HISTORIAS DE LA RADIO O DE CÓMO ADELGAZAR FOLLANDO
He salido a las dos y media de la mañana de “Heraldo”. Tenía que terminar un artículo extenso, muy extenso, sobre Ferdinando Scianna, que sale hoy –el martes tendrá un encuentro con periodistas, fotógrafos y artistas en Ibercaja (si alguien quiere apuntarse, encantado), y por la tarde hablará en el Paraninfo a las 20.000-y otro sobre un ilustrador, publicista y dibujante olvidado y nonagenario Luis Germán, que hizo tebeos para París y que ilustró los cuentos de muchos niños de Zaragoza en la posguerra y que pintó en el Casino Mercantil “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”. Tenía tal revoltijo de papeles que debía poner un poco de orden.
Por la mañana, me llamó Javier Burbano para decirme que había hecho una maravillosa ruta por el Mezquín y para recordarme, claro, que tiene un coche nuevo, una novia encantadora y que vive una segunda y pletórica juventud, aunque él nunca ha sido mayor. Ni lo será: canta en un coro, incrementa a diario su pelotón de amigos, se baja toda la música del mundo, asiste a mil y un actos: es una factoría de curiosidad andante. Además, me envía una foto de sus exploraciones entre la multitud. Por la tarde, recibí la llamada de Fernando Sanmartín: seguimos trabajando en un proyecto como el de Pilar Bayona para Las Cortes con Luis Galve y que tendrá continuidad más tarde con Eduardo del Pueyo, con la colaboración y la presencia de Manuel Maynar, su biógrafo; estuve con Sergio Abraín, el fotógrafo Manuel Barrios y su asistenta Gina o Ginebra, que tiene algo de actriz de cine que podría encarnar a la reina Ginebra. Me encontré con Andoni Cedrún, que iba a llevar a su hija de 17 años, de 1.84 o 1.94 metros, creo que hasta él mismo dudó, a baloncesto, y recitamos en homenaje a su padre aquel Athletic de Bilbao del 56: Carmelo; Orue, Garay, Canito; Mauri, Maguregui; Arteche, Marcaida, Arieta, Uribe, Gainza ; fui a ver la exposición de dibujos de Natalio Bayo, en realidad tenía la urgencia de comprar el catálogo, 4 euros, porque hoy sale una extensa reseña de Ángel Azpeitia en “Artes & Letras”. [Por cierto, cuando recitábamos la alineación, llamó Luis Alegre para enviarme cariños. El otro día comí con él, con Miguel Pardeza, con Manuel Hidalgo, el autor de “El testigo indiscreto”, y con Felipe Vega, a quien no conocía y me pareció un tipo estupendo. La comida era como el preámbulo de la imposible presentación del libro en el ciclo “La buena estrella”. Luis Alegre, sin que nos percatásemos, lo pagó todo: contó los mejores chistes, bebió con afición, se rió con estruendo, renovó sus afectos a la camarera Carolina, que tiene novio y es más feliz que nunca, e invitó incluso al orujo. Manolo Hidalgo presumió lo justo del liderato de Osasuna y recordó que había tanto forofismo detestable y reaccionario que no podía ser feliz del todo. Felipe Vega dijo que a él del fútbol sólo le gusta un poco lo que ocurre allá abajo, sobre el césped, y confesó que era de dos equipos lejanos: el Real Zaragoza, por cariño hacia su abuela materna, y del Real Celta de Vigo].
El otro día en otro sitio público fui a ver la exposición de Radcliffe para comentarlo de inmediato, casi a página completa, y la conserje me dijo que no podía darme el catálogo aunque fuese de un medio de comunicación, detalle que le revelé sólo porque no tenía cambio de 20 euros y no había manera de que nos arreglásemos. Así que desde esa experiencia, jamás recuerdo que soy periodista, me lo compro y al trabajo. Nunca saldremos de pobres. Los catálogos luego acaban llegando, quince días o un mes después, incluso después de que termine la exposición, pero eso también hace la vida más emocionante: descubres a las siete del miércoles que no tienes catálogo –por cierto, bastante cutre en este caso, indigno de la institución si esta muestra se presenta como una antológica revisada, indigno de la institución de cualquier modo, sin reproducciones en color, ni una- tienes que ir escopeteado a buscarlo. Y así, cruzas un rato la ciudad, ves las luces, las mujeres bonitas, el imponente y cárdeno cielo de Independencia, te encuentras con amigos, y hoy me he encontrado con Plácido Díez, que está muy ilusionado con la radio y la televisión. Plácido, que fue mi primer director cuando empecé en “El día de Aragón” (me dijo una vez: “¿No te gustaría quedarte de prácticas con nosotros este verano?”, y luego me quedé tres años, hasta mi paso a “El Periódico de Aragón”, donde él también estaba) no sabe que le rindo un homenaje en el libro conjunto Visiones (Delsán) de San Juan de la Peña, en el cuento “Un perro entre reyes”. O sea que, sinceramente, sobre el rollo de los catálogos, en contra de lo que ha podido pensar mi admirado y queridísimo Carmelo Ramos Rebullida, ese excelente artista y gran ciudadano que realiza una magnífica exposición en Montemuzo, no me molesta en absoluto no tener catálogos ni pagar cuatro o 3 euros. Pagar un catálogo te hace mucho más libre, aunque lo hayas escrito tú. Más, un poco más de cinco o seis o diez euros, ya te invita al resentimiento. No todo tiene que estar impecablemente reglado.
Me he dilatado innecesariamente en este introito, porque en realidad lo que quería decir es que salí a las dos y media de la mañana de Heraldo, y me encanta conducir, atravesar la ciudad silenciosa y casi deshabitada, que sientes que es sólo para ti con sus luces, con sus aves noctámbulas, con sus garitos de Conde de Aranda aún entreabiertos. Siempre enciendo la radio: escucho “Hablar por hablar”, y me fascina la voz de Mara Torres, su timbre, su delicadeza, su manera de preguntar, cómo administra el silencio de los otros y de sí misma. En la radio siempre te enamoras de una voz: te la imaginas, construyes el cuerpo al que le supones esa voz, como si fueras un escultor en proceso de creación, y no aciertas nunca. Ni falta que hace. Oyes que alguien habla del perro que ha abandonado porque ha tenido un niño y sentía celos del recién nacido, y oyes varias llamadas que le reprochan lo que acaba de hacer, alguien dice que lleva siete años viudo de su perro y que aún no ha superado su dolor; oyes hablar a la señora que le dice a su madre en Bilbao que sí, que tiene cáncer, pero que irá pronto a verla, que no va ahora porque tiene un gripazo: es tan generosa que lo coge todo; oyes a la señora que quiere saber qué ha podido ocurrir con una madre con cinco hijos, cuya historia la dejó estremecida; oyes como otra señora, que está en proceso de curarse la halitosis, le aconseja a otra como remediar la de su marido…
Pero la historia más bella de la noche, que era también bastante teatral, y en ese caso el actor habría obtenido el papel de impostor, es la del joven estudiante de 1.78 que sólo pesa 57 kilos, a veces 65, y todo, esa reducción paulatina y evidente de kilos, se lo provoca su novia, que debe ser un poco ninfómana (él no quiso decir eso, lo apuntó), pero muy lenta en la conquista del placer. Hacen el amor entre cuatro o cinco veces al día, ahora no que ella es estudiante y está fuera; cada coito suele durar entre una hora y dos, “a ella le cuesta mucho y le gusta que se lo hagan todo, el que suda soy yo, claro”. No dijo que fuese una chica pasiva, la verdad, sólo reveló que estaba muy delgada. Explicó además que antes él tenía un consuelo estupendo durante el período de la regla: podía descansar siete días y recuperar algunos gramos, soñar de nuevo con volver a los 65. Pero que, en una de ésas, experimentando por aquí y por allá para aliviar escozores y otras suertes íntimas del deseo, han descubierto otro modo de hacerlo, un modo de hacerlo que elude los inconvenientes de la sangre y sus olores. Mara Torres, tan cautivadora y sensual, entendió de que se trataba, y no se prodigó en explicaciones, y leyó algunos mensajes del chatín (cómo ella le llama al chat) o del correo: “¿Ella también pierde tanto peso como él?”, “¿Por qué no lo hacen en la cocina y comen mientras follan?”, “¿Por qué no lo hacen sobre la lavadora y aprovechan los latidos del centrifugado, así harían menos fuerza?”. Alguien también le llamó al chico “Casper”, fantasma. ¡Cómo si el día no diese para cinco coitos bien administrados!, sugirió él o digo yo ahora, que ya no estoy seguro del todo. La frase más bonita y prometedora la escribió una chica: “Chico, tú eres mi ídolo”.
Cuando yo estaba llegando a casa, a Mara Torres no se le ocurrió otra cosa que recordar que había luna llena. Dijo que en Madrid no se veía por la niebla. En Zaragoza, la luna era como una barca huidiza y desmigajada que bailaba en las olas del mar de nata del cielo.
*La foto del Mercado Central de Zaragoza, que concibió Félix Navarro, pertenece al archivo maravilloso de BanK Hacker. Si le molesta a alguien la retiro.
9 comentarios
Creative Recreation -
Si quieres -
un lugar Mara Torres Pincha
agustina -
tendre que ponerme en mas pocisiones contestenme al mail por favor
muchas gracias
Antonio DAZA -
A.C. -
pero me temo que el chico de 1.78 preferiría no saberlo.
Gracias. Un beso.
Mara Torres -
Antonio -
Antonio PÉREZ MORTE -
¡Todas las noches me duermo con ella encendida!
¡Quizá Casper no sea tan fantasma como parece!
A veces la realidad supera la ficción, y el tema de la ninfomanía es muy serio para andarse con bromas:
Cinco coitos (de hora y media de promedio) son siete horas y media diarias. ¡No me extraña que el chaval pierda peso!
El día, bien administrado, puede dar para mucho, pero no para tanto... ¿O sigues pensando que sí, Antón?
Casper debiera echar hoy un polvico menos y llevar a su chica al especialista.
Cide -
Suelo dormir a la hora de hablar por hablar, pero cuando por alguna causa trasnocho o me desvelo enchufo el radio reloj para volver a dormir escuchando a Mara Torres.
No sé cuántas de esas historias son reales, pero sin duda son una rica fuente para imaginar como es la vida fuera de mi cuerpo, en otros cuerpos, en otras mentes. Si alguien me dijera: "quiero escribir una novela pero no sé sobre qué", le diría que se inspirara en alguna de las historias que suenan en los programas nocturnos de radio y fantaseara sobre ellas.