DÍA DE REYES: MIQUEL ÁNGEL RIERA, PLA Y OTROS RECUERDOS
En el Día de Reyes siempre recuerdo a mi amigo Miquel Ángel Riera (Manacor, 1930- Palma, 1996): aquel escritor mallorquín, autor de un libro espléndido como “Isla Flaubert” o de un poemario como “El pis de la badia”, con quien solía encontrarme en Barcelona tal día como hoy. Paseábamos por el barrio Gótico, comíamos escalibada y pescado con su mujer, Roser, pura elegancia y amparo de diosa, y hablábamos de todo: de Tommaso de Lampedusa, que era uno de sus dioses y soñaba con volver a visitar su universo y a releer “El Gatopardo”, de Thomas Mann, otra de sus referencias, y de Virginia Woolf, a la que releía una y otra vez con auténtica delectación. Miquel Ángel, creo que en un día de Reyes, tuvo un acto de cortesía máxima: quedamos en su hotel una mañana con tiempo por delante y le invité a hacer una traducción oral e improvisada de ese libro, “El pis de la badia”, que mereció al menos dos ediciones, la segunda tenía algo de reescritura, de última destilación de una intimidad trabajada beso a beso. Comprobé que existía el piso de la bahía: era su refugio en Palma ante el mar y el castillo alzado en el aire y en el roquedal, era su refugio de amor, de tertulia, de confidencias con Roser. Estaba bellamente decorado, tenía cuadros preciosos y parecía habitado por un aire especial: sereno y dulce, navegado de pasión, de sueños, de poesía. He extraviado su voz en uno de los traslados, pero hacia finales de febrero voy a mudarme de casa de nuevo y seguro que encuentro esa cita, sus comentarios, sus apostillas a un libro de absoluta madurez poética, una suerte de autobiografía de amor en la línea de Kavafis, un autor al cual releía en vísperas de su muerte. Releía sus biografías y sus versos. Entonces, Patricio Julve le hizo una extensa colección de fotos en blanco y negro. Una vez, Roser, su viuda, me dijo que tenía una de ellas en la mesilla de noche.
Miquel Ángel Riera me decía algo que constituye ya un afán lejano, casi una pesadumbre. “Sueño con abrazarte aquí, en Barcelona, el día que ganes el Premio Nadal”. No tuve tiempo de hacerlo mientras vivió, murió en 1996, apenas un año y medio después de la aparición de “El testamento de amor de Patricio Julve” (Destino, 1195; 2000, tercera edición); no he sabido escribir una novela convencional, de premio, desde que partió hace ya casi una década. Miguel Mena, que no sé si andará hoy por Barcelona como futuro autor de Destino (su magnífica novela “Días sin tregua” aparecerá en mayo), me dijo que deseaba lo mismo, que soñaba lo mismo para mí. Ahora, que he descubierto mi nulo talento para la novela, sospecho, sé que antes de cinco años el Premio Nadal recaerá en él. Ya tiene muy avanzada una nueva novela. Ese día yo seré muy feliz: Miguel Mena empezó en este oficio algo más tarde que yo, pero ha llegado mucho más lejos, y lo miro con absoluta admiración y cariño, con la complicidad inalterable hacia el amigo al que ves poco y quieres siempre. El oficio de novelista precisa de la constancia y de la vocación absoluta de narrador ordenado de Miguel o de Martínez de Pisón, dos ejemplos que miro con creciente respeto. Y quizá Miguel Ángel Riera también se alegre en su cielo ese día, en aquel cielo que anticipó en un libro como “Los dioses inaccesibles”, la novela que yo le traduje para Destino cuando vivía en Urrea de Gaén.
Hoy se entrega el Nadal y se rinde homenaje a un gran escritor vinculado con Destino: Josep Pla, uno de mis escritores de referencia, una de las guías de estas páginas, sobre todo a través de un libro definitivo y grandioso como “El cuaderno gris”. Me da pena no estar ahí, pero me resarciré muy pronto: en febrero asistiré al fallo del Premio Biblioteca Breve. Esa criatura maravillosa y delicada que es Nahir Gutiérrez, madre por partida doble y excelente bailarina, bailarina maravillosa ante la cámara fotográfica de Patricia Vargas Llosa en los tiempos de Tusquets en un velador de jardín encantado, me llama e insiste siempre con uno, dos o tres meses de antelación para que vaya. Siempre he encontrado una razón para no asistir, una razón que fuese una coartada para mi timidez, para mi temor a esos lugares, una esquiva razón más fuerte que mi vanidad. Pero este año ya le he dicho que voy a ir. Hace ya demasiados meses que no estoy en Barcelona y es una de mis ciudades favoritas; he sido demasiadas veces huraño con alguien que insiste en quererte casi con dulcísima ostentación. Los autores, aunque seamos periodistas en declive, somos un material incontrolablemente vulnerable: como ha dicho Mario Muchnik con alguna acritud lo cambiamos casi todo, hasta los títulos, por un poco de cariño verdadero de los editores. Son ellos los primeros que creen en nosotros, que casi nunca creemos del todo, o creemos con una dolorosa incertidumbre. [Recuerdo que este año los VII Encuentros Literarios de Albarracín, que se celebrarán del 11 al 14 de mayo girarán en torno a la edición en España, y ya ha confirmado su asistencia Jaume Vallcorba de El Acantilado. Y también Ricardo Vila, en su doble condición de editor y autor. Estoy ultimando el programa: quiero que venga editores de todo el país, y sobre todo de editoriales pequeñas, quiero que vengan ilustradores, maquetistas, libreros y distribuidores, y escritores que hablen de su relación con los editores, en España y en el extranjero]. La última vez que estuve en Barcelona vi, nada menos, la obra fotográfica de Robert Frank. Y hablé de Cervantes y Aragón con la presencia de gente espléndida: Cruz Barrio, Luis Esteve o, entre otros, Ánchel Conte, que hizo una muy bella y generosa presentación.
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Gustavo Peaguda -
vez "La vida es eagradable, el estuio es amargo" (29 de abril de 1919).