Entrevista / Cada libro de Ricardo Vila es un acontecimiento: un prodigio de luz, de textura, de encuadre. Con “Viñas de vida”, patrocinado por Viñas del Vero, recibió el primer premio al libro mejor editado en el apartado de Obras Generales y de Divulgación del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
“No hago una foto sino es para un libro”
Cada libro de Ricardo Vila (Zaragoza, 1959) es una aventura: un compendio de paciencia, desvelo, esfuerzo y pasión. Desde hace algún tiempo, la fotografía sólo tiene sentido para él si luego cristaliza en un libro. “Viñas de vida” nació de la casualidad. O de la aceptación de sus trabajos. Tras recibir uno de los premios “Viñas del Vero” a la Difusión de la Naturaleza, depositó en la empresa vinícola sus libros: “Siete años con las aves” (1995), “Al compás de las estaciones” (1996) y “Rural” (1999). Un día lo llamó Amparo Cuéllar, la directora de marketing, y le dijo: “A la gente le encantan tus libros. Los comentan con entusiasmo. ¿Podrías hacer uno igual, con idéntico formato, sobre las viñas?”.
¿Y así empezó todo? Sí. Al principio me asusté un poco. A mí me gusta algo más genérico. Pero enseguida lo vi: había material. Me di una vuelta por esos paisajes en julio o en agosto, y vi detalles del trabajo, la fauna, las geometrías del campo, esos puzzles de los viñedos.
¿Cómo se encara un paisaje así? Con respeto y con sentido del desafío, intentando hacer algo distinto.
Con respeto y con sentido del desafío, intentando hacer algo distinto.
¿Cuáles son las características de estos paisajes del Somontano oscense y de Barbastro?
-Las luces del alba y del atardecer. Son luces rasantes que resaltan mucho los objetos, la flora, los terrenos planos. Crean sombras alargadas, muy bonitas y hay un gran contraste de colorido en primavera, aunque lo que me maravilló, lo que me ganó para el trabajo, fue la fuerza del otoño con esos colores amarillentos y violáceos de los “moristeles”...
¿Conocía previamente estos lugares?
-Muy superficialmente. A mí me ocurre una cosa curiosa: yo no hago una foto si no es para un libro. No soy un fotógrafo de ésos que siempre llevan la cámara por ahí. Me cuesta coger la cámara, disparar me resulta un sacrificio enorme, no suelo hablar de películas ni de cámaras nunca. Llevo mi Hasseldblad y mi Nikon...
En un mundo de tantas imágenes y visiones apasteladas del paisaje, ¿cómo se puede evitar el tópico?
-Eso depende de la sensibilidad de cada uno. Se trata de captar un ángulo concreto y de haber visto mucho para no caer en el estereotipo. Aunque hay algunas fotos y encuadres tópicos, “Viñas de vida” en general no es tópico, y para salirme de eso había que buscar la luz extrema, madrugar mucho y buscar durante el día el lugar adecuado y esperar hasta las últimas luces del atardecer. Así el éxito está casi garantizado. Yo cambiaría la palabra “componer” por “encuadrar”, por el encuadre, que es complejo. Ahí sí que he hecho una apuesta peculiar.
Ahora que habla de esto, no es lo mismo fotografiar animales, en movimiento, o la naturaleza, más bien estática...
-No, desde luego. Soy un admirador de los fotógrafos que captan animales. Hay muchas bestias a las que casi ni puedes ver. Pienso en los urogallos. Cada vez es más difícil lograr permisos, pero además es complejo seguir sus rituales. El urogallo va a dormir a un cantadero, que es una zona umbría del bosque. A las cinco de la mañana sale de ligue como si fuera a la “zona” a buscar a la urogallina. Y ahí, entre los machos insomnes, se crean unas peleas tremendas... Para fotografiar fauna se necesita paciencia, el conocimiento del hábitat del animal y la observación, que es la auténtica clave del éxito.
¿Cuál es la importancia del azar en su trabajo?
-Ocurre igual que con la inspiración: la suerte, que existe a diario, te llega cuando estás muchas horas al acecho. Yo antes era un gran trabajador. Tenía una voluntad inmensa. Ahora, lo que me anima es la idea global del libro: la concepción, la estructura, la organización interna, la idea de conjunto.
¿Qué fotos le han robado el sueño?
-Las de la carraca, que casi han sido medio libro. Le dediqué más de 300 horas en total, al pie de su escondite, en invierno y en verano, y entre 700 y 800 fotos. Para este trabajo de 170 fotos he disparado alrededor de 10.000. A la carraca lo hice hasta con tres cámaras a la vez. La alta velocidad es muy complicada y exige unos flashes rapidísimos...
Todo su esfuerzo estaba encaminado hacia el libro. ¿Cómo se lo imaginaba?
-Como ha salido. Ahora me llama mucha gente, muchos fotógrafos de la naturaleza que me dicen que el libro que sueñan es así. Como estas “Viñas de vida”: con mi diario en español e inglés (los textos para mí son fundamentales: siempre quiero expresar sensaciones, recuerdos, detalles de tanto trabajo), y con esta maquetación y este diseño de Paloma Zamora, que tiene muy buenas ideas. Yo soy el editor, Darana, la editorial de Murcia, es la productora y Viñas del Vero es la empresa patrocinadora. Debo decir, en honor a la verdad, tres cosas sobre Viñas del Vero: la libertad que me dieron fue increíble, no escatimaron presupuesto y la idea de hacer el libro sobre los viñedos fue de ellos. Todo eso se lo agradezco enormemente.
¿Qué proyectos tiene ahora?
-Estoy haciendo un libro sobre la naturaleza y la historia del Prepirineo; luego quiero hacer otra monografía sobre el Pirineo, y voy a realizar otro libro, en blanco y negro, sobre los viñedos, centrado únicamente en Secastilla.
Además, Ricardo Vila acaba de publicar un nuevo volumen de fotos “El Reino de las Luces”, sobre los Mallos de Siglos, en Ibercaja, con textos de varios autores.
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