Blogia
Antón Castro

ESTIRAGUÉS "EL SORDO": ELEGÍA POR EL MARCADOR IMPLACABLE

LA LEYENDA DEL TIEMPO (SERIE DE UN LIBRO SOBRE EL REAL ZARAGOZA)


 Luis Belló, aquel interior de clase y galanía, aquel entrenador inolvidable que hizo enorme al club en dos meses de felicidad, recuerda a José Estiragués "El Sordo" como un "jugador de brega, batallador e incansable, marcador implacable, pero dotado de una técnica personal, superior a la que siempre se le ha supuesto. No llegamos a jugar juntos en el Real Zaragoza, pero sí en muchos partidos benéficos de veteranos por los pueblos. Era un futbolista de club con más técnica de la que aparentaba". Hace no demasiado tiempo, el empresario y casi legendario volante e interior del Zaragoza durante cinco años moría inesperadamente. El fotógrafo Antonio Calvo Pedrós lo vio jugar cuando empezaba a pasear sus primeras cámaras por el viejo estadio de Torrero: admiraba su pundonor, su entrega, su concentración. El reportero eterno del Zaragoza lo saludó por última vez en el funeral de Noguera: estaba animoso y le gustaba invocar aquella temporada 55 /56 en la cual el equipo logró retornar a Primera División, tras haber jugado una dura promoción. "Era un gran tipo con el que daba gusto conversar", nos dijo Calvo Pedrós.
 Luis Belló, aquel interior de clase y galanía, aquel entrenador inolvidable que hizo enorme al club en dos meses de felicidad, recuerda a José Estiragués "El Sordo" como un "jugador de brega, batallador e incansable, marcador implacable, pero dotado de una técnica personal, superior a la que siempre se le ha supuesto. No llegamos a jugar juntos en el Real Zaragoza, pero sí en muchos partidos benéficos de veteranos por los pueblos. Era un futbolista de club con más técnica de la que aparentaba". Hace no demasiado tiempo, el empresario y casi legendario volante e interior del Zaragoza durante cinco años moría inesperadamente. El fotógrafo Antonio Calvo Pedrós lo vio jugar cuando empezaba a pasear sus primeras cámaras por el viejo estadio de Torrero: admiraba su pundonor, su entrega, su concentración. El reportero eterno del Zaragoza lo saludó por última vez en el funeral de Noguera: estaba animoso y le gustaba invocar aquella temporada 55 /56 en la cual el equipo logró retornar a Primera División, tras haber jugado una dura promoción. "Era un gran tipo con el que daba gusto conversar", nos dijo Calvo Pedrós.
He aquí su elegía y su leyenda. Nacido en Sabadell en 1929, inició su carrera de jugador en Maristas y luego estuvo en el Manresa y en el Español. Su padre no creía demasiado en el fútbol. Al parecer, un grupo de directivos azulgranas lo fue a buscar a su casa, pero su progenitor les rechazó. Deseaba algo más prometedor que el balompié para su muchacho. Le sedujeron en el Español y ahí decidió que el fútbol iba a ser su vida. No le fue fácil: le enviaron a mejorar en el Sabadell y en el Lérida, pero su juego y su coraje imparable atraían la atención. El Zaragoza, a través de Julián Díaz, fue a por él y le ofreció en mano, a su reticente padre o a él, 30.000 pesetas. Al poco tiempo ya vestía la camisola blanquilla y el pantalón azul, y correteaba por el viejo campo de Torrero como un lebrel.

         La Segunda División era un pozo. O un arrabal incómodo del infierno. Aquel Zaragoza no se dejaba asustar. Perico Lasheras estaba a punto de enviar al banquillo a Yarza (que viviría una segunda y prodigiosa juventud con "Los Magníficos"); los niños recitaban la defensa en el colegio como la tabla del siete: Torres, Alustiza, Bernad. Los medios eran Villegas y Gil Rubio. Y arriba jugaban Villarrubia, Estiragués (que se hizo con el puesto del ocho. Más adelante, usaría el cuatro y se ajustaría a las duras labores de medio volante de contención), Serer, el regateador Baila y Parés, que volvía. Chaves, el fantástico Avelino Chaves de Verín (Orense), que había sido máximo goleador de la categoría de plata la campaña anterior, intentaba recuperarse de su violenta lesión de menisco: aún resonaba en Torrero el crujido de sus huesos tras el lance cruel; también esperaba en la recámara un jovencísimo García Traid.

         Estiragués realizó una memorable temporada: jugó todos los partidos, salvo uno, y marcó siete goles. Con su sentido del sacrificio, su audacia ante el gol, un conjunto armado en todas sus líneas y la dirección sabia de Mundo, el Zaragoza ascendió. Y eso le permitió enfrentarse a los grandes clubs de la Liga. Quizá fuese Jacinto Quincoces quien le sugiriese a Estiragués que podía prestar una mejor ayuda al equipo si retrasaba su posición y se enfrentaba a figuras rivales.

         Para entonces ya era "El Sordo". Dice Ángel Aznar en su libro del Real Zaragoza que ese nombre lo traía de Cataluña: un día, un colegiado, por error, le atribuyó el puñetazo que había recibido en una discusión y lo expulsaron por doce partidos. Desde entonces, cuando veía un árbitro cerca o atisbaba un poco de gresca viril, se daba la espalda y huía bien lejos. Otros dicen que el apodo le sentaba también muy bien porque "pegaba a lo sordo como nadie". Pegaba o entraba con energía sin que el árbitro detectase violencia, y la prueba de ello quizá sea que no lo expulsaron jamás, y eso que marcó, anuló y aburrió a Luisito Suárez, Kubala, Panizo, Puskas o Rial. Narra Pedro Luis Ferrer, en el libro sobre el Zaragoza que redactó con Javier Lafuente, que un día le tocó marcar al merengue Rial (creemos que fue un 19 de diciembre de 1957, ya en La Romareda: vencieron los aragoneses por 3--1), y en los dos primeros envites, Estiragués "El Sordo" le castigó con su contundencia. Rial le dijo: "¿Hasta cuándo va a durar esto?". Estiragués respondió: "Toda la tarde".

         Algo semejante le sucedió con Puskas, uno o dos años después, al que sometió a un severo marcaje. Aquel fue un choque de titanes: Puskas usaba su orondo torso y sus codos para alejar al volante, y maniobrar a su antojo con su portentosa zurda, y "El Sordo" le lanzaba las andanadas que podía para detenerlo. Cuando terminó el partido, Puskas lo llamó a su lado, a un rincón. Aparentó que iba a decirle algo y le clavó los tacos en el pie con toda la violencia posible. "El Sordo" miró abajo, más sorprendido que otra cosa,  y fue comprobando que el pie se le hinchaba como un melón. La anécdota se la refirió el propio jugador, ya retirado, a Ferrer. Otra historia un tanto apócrifa narra su rivalidad con Di Stéfano. Estiragués se empleó a fondo, y el argentino se le acercó y le dijo: "Tú serás sordo, pero yo me cago en tu madre". Tras aquel lance desagradable, arreglaron el desencuentro; Estiragués solía hablar de la buena amistad que le unía a "La Saeta Rubia".

         El equipo, con esfuerzo y constancia, se mantuvo arriba. Estiragués jugó cuatro temporadas completas en Primera División, aunque en las dos últimas, 58/59 y 59/60, sus prestaciones se fueron espaciando. Jugaba menos, pero rara vez desentonaba: era el pulmón, el matagigantes, el anticipo del Víctor Muñoz que vendría luego, el secante que agobia. Era respetado y admirado por el público; cuando se marchó, ya habían empezado a llegar las grandes figuras de "Los Magníficos": Reija, Marcelino, Isasi (que acabó asumiendo su demarcación) o Carlos Lapetra.

         Se retiró con 30 años y la consideración de los aficionados. Había sido un atleta ejemplar, un hombre de club, un marcador de fuerza, en el límite de la falta, y sobre todo un profesional esforzado que se vaciaba hasta la extenuación. Se identificaba con el club y con la ciudad, y aquí se quedó para siempre. Se había cumplido la profecía de su padre. "Si a Zaragoza te vas, te quedarás", le había dicho. Se quedó: aquí vivió, aquí ha muerto y aquí ha dejado, temblando, su memoria.

3 comentarios

su nieto -

excelentelo mejor del mundo

Anónimo -

Aquí se echa en falta el documentado comentario de Cide Hamete.

Anónimo -

Magnífico, emotivo y documentado. Un abrazo. MAY