LA MIRADA INTERIOR DE LOS ESCRITORES, SEGÚN MORDZINSKI
Me gusta visitar la librería Los Portadores de Sueños (Calle Blancas), porque es un lugar acogedor, donde los libros no sólo han sido colocados: han sido destilados en su propia belleza, han sido acomodados con respeto, con goce, con una delectación más que sensual, sexual y definitiva. Todo se ve, todo se alcanza; en un lugar así, parece que los libros sean más importantes aún, más bellos, más necesarios. Casi todos imprescindibles, y especialmente cautivadores los libros de la planta superior de literatura infantil y juvenil. Gusta incluso el olor. Incluso no, sojuzga con su magia lejana el aroma a papel, a prensas, a sabiduría expuesta y laboriosa. Compré cosas de Raymond Carver, de Miguel Hernández, de Isidro Ferrer & Grassa Toro, un libro sobre tigres, que es una de mis antiguas pasiones, dos ejemplares de “El fumador pasivo” para mis hermanos. Y también adquirí un libro de uno de mis fotógrafos favoritos de escritores: Daniel Mordzinski. Tengo numerosos amigos que lo conocen, pero no me importa no conocerlo. Sigo sus fotos, colecciono siempre que puedo sus libros, sus instantáneas tan elaboradas para la prensa, y sin saberlo, durante algunos años, colgó de uno de mis estudios, si puede llamarse así a mis mesas artesanales, un retrato suyo de mi adorado Jorge Amado. Más adorado que leído por mí. Uno suyo, con sus zapatillas de baño o de andar por casa ante sus ojos, y otro con su mujer y enamorada Zélia Gaitán, que parecía el emblema de la dulzura y la bondad.
“El país de las palabras” de Mordzinski lleva un subtítulo: “Retratos y palabras de escritores de América Latina, 1980-2005” (Roca Editorial; 25 euros), y arranca de un proyecto aparecido en 1996, “La ciudad de las palabras”, donde varios escritores, retratados por el artista nacido en Buenos Aires en 1960, escribían sobre París. Parte de esos textos se recogen aquí de nuevo, pero también se incluyen más escritores, nuevos textos, nuevas fotos de alguien que, como señala José Manuel Fajardo en el prólogo, sabe mirar dentro de la mirada de alguien, y alude en concreto a una foto de Lucho Sepúlveda y a otra de Santiago Gamboa, extraviado entre miradas ajenas y su propia mirada en el metro de París.
Aquí están muchos de los escritores del “boom”: Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Donoso, Sábato, Adolfo Bioy Casares, aparece en una espléndida foto posando como Borges exactamente, con bastón y además con gorra; otros de la generación u hornada que vino luego como el incomparable Juan José Saer, Ricardo Piglia, Álvaro Mutis, Bryce Echenique, Cabrera Infante, Jorge Edwards, Fernando del Paso, César Aira y el siempre maravilloso y llorado Osvaldo Soriano. Vemos a poetas como Roberto Juaroz, Juan Gelman (aquí ha desaparecido un espléndido retrato del siempre fotogénico Octavio Paz), o autores mucho más jóvenes como el citado Gamboa, Pablo de Santis, Rodrigo Fresán, Zoé Valdés, en doble instantánea, Rodrigo Rey Rosa, Eduardo Berti (un escritor al que sigo con mucho placer desde hace años desde su novela “Agua”), Juan Carlos Botero, Jorge Volpi. Hay buenos retratos de mujeres de la literatura: la siempre elegante Nélida Piñón, a la que da gusto imaginársela en su poderosa e imparable juventud, Karla Suárez, Claribel Alegría, la refinada y soñadora Patricia Melo, la jovencísima Andrea Maturana, Elsa Osorio que parece mascar hojas de otoño; por gustarme mucho me gusta la mirada de Rodrigo Fresán con su compañera: otean la lejanía o se fijan con una dulzura inusual en el objetivo, pero conviene observar el abrazo, las manos que se anudan levemente, la sutileza de los anillos, el dulce abandono. Es la foto más tierna de Fresán que conozco, del erudito, frío y casi siempre algo freak Fresán. De Alberto Manguel me gustan sus zapatitos o botines de defensa lateral retirado a una biblioteca o a un parque, su humanidad y su sabiduría se sostiene también simbólicamente sobre esos zapatos. Dos de mis fotos predilectas, hay más de 80, son las de Martín Caparrós, novelista, gran amigo de nuestro Fernando García Mongay y reportero, que posa ante la maleta abierta en cuyo interior se ve un disco de Miles Davis y John Coltrane, nada menos, y una novela policiaca o del oeste, así como la cámara de fotos y lo que parece un par de calcetines ya sucios; y la de Alberto Ruy-Sánchez, que está sentado con un gesto de añoranza y pérdida sobre la tumba de Carol Dunlop, aquella escritora de belleza elaborada con vida y pelo corto de chico que fue la compañera última de Julio Cortázar. Escribe Ruy-Sánchez: “En París descubrí nuevas dimensiones del amor pero también de la melancolía. Sus calles se volvieron imagen cifrada de los laberintos del deseo: mapa cambiante de mis afectos. Aprendí a nutrirme de los rostros inesperados de la belleza multiforme a la vuelta de cada esquina, y a compartir mis sueños y mis días y mi cuerpo con una mujer”.
Me gustan los libros de fotos de escritores. Tengo varios, algunas docenas tal vez. Pero éste ya está entre ellos. Uno de mis sueños antiguos, que llegué a poner en marcha, era hacer una serie de escritores aragoneses y españoles. La empecé pero ya hace varios años que no hago fotos.
*Este retrato del gran Jorge Amado me acompañó en Urrea de Gaén y en La Iglesuela del Cid. Lo había recortada de un suplemento de “El Periódico de Cataluña”.
4 comentarios
Julio -
de una escritora aragonesa.
LO QUE MAI NO S'OLBIDA.
Aquí está su web:
www.elenachazal.com
A. C. -
A García-Ponce lo veía mucho, a principios de los años 80, en la revista "Quimera".
Gracias por tus notas. AC
Magda -
Alberto Ruy-Sánchez es una bella persona, lo conocí de manera muy especial: Hace un par de años estuve unos meses en Las Palmas de Gran Canaria, me invitó la Universidad a dar un curso, y un día me dice la coordinadora del departamento de Literatura Hispanoamericana: \"Van a venir unos escritores mexicanos a Tejeda\" (es un pueblito o pequeña ciudad de Gran Canaria precioso). Me enteré que venía entre ellos Silvia Molina (que es encantadora) y Alberto Ruy-Sánchez. Ya en el evento, entraron (eran 5 en total) y, por casualidad, se sentó junto a mi Alberto Ruy-Sánchez, al enterarse que era mexicana le dio gusto y platicamos unos momentos. Después lo volví encontrar, poco tiempo después, en el Premio de Literatura Latinoamericana Juan Rulfo (cuando fue galardonado García Ponce, a quien Alberto Ruy-Sánchez admira profundamente), y de igual forma se portó encantador. Es un escritor de mucha valía en este país y cuando esto sucede es dificil que sean sencillos, pero él lo es.
Un abrazo para ti.
Parisino -