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Antón Castro

RECUERDOS DE WEMBLEY: EL ESCENARIO DE LOS SUEÑOS

RECUERDOS DE WEMBLEY: EL ESCENARIO DE LOS SUEÑOS


El 2 de noviembre de 2000 fue demolido uno de los santuarios del fútbol: el estadio de Wembley, la catedral por excelencia, el paraíso de verdín adornado con las célebres torres gemelas. Inaugurado en 1923, ha sido escenario de grandes momentos del deporte como las Olimpiadas de 1948 o aquel memorable combate de boxeo de 1963 entre el zurdo británico Henry Cooper y Cassius Clay, que acababa de pulverizar a Sonny Liston. El inglés, que acabaría con el mito de José Manuel Ibar Urtain, era un estilista prodigioso, zurdo y valiente, y le plantó cara al loco bailarín de Louisville, luego hubo de besar el tapiz como hacían todos los rivales.

Aunque Wembley ha pasado a la historia por el fútbol. Y se adentró en la mitología con la increíble final de 1966 entre Inglaterra y Alemania del campeonato del mundo. En aquel Mundial para el recuerdo destacaron equipos como Argentina, Portugal y los dos finalistas, y jugadores como Antonio Rattin --aquel medio centro albiceleste triturado a golpes por Stiles y sin embargo expulsado con estupor en cuartos de final--, el portugués Eusebio, máximo goleador del torneo, creemos recordar, los alemanes Haller, Schnellinger, Uwe Seeler y un jovencísimo mediocampista llamado Beckenbauer, que marcó a Bobby Charlton y acabó con la cara enrojecida como un tomate. Y los ingleses Gordon Banks, apodado el chino, el citado Charlton, el capitán Bobby Moore y Geoff Hurst, aquel espigado delantero del West Ham que marcó tres goles, uno de ellos el famoso gol fantasma, que no entró en el marco de Tilkowski pero sí subió al marcador. A la postre, en una prórroga apasionante (tanto como la del Mundial siguiente, en México-70, entre Italia y Alemania, en la que vencieron los trasalpinos con Facchetti, Bonisegna, Gianni Rivera o Pierluigi Riva), vencieron los ingleses y se coronaron campeones en la que continúa siendo la página más brillante del fútbol isleño. El legendario Sir Alf Ramsey dirigía a aquella selección formada por Banks; Cohen, Jackie Charlton, Wilson; Stiles, Moore; Ball, Hunt, Bobby Charlton, Hurst y Peeters.

España jugó por primera vez en Wembley en 1955 y fue vapuleada por 4-1; un lustro después, volvió a recibir un correctivo semejante, cedió por 4-2 ante el emergente Jimmy Greaves, a pesar de que la delantera española debía ser una de las mejores del planeta: Mateos, Del Sol, Di Stefano, Suárez y Gento. En 1967, España volvió a caer por 2-0, ahora con el zaragocista y gallego Severino Reija en el equipo, y al año siguiente, en las eliminatorias de la Eurocopa, también fracasó: Bobby Charlton marcó el solitario inglés de los británicos. La venganza de España hubo de esperar nada más ni menos que trece años: el 25 de marzo de 1981, el elenco que dirigía José Santamaría venció en un partido perfecto jugado al contragolpe con dos tantos de Satrústegui y Zamora; redujo diferencias una las estrellas del momento, Glenn Hoddle; la otra era Kevin Keegan. España jugó al contragolpe y venció con todo merecimiento. No volvió a jugar nunca más en Wembley. España vivió otro momento épico en mayo de 1992 con el zapatazo de Ronald Koeman que dio, también en la prórroga, el primer y único título de la Copa de Europa al Barcelona del “dream team” frente a la Sampdoria de Mancini, Lombardo y Vialli.

Quien sí regresó fue Alemania en el otoño. Inglaterra y los germanos midieron sus fuerzas en busca de un puesto para la Eurocopa. Los ingleses, como en 1966, partían como favoritos con sus estrellas David Beckham, Scholes, Owen y Cole. Pero nunca entraron en el combate: Beckham fue el mejor de los ingleses, estuvo a la altura del momento, pero un zapatazo de Dieter Hamman, centrocampista del Liverpool, dio el triunfo a los visitantes.

De alguna manera, los alemanes reparaban una vieja deuda de honor y de justicia: en 1966 aquella estupenda selección --recordamos su alineación: Tilkowski; Hottges, Schulz, Schnellinger; Beckenbuer, Weber; Haller, Held, Uwe Seeler, Overath y Emmerich-- no mereció perder. Se necesitó la ayuda de uno de esos fantasmas que pueblan las casas, los jardines y las mansiones inglesas. Un fantasma convertido en gol.

Esa derrota significó también la despedida como entrenador del último gran jugador inglés de los 70/80: Kevin Keegan, un extremo increíble, dotado de potencia y fantasía, de ingenio y picardía, que logró su consolidación mundial en el Hamburgo de Felix Magath y el gigantón Hrubesch. Keegan, asustado por la antideportividad de los hooligans (recordaron el pasado nazi de los contrarios y justos vencedores), tuvo un gesto de caballerosidad: él, que lo había dato todo sobre el césped, no fue capaz de armar estratégicamente a sus figuras. Por eso se fue. El simbolismo resultó evidente y hermoso: los alemanes se vengaron al fin, Inglaterra debió redactar un nuevo destino lejos de Wembley y Keegan se retiró a descansar en su casa con la cabeza llena de recuerdos.

Ese día estuvo a punto de llorar y se contuvo. Tal vez, el 2 de noviembre de 2000 no pudo resistir el llanto ante los cascotes de los escombros. Entonces recordó que Wembley significó la gloria y el fracaso: como jugador fue distinguido dos veces con el Balón de Oro europeo y como seleccionador hubo de retirarse en silencio, por la puerta de servicio, con un palmarés perfectamente mejorable.

 

 *Geoffrey Hurst acaba de disparar a gol. El balón golpea en el travesaño y no entró. El arqueto Hans Tilkowski sigue la jugada. Ha pasado a la historia por ese gol fantasma...

 

1 comentario

Mario -

En Wembley estuve una sola vez, viendo a Inglaterra jugar con el Uruguay de Poyet. Debe haber sido el año 95, cuando íbamos camino de París. No recuerdo bien quién dirigía a Inglaterra, pero adivino que Terry Venables, precisamente. A Kevin Keegan lo conocí en esos mismos días, en un partido Chelsea-Newcastle en el viejo Stamford Bridge. Keegan dirigía al Newcastle. Estuve con Glenn Hoddle y luego me acerqué Keegan, casi ebrio de emoción, y comencé a entrevistarle sólo porque quería cualquier motivo para hablar con él. Después de cinco minutos de charla, me rendí, bajé la grabadora y, tontamente, le confesé: "Señor Keegan, no sabe la ilusión que me hace conocerle". Él se rió y para que lo oyeran todos, gritó en chapurreado español: "¡Gracias amigo!".

pd: aprovecho para invitarte a ornat.blogia.com, donde intentar rescatar del olvido visiones del deporte de todos estos años. Y agregándoles miradas de hoy, de madrugadas como ésta, recuerdos, pensamientos, modestas ficciones. Un abrazo fuerte, Antón.