LA "POESÍA COMPLETA" DE MANU CÁNCER, EN OLIFANTE
MANU CÁNCER:
LAS PALABRAS NECESARIAS PARA VIVIR
Manu Cáncer, Juan Manuel Cáncer Trincado, (Bilbao, 1954-Madrid, 2002) siempre deseó ser escritor. Encontró en la poesía su natural forma de expresión. A lo largo de sus 48 años de vida consiguió concluir tres poemarios: ¡Grita!, que inició siendo un adolescente de 16 o 17 años en Bilbao, volumen aparecido en 1981 en edición de autor; Blues de todos los jueves (Ópera Prima, 1998), proyecto en el que recuperaba algún poema anterior y ensanchaba sus obsesiones, y Palabras que se mueven, el libro que dejó inédito y posiblemente acabado al morir en 2002. En los últimos tiempos había entrado en un periodo feliz y fértil; redactaba cuentos (uno de ellos, “Habitación 306”, fue galardonado en el IV premio de Paradores y recogido luego en un libro conjunto de 2003), trabajaba en una suerte de autobiografía novelada, proyectaba abordar la historia de su padre, condenado a muerte tras la Guerra Civil y avanzaba en la escritura poética con esta sensación: “Vivir los días que me queden // robándole a la vida // sus joyas férreamente custodiadas, // con la ventaja // inestimable del factor sorpresa”.
Su infancia transcurrió entre Bilbao y los veranos de olivares y viñedos de Arnedillo (La Rioja). Cursó estudios en Solocoetxe, la escuela donde daba clases una figura esencial de su vida: su abuelo materno Francisco Trincado, que lo encauzó con delicadeza hacia el estudio de la Historia. En su último libro, Palabras que se mueven, Manu Cáncer compuso el poema “Te regalaré un cuento”, que parece una pieza inequívocamente amorosa, de plenitud con la amada, sin duda, pero también podría evocar los métodos narrativos de su propio abuelo:
Te regalaré un cuento encuadernado
en rústica de arena.
Escribiré un relato breve, para ti,
con finas palabras de sueño.
El argumento es tu complicidad,
simplemente
tu amor.
La pequeña leyenda dirá que te he querido
y la leyenda miente:
Te seguiré queriendo
más allá de las páginas
del sueño.
Yo te sigo queriendo
después del vidrio viejo
de palabras como éstas,
recién desenterradas.
Tras realizar el Bachillerato en Jesuitas, Manu Cáncer entró en la Universidad de Deusto, donde se licenció en Filosofía y Letras, rama de Historia y más tarde cursó estudios de periodismo en Bellaterra. Cáncer ofrecía en esos años dos perfiles diferentes y complementarios: el de la militancia política de izquierdas un poco al margen del PCE o de otros movimientos y partidos, pero no en la retaguardia exactamente, sino en una distancia que a él se le antojó justa; y el del hombre intimista que se movía como un pez en el agua en el ámbito de la contracultura, el hippismo y los ecos del mayo del 68, y quería afirmar su condición de poeta incipiente. Cáncer y sus amigos Dermit y Esparta, entre otros, eran jóvenes brillantes e inquietos, con una postura vital que se reflejaba a diario en sus apuestas, en su forma de vivir, en sus lecturas, en su fervor por la política. “Manu -recuerdan sus hermanas Elena y Susana- hizo la carrera por compromiso y por exigencia familiar, sentía rechazo por el mundo académico. Nunca ejerció la docencia, ni quiso hacerlo. Sus amigos lo recuerdan como un hombre feliz, muy interesado en la política nacional e internacional, con una gran capacidad para contar la Historia y para glosar con auténtico entusiasmo el mundo árabe y romano” “Eran aventureros, amigos de experimentar, enfrentados con el sistema del momento. Al fin y al cabo, eran los años del franquismo y de una enorme ebullición política”
De forma muy diferente, su padre Manuel Cáncer y su madre Inés Trincado serán determinantes en su vida. Su madre será siempre su cómplice, su mejor amiga. Manu empezó a escribir bajo su influencia. Y para ella fue siempre el hijo perfecto. En Blues de todos los jueves le rinde un homenaje explícito, aunque se trate de un poema de misteriosas sensaciones: “Mi madre está llorando. // Mirando el parque por la noche, //mi madre está llorando. // La gaviota ha llegado // pero la luna no. // Es difícil creerlo, // la gaviota ha llegado // pero la luna no, // mi madre está llorando. Su padre, que presentaba en ocasiones un perfil autoritario de hombre recto y luchador que se ha hecho a sí mismo, tenía una cierta aureola de leyenda: había nacido en Alcubierre (Huesca) en 1916 y combatió, durante la Guerra Civil. Con la victoria del general Franco, sería detenido y condenado a muerte. Estuvo preso en Huesca, en Burgos, en Torrero (Zaragoza) Al final quedó en libertad e inició una nueva vida en Bilbao. Manu le dedicó, entre otros textos, el “Poema de alquitrán”, que ha sido inscrito en parte en su lápida del Cementerio Civil de Madrid y que no figura en su libro póstumo. El azar quiso que padre e hijo compartan para siempre ese nicho. El poema dice así:
Sobreviviste al barro de los mapas
y un silencio
de cárcel y dolor, inventado con prisa,
rompió tu juventud como un espejo amargo.
Desde siempre soñabas
que los trenes llegasen probablemente un día
al trigo verde de las tierras altas.
A veces no es difícil recordarte
en los rumores sordos
de aquel Bilbao mojado y diferente,
y en los días nublados de azul gris imposible.
Y tampoco es difícil
presentar tu energía,
escrita en muchas noches de trabajo
con la caligrafía más rotunda
del alquitrán templado.
No es posible llorarte sin recordar tu fe,
sin pedirle a la lluvia
responsabilidades:
con una sola lágrima
tú pudiste guiar
el rumbo de los barcos y la melancolía.
Y no te vi llorar.
En la ceniza azul quedaba tu figura
de hombros más bien cargados,
porque a partir de ahora
esta brisa primera de cada madrugada,
esta brisa será quien mejor sepa
que el tren de tu destino
ha llegado por fin
al trigo verde de las tierras altas.
El poema es una biografía elíptica del personaje y una incontestable muestra de cariño y respeto, aunque entre los dos la relación nunca fue fácil. Manu Cáncer vivió en los años 70 una intensa relación amorosa con su primera novia, Pura que tiene su eco en ¡Grita!
Más tarde se traslada a Madrid y luego a la Ibiza de los 80, mitad cosmopolita, mitad mediterránea, donde se inicia en el comercio de antigüedades, enfocado hacia un coleccionismo elitista. Allí el poeta dio rienda suelta a sus aficiones: le encantaba el Mediterráneo, la gastronomía, la existencia apacible ante ese mar que desata sensualidad y sosiego con su temblor tranquilo, y además multiplicó sus lecturas. Algunos de sus compañeros de viaje de entonces eran Lorca, Pablo Neruda, León Felipe, Miguel Hernández, Blas de Otero, Vladimir Maiakovski o Walt Whitman, cuyas “Hojas de hierba” leía con frecuencia, pero también frecuentaba a Homero, tanto en “La Odisea” como en “La Ilíada”, a los poetas de la “beat generation”.
A mediados de los años 80, Manu conocerá a la que será su compañera durante casi 20 años: Carmen Fábrega.
Carmen, o la propia idea del amor en abstracto, es la destinataria de muchos de sus poemas amatorios, que son mayoría en sus dos últimos poemarios: Blues de todos los jueves, que presentó en El Clamores en 1998 y que tiene una indudable inspiración musical, y en Palabras que se mueven, su proyecto final.
Su muerte ocurrió inesperadamente en marzo de 2002, cuando ya se había volcado por completo en la creación literaria, tanto en la modalidad poética como en la narración.
¿Cómo es su poesía? Ya en su primer libro ¡Grita! decía que “un poema no es otra cosa que un abrazo”, y advertía en otra composición, que tiene algo de manifiesto personal y a la vez de poética, que “Yo no escribo con técnica, // escribo con zapatos // usados. (…) Traigo tierra en mis manos, // la tierra solidaria que todo lo desborda. // Ser escritor es mirarse en las ventanas de los trenes, // es sentirse lluvia, // es hacer barricadas y sacar prisioneros de las cárceles”. Aquí están esbozados algunos aspectos de su lírica de aquel momento: poesía de una experiencia íntima, de las emociones y del combate, escrita con palabras directas y sencillas, con una retórica vivida, en la línea de Miguel Hernández, de León Felipe o de Blas de Otero. Este primer libro lo inició muy joven, y lo fue madurando durante años. Si es cierto que ya tenía algunas versiones o primeros poemas a los 17 años, lo aquilató y lo redondeó a lo largo de una década. Puede decirse que en esta primera tentativa se percibe una vena social insistente, “grítale al hombre”, “sal a la luz del éxtasis y grita”; una desazón entre juvenil y existencial permanente, se habla una y otra vez de esos profetas que se convierten en los guías de la revolución.
Emplea elementos simbólicos muy propios del momento, al menos desde una órbita de la izquierda militante del último franquismo y los inicios de la Transición: el pan, el grito, el humanismo, la política, el amor a la vida, la calle, el guerrillero, el peligro de vivir y de ser libres, la identidad y la proximidad de la muerte, que es un tema que reaparece una y otra vez desde la impostura de quien es rabiosamente joven: “Sé // que me estoy muriendo: es profeta hasta el junco, hasta el agua y la noche, // sé que me estoy muriendo; en tu hijo gritando, nacido sin nacer, // sé que me estoy muriendo”. Pero aquí ya evidencia su interés por el paisaje, por un conjunto de sensaciones vinculadas a su memoria y a la tierra. Quizá sea éste uno de esos mejores momentos: “Respiro sol de otoño // y bajo las colinas corriendo, // bailo por entre los viñedos // y canto esa canción subido en un almendro // chupando la uva fría de polvo y madrugada, // he vuelto, sé que he vuelto”. El amor empieza a ser un asunto decisivo, aunque su visión y la experiencia directa se harán más rotundas en los dos libros siguientes: “He buscado tu nombre // musicando fieramente el silencio”, anota. ¡Grita! es un libro de tanteos, impulsivo, de discurso torrencial y a veces prosaico, de definiciones constantes, de afirmación y de búsqueda de una voz que intenta ser propia en medio de un contexto difícil: “Casi siempre regreso a mis viejos amigos, // y casi siempre escribo poemas // de vino // y calles viejas, // soy de esta gente con olor a sandía, a madera, // de esa gente con manos de humedad; // tengo algo de poeta, soy pescador y cosechero y albañil, // soy un poeta callejero // y el viejo tejedor y el cómico ambulante // y el peón caminero, // ésta es toda mi vida”. El Pablo Neruda de las Odas elementales y el Rafael Alberti de libros como Coplas de Juan Panadero bien podrían resonar al fondo.
Manu Cáncer tardó 17 años, nada menos, en publicar Blues de todos los jueves (Ópera Prima, 1998. Llevaba un prólogo del editor José Antonio Pastor). Había madurado mucho desde entonces, había vivido intensamente y había viajado. Una buena parte de los poemas del libro es presentada como canciones. Repite algunos textos del libro anterior (que se suprimen en esta edición de Olifante) e incluso se permite algunos ejercicios de reescritura. Ofrece algunas series como “La canción del viajero”, con cinco piezas, o “Morir en los olivos”, con tres; el olivo es uno de esos árboles talismán para el autor: dice en otro lugar “el olivo, solamente el olivo // es el país del que yo vengo, // la puerta de madera de mi casa”. Todo el poemario ofrece un reencuentro en el paisaje, un nuevo lirismo amoroso, centrado en C. (que debe ser Carmen Fábrega, su compañera durante veinte años), y abundan las alegorías sobre un tránsito exterior acomodado a una intensa experiencia íntima de reflexión y entrega. La exaltación de la amada es continua en composiciones muy diferentes, de gran finura sentimental. En “Saberlo todo” leemos: “La noche // se hizo para mirarte // mientras duermes // y admirar tu quietud, con ternura, // decirte cosas al oído, // saber que estás en paz. // Saber que amarte // es saber todo”. En otro lugar, escribe: “También te he escrito amor en un tobillo”.
Las alusiones musicales persisten en el inédito Palabras que se mueven, especialmente en uno de sus poemas más largos y ambiciosos: “Bolero de María Cartago”, donde el autor ensaya la composición narrativa y asume la voz de María, nacida en Cartago, cuyo destino “era leer en la relojería de los sentimientos”, y explica que “No tuve más belleza // que volver a escuchar los golpes de martillo // y que esperar el telegrama nuevo de la primavera”. En el libro hay muchas más cosas: Manu Cáncer sigue cantándole al amor, a la naturaleza, a las pequeñas cosas de su existencia diaria con todo su arsenal de desengaños, a su memoria colmada de recuerdos con almendros, olivos y parrales, que parece la flora que integra su imagen del edén, y hace recuento de distintos momentos de su vida a través del recuerdo del perfume de la mujer amada, las monedas, las leyes, las cartas (algo que también aparecía en el libro anterior) o de esas irremediables lágrimas que se le escapan de los ojos y de un hondo penar mientras deambula entre las sombras de la noche en una jornada que llegará tarde a casa. E incluso esboza un cuento fantástico en verso como “Las campanas del mar”, e insiste con el poema narrativo en “El escritor de la puerta del sur”. Cierra el volumen con una pieza breve como “Nombrar”: “Nombrar las cosas es abrir la puerta. // Nombrar las cosas // es cerrar las manos // y guardar la nieve”.
Manu Cáncer, Juan Manuel Cáncer Trincado, había empezado “a vivir las estaciones como países que se conocen por primera vez”. Había recuperado el pulso poético, el gusto por la palabra, la urgencia de vaciarse en el poema con palabras emocionantes y acaso melancólicas, sin asomo de culturalismo, transidas de desnudez, de atmósfera y de encendido amor. Y cuando andaba en ésas, cuando acumulaba cuadernos y notas y se imaginaba una parsimoniosa carrera de escritor, lo sorprendió la muerte. “Si la sombra de un hombre va llenándose // de abecedarios desgastados y calendarios viejos…”, escribió en una ocasión. Nunca lo conocí (me han hablado de él y de su mundo sus hermanas Helena y Susana Cáncer, el realizador Antonio Gómez Olea, su madre Inés Trincado…), pero es fácil entreverlo y quererlo a través de sus poemas: tres libros que resumen 30 años de escritura poética para sí mismo, tranquila y diáfana, tres libros que son la mejor fotografía de un hombre cariñoso y comprometido, prisionero en ocasiones de dolencias casi misteriosas, que sostenía que querer era celebrar con su amada “la suavísima luz que parece azafrán muchas mañanas”.
*Olifante, la editorial de Trinidad Ruiz-Marcellán y Marcello Reyes, acaba de publicar la "Poesía completa" de Manu Cáncer. El libro se presentó ayer en la Feria de Monzón, y el 19 en Antígona. Incuyo aquí el prólogo al volumen; la solapa es del profesor y poeta de las Cinco Villas, Miguel Ángel Longás.
0 comentarios