánchez Vidal, Vicente Molina Foix, Paco Umbral, David Trueba, Alberto Isaac, Manuel Vicent, Ignacio Martínez de Pisón, José Luis Gracia Mosteo, yo mismo, entre otros muchos. José Antonio Román acaba de publicar una biografía suya en la colección "Biblioteca Aragonesa de Cultura". En este blog publicaremos distintos textos de acercamiento a la figura de Julio Alejandro, poeta en "La voz apasionada", prologado por Antonio Machado, y en "Singladura", que editó Agustín Sánchez Vidal; parte de sus textos teatrales están recogidos en "Fanal de  popa" (Ediciones del Valle, 1988); guionista de "Tristana","Viridiana", "Nazarín", "Abismos de Pasión" o "Simón del desierto"; experto en gastronomíaen "Breviario de  los chilindrones" y novelista, aún inédito, con "La  llama´fría".

 

Este texto de José María Escriche ha sido publicado en el especial del "Diario del Altoaragón", que dirige Antonio Angulo,de las fiestas de San Lorenzo.

 

 

 

 

 

5 comentarios

Valentin Perea -

El día de ayer he adquirido parte de la Biblioteca personal de Julio Alejandro en México; he hallado algunos diplomas que le otogaron en México, así como algunos de sus guiones; ojalá puedan serles útiles.

melany -

toda es fea

AQ -

OLA, NECESITO SABER NOMBRE DE DOMINICOS FRANCESE PARA MAÑANA, ENVIENLO A carol_sincro@hotmail.com

Jordi Domenech -

Soy estudioso de Antonio Machado y autor de la edición de Antonio Machado, "Prosas dispersas (1893-1936)" (2001), y desconocía ese prólogo de Machado al libro de Julio Alejandro, "La voz apasionada" (1932). Evidentemente, me interesa ese prólogo para incluirlo en mi edición, pero no he encontrado el libro de Alejandro ni en la BNE ni en ninguna biblioteca, ni en libreros anticuarios. ¿Conoces alguien que disponga de algún ejemplar del libro de 1932 y pudiera facilitarme copia de él? Infinitas gracias.

Chilindrón -

VIVA JULIO ALEJANDRO!