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Antón Castro

MARÍA DE CÁDIZ O LAS NOCHES DE SCHEREZADE

MARÍA DE CÁDIZ O LAS NOCHES DE SCHEREZADE

He vuelto a oír “Hablar por hablar”. Un muchacho contaba una historia de amor al calor de la música en un bar. En un instante,  entre las  sombras, distinguió una muchacha que lo miraba, fue un flechazo instantáneo. Conversaron, hicieron planes de volver a verse e incluso él le pasó a ella el teléfono. Él, que no ha podido olvidarla, está desesperado y aguarda una llamada. Repasa los gestos, el color de los ojos, la música de las palabras de ella en la penumbra, percibe como un espejismo la caricia de su aliento. Cree que si no lo llama es porque ha perdido el teléfono, pero no va perder la calma: acabará encontrándola porque sospecha que ese amor de tan grande que es se ha vuelto imprescindible. También para la bella muchacha que ha desaparecido. Así son los amantes…

Más tarde, llama alguien para anunciar de nuevo, como todos los años, y van allá trece, que participa en un Belén viviente. Mara Torres recuerda el impacto que ha producido un texto que leyó el día anterior Cristina sobre la muerte. La joven atribuyó el poema o la prosa a San Agustín, aunque los chatines, que nunca se desvelan, habían encontrado otras muchas referencias y, entre unos y otros, habían remitido más de 50 o 60 correos con noticias de otras atribuciones. Desde ese instante, como un sonido subliminal, me pareció que el programa adquiría un carácter un tanto fúnebre. Juanma Frasquet, imagino que sería él como tantas otras noches, seleccionó una música que parecía evocar a Nino Rota, más tarde otra que remitía a Santana. En ese instante, yo ya había llegado a casa y había salido a la explanada con la perra Noa. Me percibía inquieto con los cascos. La noche se puso un poco melodramática; pensé que las últimas parejas o las últimas novias solas que volvían a casa traían como un gesto algo perturbador. Las sombras también le hacen volverse a uno más suspicaz o temeroso. Juan, creo que se llamaba Juan, contó una historia de sospechas y de amago de ruptura con su novia. Había descubierto un teléfono móvil, tras el teléfono móvil había un hombre, otro hombre, pensó él, incluso pensó en batirse en una especie de duelo o algo así, y finalmente cuando le preguntó a la muchacha quién era él, quién era el otro (como solía decir antaño Dyango), ella dejó de responder a sus llamadas. Tras el móvil se alzó un muro de silencio y otra montaña de sospechas: ¿A quién ama mi novia, emboscada en la noche? Juan, que encontró el consuelo melodioso en la voz de Mara Torres, lloraba, gemía, se excitaba. Se había desesperado incluso mucho antes de salir a antena: en un ataque de furia, de ira de amante que imagina que le han traicionado, castigó a golpes el salpicadero de su coche, la luna delantera.

Cuando la noche parecía remontar; la adormeció una señora que llamó desde Extremadura para denunciar la violencia cotidiana, la inseguridad en las calles, narró algo espeluznante, y antes de despedirse rindió a homenaje a John Lennon como si estuviese pidiendo a los forajidos noctámbulos aquello de “Dad una oportunidad a la paz”.

Antonio de Sevilla trajo la gracia muy a su pesar. Acaba de cumplir 21 años y se va a independizar: deja el  empleo en la empresa paterna y marcha a Málaga para trabajar de peón. Mara le preguntó, de ese modo especial que no sé describir del todo: “¿Es familiar la empresa o qué?”. La entonación en la radio es espléndida y sugerente. Insistió con otra pregunta: “¿Qué vas a echar de menos de la empresa?”. E incluso le puso otro interrogante inesperado: “¿Amueblarás tu casa como la han amueblado tus padres?”. El joven tuvo una salida airosa: recordó que era hijo de currantes y que sus padres habían amueblado muy bien la casa. Mara tiraba del carrete de  las confidencias y le anunció: “Es bastante particular montar una casa solo”. La música me parecía íntima, cálida y dramática a la vez. Y yo, en medio de la noche, había dejado a la perra triscando entre las hierbas y la tierra sin percatarme de que llevaba una braguita roja con pañal porque tenía la regla. Siempre me ocurren cosas muy pintorescas con los perros. ¿Qué habrían escrito los chatines de saberlo?

La llamada más bonita de la noche fue la de María de Cádiz, que tiene un novio a 65 kilómetros, al que sólo puede ver cuatro veces al mes de septiembre a marzo; entre marzo a septiembre, hasta cinco días a la semana. ¿Cuál es la razón? A su novio le gustan mucho las chirigotas y ensaya constantemente; a ella, salerosa como un Ave del Paraíso (de ésas a las que canta su paisano Javier Ruibal. Sería bonito que una noche le dedicase esa canción Mara o Juanma Frasquet), no le gustan nada, eso lo lleva por la calle de la amargura. “No sé  cómo encontrar el equilibrio”. Dijo que ella no asiste a los ensayos, ni tampoco a las actuaciones ya de paso, porque las novias de los compañeros de su novio se juntan en un rincón, como si fuesen mocetas de posguerra, y no hacen más  que criticarlo todo o hacer comentarios del tipo: “Tenemos que aprender a guisar para mantener a nuestros futuros maridos”. Ahí, coñe, María de Cádiz se sublevó: si ella quiere  ser médico y sólo tiene veinte años. Veinte años tiene mi amor, María de Cádiz, como ellas. No recuerdo si fue Mara o los chatines, había 200 conectados, quienes preguntaron: “¿Cuándo lo ves en el escenario no sientes admiración?”. La niña no se pronunció en exceso, sí reconoció que su novio “era gracioso, pero no payaso”. Y confesó, con desolación, con spleen / esplín (aquel “Spleen” enfermizo de Baudelaire: que es desencanto, cansancio, angustia y melancolía, todo amasado): “Estoy bloqueá”. La niña del sur reconoció que durante los restantes meses su novio estaba hasta cinco días a la semana con ella, que casi la atosigaba. Y ni lo uno ni lo otro: buscaba la armonía de las visitas. Pese a todo, María zozobraba de inquietud: no sabía qué camino tomar. ¿Lo dejará, no lo dejará? Lo único que parecía claro es que odia las chirigotas de Cádiz. Y que su novio le gusta mucho, aunque el oyente puede pensar que algo menos de lo que dice.

Luego entró desde Huelva, Crescencio. Llevaba años intentándolo, intentando entrar en antena, y lo logró, pero no se lució mucho: habló de inseguridad ciudadana, dio algunos consejos a Juan, el amante presuntamente engañado, vino a decirle que piense mal y acertará, y se extravió con la especulación inmobiliaria, el fútbol y la historia del Recreativo de Huelva. Mara, con sutileza, le dijo que cambiara de asunto, que ya se hablaba mucho de política con Francino, y casi más de fútbolen “El Larguero”. No se atrevió a decirle que hasta se abren los informativos de todas las cadenas con un tal Luxemburgo, al que han echado. Dulcemente, la presentadora le invitó a despedirse.

Mi perra Noa se había ido lejos. Mi hijo Daniel salió a buscarme, debió pensar que me habían raptado o que me había abstraído en exceso oyendo a Mara. Entretanto, yo tomaba algunas notas en el “Magazine” de “La Vanguardia” (al lado tenía la espléndida edición de un libro sobre el Barroco de Mario Praz, “Imágenes del Barroco. Estudios de emblemática” de Siruela, que no podía rivalizar con tantas pasiones desgajadas, la verdad), donde hay un reportaje fotográfico de Shakira y otro, admirable, sobre Sarajevo: diez años después de sus primeras tomas, Gervasio Sánchez regresó y captó edificios y calles restaurados. Había sido una noche de minúsculas demoliciones, de amores que se desploman, que Mara intentó levantar con esas preguntas envolventes, con ese juego parsimonioso que invitar a construir un cuento en la noche. Es su estrategia de seducción: la vida por una frase. Y ahí María de Cádiz se llevó la palma y nos hizo recordar de nuevo a Javier Ruibal: Niña, “¿Qué está pasando en Cádiz?”. Ella, sin saberlo, había sido como Scherezade.

* No sé si será así María de Cádiz, ese Scherezade de las noches de la radio. Ella es Zhang Ziyi, la gran actriz china, que está estos días en el centro de la polémica por "Memorias de una geisha".  Una de las películas de amor más bellas que he visto nunca es "El camino a casa" de Zhang Yimou, en la que ella debutó a los  20 años. Zhang Ziyi (Beijing, 9.02.1979) también ha interpretado del mismo director películas como "Hero" y "La casa de las Dagas Voladoras". "El camino a casa" era una película en blanco y negro, que tenía un oasis central, en color, una isla de felicidad, donde se narraba la historia de amor de un profesor y de una bella muchacha que era Zhang Ziyi.

4 comentarios

MARA TORRES -

La semana que viene pondré a Ruibal.

una escuchante -

Yo pienso que merece la pena perder el sueño escuchando "Hablar por hablar" porque al final, cuando hago balance, tras algunas historias, me doy cuenta de que en realidad no pierdo sino que gano, ya que cada madrugada aprendo.

El programa me gusta mucho. Cierto es que por la mañana, cuando el despertador suena y hay que levantarse, al principio hay sueño, pero se pasa pronto.

Me gusta cerrar cada día escuchando el programa,... sin las prisas, el estrés, ni los ruídos que tuvo el día,... Es mi momento para la evasión ;)

A. C. -

Querido Cide: eres un poeta desde la ingeniería, un navegador de emociones que parece tener 3.000 años de edad. ¿Estás seguro que no eres un impostor, huido del Quijote o de "Las mil y una noches" y no ese Sergio que ha impresionado a Javier Torres y a José Luis Melero, entre otros?

Mil gracias de nuevo. Cuando veo tus comentarios, se me fortalecen los ánimos. Me ocurre como ese escritor vivo que está muerto, al que evocaba el otro día Mariano Gistaín: tengo ganas de seguir escribiendo, de poner aquí más notas. Me alegra además que te guste Javier Ruibal, porque imagino que te referías a él.

Un abrazo. Y viva la alegría.
Otra nota: he leído el artículo de ángel Giner, y es espléndido, sobre todo en los detalles, en las gestas. Ángel es un sabio de ciclismo y un tipo estupendo. Cúidate y sigue pariendo alegría.

Cide -

merece la pena no perder sueño en escuchar el programa y leer tu fantástico resumen.

Me veo en el primero de los casos que cuentas. A mí también me ha ocurrido alguna vez esa fascinación repentina por una mujer que no conoces. Lamentablemente, la fascinación no suele ser mutua.

Yo siempre que la veo pienso en la mujer de la que hablaba Azorín en Las Confesiones de un pequeño filósofo:
http://cide.blogia.com/2005/031401-un-texto-de-azorin..php

¿Cómo vais a razonar vuestra tristeza?