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Antón Castro

UN VIAJE, ENTRE AMIGOS, A MÉRIDA

UN VIAJE, ENTRE AMIGOS, A MÉRIDA

Julián Rodríguez es uno de esos sabios de casi todo que presentó en la FNAC de Zaragoza su última novela: “Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás” (Caballo de Troya, 2004), bajo la denominación de Nuevo Talento FNAC. Esa novela sobre la fragmentación y la fotografía, que glosó aquí Félix Romeo, apareció tras “Lo improbable” (Debate, 2001) y “La sombra y la penumbra” (Debate, 2002). Yo había conocido a Julián en un congreso de fotografía en Panticosa, que organizó Antonio Ansón. Apareció Julián y rápidamente se adueñó de la situación con una elegancia y un conocimiento de las cosas que ni siquiera molestaron al maestro de la foto analógica y en blanco y negro, Ferdinando Scianna, el gran fotógrafo de Magnum, el amigo inseparable de Leonardo Sciascia.


De aquella estancia de Julián en Zaragoza derivó una invitación de Antonio Sáez para que yo asistiese a un congreso sobre Cervantes y sus ecos en la literatura portuguesa. Iban a ir, entre otros muchos, Martín López-Vega, del cual yo me había forjado una gratuita imagen de chico algo desdeñoso, seguro de sí mismo y muy artista. Durante las seis horas de viaje, con parada en Atocha en Madrid, leí la prensa, vi una mala película de Dennis Quaid y Scarlett Johansson, me dormí inicialmente, y pensaba en mis amigos de Extremadura: Julián, Antonio Sáez, Martín, algunos portugueses a los que conocía sólo por sus libros, como Hélia Correia, Alberto Pimenta, etc.
Extraje “En otra patria” de Antonio Sáez. Es un libro delgado e intenso sobre el arte de viajar, sobre el arte de traducir y de contar la historia de un poeta muerto prematuramente, de un viaje a Funchal (Madeira), de sentimientos cotidianos, de Portugal, de Évora, de Teixeira de Pascoaes. Iba en doble travesía: la cabeza se me llenaba con la melodía de los pensamientos de “En otra patria” (Libros del Pexe) y percibía el cosquilleo del Talgo, las primeras luces de oro sobre los olivos, la melancolía escombrada en los campos yermos. En cuanto terminé su libro abrí el monográfico de la revista Poesía sobre los 400 años del Quijote en el mundo, y así llegué a la estación, empapado de Joaquín Ibarra, Mark Twain, Faulkner, Kafka, Nietzsche, Juan Antonio Pellicer o Clemencín, entre cientos de nombres. Le pregunté al taxista por el Mérida y hablamos del paraguayo Benítez (me dijo: “Yo siempre pensé que iba a ser tan bueno como Maradona. Lo vi regatear varias veces a un equipo completo") del joven Cañizares, de Sinval o de Quique Martín. Llevaba algunos libros de Olifante para regalar, aunque pronto percibiría lo poco que parece interesarles a los portugueses lo que está fuera de ellos y de su saudade, salvo al sigiloso profesor Pedro Serra, un luso en Salamanca.


En la primera cena, hablé con Miguel Serra Pereira, traductor del Quijote, y con otros escritores. Apareció José María Merino y fue como el reencuentro de dos coruñeses, lejos de Galicia. Apenas hablamos del pequeño país de la lluvia, sino del escritor Dino Buzzati, al que estoy leyendo y él también en las nuevas traducciones de Gadir, que está haciendo Carlos Manzano, y de Luis Mateo Díez, que se está convirtiendo en el escritor más prolífico de España. Merino, que tiene dos nuevos libros, uno en Alfaguara y otro en Seix Barral, me dijo que iba a hacer un viaje a Kazajastán con Ramón Acín, una semana completa. Y esa noche acabamos en “Habanera” con Martín López-Vega, Antonio Sáez, pura bondad, y Pedro Serra. Fue una medianoche ideal para hombres solos. Martín López-Vega ya me pareció un tipo extraordinario que combina ternura, desacralización del oficio y sentido del humor, aunque le divisé un defectillo: bebe el orujo en vaso grande y con agua. ¿Qué diría mi padre, Benito do Touciñeiro, si leyese de golpe esta revelación? Y ya debió preguntarme entonces por Pepe Melero, Julio José Ordovás y Fernando Sanmartín. Antonio, Martín y Pedro son expertos en portugués y hablan la lengua espléndidamente.


A la mañana siguiente empezaban los actos organizados por Ágora. Rodríguez Ibarra leyó un texto con su habitual puesta en escena y recordó que eran más generosos los medios de comunicación portugueses con Extremadura que viceversa. Y el doctor Jorge Sampaio, presidente de Portugal, impartió una charla europeísta de despedida propia de Bruselas, más que de Mérida. Merino inauguró el curso con una conferencia breve y modélica. Habló de algunos logros de Cervantes como la construcción de un narrador no superado todavía, el juego de apócrifos, la idea del doble, la mirada sobre los escenarios, el dominio de los personajes, el concepto del soñador y el sueño, y la relación entre la literatura y la vida. Leyó algunos pasajes con mucha gracia y un fragmento muy bonito acerca de la “Cuarta salida”, soñada, de Don Quijote.


Comimos bien. Alternamos un menú portugués y un menú español. Hablamos un poco de todo: de Jerónimo de Pasamonte, del profesor zaragozano de Valladolid, Javier Blasco, de Alcalá de Ebro y la Ínsula Barataria. Julián Rodríguez hizo de guía, para Martín López-Vega y para mí, de Mérida en la hora de la siesta; dejamos de escuchar a un profesor muy brillante, Fernando Rodríguez de la Flor, que ha escrito mucho sobre el Barroco y recientemente sobre el universo de los libros en Renacimiento. Cruzamos el puente de Santiago Calatrava sobre el Guadiana, vimos los edificios de Consejerías de Juan Navarro Baldeweg, y salimos a la plaza de España, que tiene aspecto de una ciudad colonial como Trinidad con reminiscencias árabes. Vimos el local de la Editora Extremeña, para la que él hace diseños y propuestas de publicación, y estuvimos en una bonita librería donde compramos algunos biografías portuguesas: Martín compró una de Eça de Queiroz y otra que quizá fuese de Guerra Junqueiro, no estoy seguro; yo, la de Teixeira de Pascoaes y de Camilo Castelo Branco.


Volvimos al Palacio de Congresos de Fuensanta Nieto (que va a hacer un edificio en Zaragoza), donde íbamos a intervenir. Lo pasamos bien. Martín había comprado una caja de música; tras oír los extensos parlamentos de los escritores portugueses, recordó que “El Quijote” es un libro fundacional en el que estaba todo y en el que cabía todo, incluso una música como la que él hizo sonar. Invitó a los presentes a cerrar los ojos y a soñar, y yo, para seguirle la broma, retraté el instante con y sin flash. Había mucha gente con los ojos entornados. La otra coordinadora y cervantista María Fernanda de Abreu sonrió. Julián Rodríguez, en primera fila, parecía a punto de desternillarse, aunque un hombre de su alcurnia y de su prestigio no debe perder los papeles en público. Ni ante tantas chicas que veneran su alegría divina.


         La segunda noche en Mérida, capital de Extremadura, transcurrió en su primera parte en uno de los comedores del precioso hotel Meliá, que tiene un patio árabe o un tanto manuelino en el centro. Es realmente bonito. Arriba hay corredores: el ambiente era ideal, casi de cuento de Washington Irving. Fuimos a un garito, pero yo claudiqué pronto.Me despedí de otros amigos como Joao de Melo, autor de "Gente feliz con lágrimas", un espléndido novelista, de las dos damas de la organización: Ana Olivera y Montaña, de Julián, de Antonio, del sevillano transterrado en Portugal y en Vigo Dionisio Sánchez. Y volví al hotel hacia las dos de la mañana sin haber imaginado que iba a vivir una modesta aventura en la Mérida nocturna. Regresé con Javier Figueiredo, que trabaja en la Junta y que es profesor de portugués, y con el poeta y sebastianista Antonio Cándido Franco. Javier Figueiredo es de Monzón y es un tipo cultísimo y encantador al  que le encanta Jose Afonso y su sobrino Joao Afonso. No me pasó inadvertido un detalle: la foto que le tomó a una calle bien entrada la madrugada, un acto que tuvo algo de ritual, y su condición de narrador e inventor de cuentos para sus hijos. Atravesamos el puente romano de Mérida, que debe tener cerca de un kilómetro o más, sobre el río Guadiana. Fue un bello colofón a una estancia rápida en Extremadura.


Volví a la mañana siguiente a Madrid con Martín López-Vega. Por puro azar, nos había tocado compartir convoy y teníamos asientos contiguos. Nos lo pasamos bien, incluso cuando nos obligaron a detenernos por un escape de gas natural. Martín, que publicará ocho libros en los próximos meses, que es traductor, poeta y escritor de diarios y de volúmenes de miscelánea, trabaja en la librería Central del Reina Sofía. Acaba de dejar el “Cultural” de “El Mundo”.


Cuando nos despedimos en Atocha, tuve la sensación de que había ganado un amigo para siempre. No paramos de reírnos sin hablar demasiado mal de nadie, sin recordar que éramos escritores. Había ganado un amigo, por cierto, que tiene en “Leer para contarlo. Memorias de un bibliófilo aragonés” de Pepe Melero uno de sus libros de referencia. Esta tarde noté que me cariñaba de él y lo llamé al trabajo. Me dijo: “A ver cuando vienes a Madrid. Ya sabes que tienes casa céntrica”. Martín, que lleva poco en el nuevo trabajo, ya ha tenido la inmensa fortuna de recomendar libros de poesía a Elena Anaya y a otra mujer bonita de cuyo nombre ahora no logro acordarme.

11 comentarios

lopez -

joder qué puta mierda de página.
¿Ana Olivera? esa señora era tonta.

Para Martín López-Vega -

Querido Martín:

Mil gracias por la nota y por la invitación. Tras levantarme pongo nuestro disco favorito: "Battiato Colecction", 29 temas al español: "Yo quiero verte danzar", Nómadas... Ya sabes la gente que baila viejos balses vieneses... Pronto sonará "Carta al Gobernador de Libia".

Cúidate. Iré a Madrid a ver Altolaguirre y unas cuantas cosas más, Rafael...

Estos días estoy leyendo a Dino Buzzati, la nueva versión de "El desierto de los tártaros" de Carlos Manzano...

A. C. -

Querido Javier:

Mil gracias por tu infinita comprensión. Lamento haber puesto en la respuesta Binéfar y no Monzón, como aparece en el texto. Ya sabes que tengo varios dobles, y lo llevo bastante bien. Uno es Antón Castro, director del Instituto Cervantes de Milán; recibo un centenar de felicitaciones, yo sé que no es cierto el nombramiento, pero lo más curioso es que al final incluso me llaman los del Cervantes para que vaya a Madrid y prepare mi partida a Milán. Me hizo mucha gracia porque jamás he figurado en ninguna de las listas del Instituto (sólo me da un poco de lástima no estar por esos maravillos viajes por Europa o Manila rodeado de escritores), ni como escritor ni como periodista, aunque sea buen amigo del director. César Antonio acabó llamándome para deshacer cualquier entuerto, que no existía para mí, pero fue un ilusorio momentito de euforia por contar con un buen puñado de amigos.

Mi paisano Antón Castro es un tipo sabio y encantador, y casi vecino. Él es de Muxía y yo de Arteixo. Él ha escrito mucho de arte (Laxeiro, Yoko Ono), y yo también lo mío. Ahora, en la exposición del fotógrafo Rafael Navarro, ha seleccionado un fragmento de un texto mío y todo el mundo pensará que es suyo. Él ha publicado libros en castellano y gallego, y yo igual. Y además a los dos nos confundieron en Venecia.

Y el otro Antón Castro que conozco es narrador oral, músico, escritor y fue uno de los líderes de un grupo fundamental en gallego: Fuxan os Ventos.

Y a veces me confunden con un presentador de televisión que habla de crímenes espeluznantes y me felicitan por "tan entretenido programa".

Javier Figueiredo -

El error está lleno de encantos. Un madrileño que había estado una vez en Elvas y había disfrutado con el Bacalhau Dourado visitó años después Lisboa y pidió con insistencia aquel plato. En Lisboa no conocían aquella especialidad y le ofrecieron Bacalhau à Bras o con natas. El capitalino estaba decepcionado y optó por el primero esperando un trozo de pescado asado sobre brasas. Se equivocó porque el Bacalhau à Bras no es \\\"a la brasa\\\" sino el nombre que en el resto de Portugal se da al elvense Bacalhau Dourado. Los equívocos, cuando no tienen malas consecuencias, son fuentes para imaginar.

Hay un artículo de Kurt Baldinger titulado \\\\\\\"Esplendor y miseria de la Filología\\\\\\\"(Actas del I Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española. Cáceres 1987) donde uno se da cuenta de que el error es más brillante que el propio acierto.

La propia Ana Olivera tiene un magnífico artículo, inédito, titulado Elogio del error.

No es la primera vez que me confunden con Víctor Cascos, el coordinador de IU en Extremadura. Tras esta confusión me estoy planteando la posibilidad de serlo.

Por cierto, tengo una curiosa foto de Ana Olivera fotografiando un cuarteto formado por Martín, Antonio, Julián y tu mismo. Te la enviaré.

Para que veas qué interesante es el error, en tu propia enmienda deslizas uno: Soy de Monzón (cuna de deportistas) y no de Binéfar.

Saludos

A.C. -

Querido Javier:

Lamento el equívoco. Me parecía rarísimo todo, pero como me hablaste de un artículo sobre el Estatut en los términos en que pareció, el columnista se parecía mucho con barba etc., sabía perfectamente tu apellido Figueiredo, que me impresionó mucho por ser tan portugués (creo que tu abuelo es portugués, a pesar de ser tú de Binéfar), que se sumaron los errores. Pregunté, y persistía el enimga. Lo lamento muy sinceramente, y lo borro.

Te pido mil disculpas. Y borro gustosamente esa información errónea. El paseo por el puente romano de Mérida, sobre el Guadiana, no se me va a olvidar. Un gran abrazo. Antón

Javier -

Gracias Antón por tus comentarios sobre la travesía del Puente Romano de Mérida. Sólo quisiera desvelar que no firmo como Víctor Cascos en El Periódico Extremadura ni soy el coordinador de IU en Extremadura, formación de la que fui \\\"depurado\\\" hace más de nueve años. En cualquier caso, recordaré siempre ese paseo por Mérida a las dos de la mañana entre un gallego afincado en Zaragoza, un aragonés descendiente de portugués y afincado en Extremadura, y Cândido António Franco, un português que explicaría ese paseo como una forma más de las aplicaciones actuales del Sebastianismo: Esperando volver a los orígenes, siendo feliz donde se está y con Portugal siempre presente.

Martín López-Vega -

Caro Antón, felice di fare la sua conoscenza, que decía mi primer método de italiano que había que presentarse ante la gente educada. Nos reímos mucho todo el tiempo, desde la primera noche en aquel bar demencial y vacío (el orujo no era con agua, y no lo tenían a refrescar, como es lo suyo, por ello el hielo... ¡no cuentes esto por ahí!). Y eso, que te vengas, o tendré que irme yo, que ya me apetece sumarme aunque sea una vez a esa tertulia vuestra zaragozana. Abrazos mil
Martín

Para Vila-Matas en Cantavieja -

La foto de París es de Robert Doisneau, de quien se ha publicado en París un impresionante catálogo globalizador hace poco.

En España, su obra también está muy publicada. Es un fotógrafo maravilloso de la vida cotidiana, de las clases obreras.

Tres de los grandes, de los más grandes artistas de París -además de los ya legendarios Cartier-Bresson, Kertész y Brassaï- son Willy Ronis (al que le dedico aquí un texto extenso: su catálogo de Taschen es, en realidad, formidable), Marcel Bovis, menos conocido aquí pero toda una institución en Francia, y Robert Doisneau.

Un abrazo si fueras Vila-Matas.Y si no otro, si fueras una impostura o un escritor desaparecido que se hace pasar por Vila-Matas, otro abrazo. Para ti y para tu joven y perpetua dama, Paula de Parma. A.C.

Antonio Pérez Morte -

¡Es verdad! ¡Y son preciosas ambas! También me encanta la foto de \"París no se acaba nunca\".
Hay fotos que son auténticos poemas. ¡Abrazos y gracias por regalarnos tanta belleza!

Antonio PÉREZ MORTE

vila-matas -

Sólo por curiosidad, amigo Antón: ¿De quién es la foto de París con el hombre del cuello torcido? Es que se parece mucho esa foto a la que va en la portada de El mal de Montano en su versión portuguesa.Un abrazo desde Cantavieja.

JJD -

Pues sí, Martín debe ser un tipo entrañable. Aunque no lo he conocido en persona, sí pude tener el placer de entrevistarlo vía e-mail y no dejo de leer sus libros. Espero conocerlo cuando vaya a ver las nuevas reformas del Reina Sofía.

Para leer la entrevista, pinchar en:


http://www.revistateina.com/teina/web/Teina3/Literatura%20Lopez%20Vega.htm