LOS CINES DE POSGUERRA EN ZARAGOZA
ILUSIÓN, ESPLENDOR Y CAÍDA DE LOS CINES CLÁSICOS
Zaragoza ha sido una de las grandes ciudades del cine en España durante el siglo XX. Dentro de este empeño constante por ocupar un lugar de referencia fueron fundamentales sus salas de proyección. Amparo Martínez Herranz (Zaragoza, 1966) ya las había estudiado hasta la Guerra Civil en “Los cines en Zaragoza, 1896-1936” (1997). Ahora completa el proyecto con “Los cines en Zaragoza, 1939-1975”, el primer título de la editorial Elazar, repleto de información, de planos, de fotos. Efectúa un recorrido, local a local, donde explica la empresa que lo patrocina, el arquitecto que lo realiza, a qué tipo de arquitectura pertenece, su decoración, en qué año se inauguró, con qué película, cuál fue el eco en la prensa. El cine ya se había convertido a principios de los años 30 en el gran reclamo para el público porque estaba dotado de sonido, color, se consideraba Séptimo Arte, y “sustituyó definitivamente al teatro”.
Cuando se produjo la Guerra Civil, no hubo proyecciones hasta el 2 de agosto; a partir de entonces se dio una actividad más o menos regular en las grandes salas: Salón Doré, Ena Victoria y Alhambra. Agustín Sánchez Vidal sugiere en el prólogo que el cine y, en particular este libro, recoge el latido de una ciudad, y recuerda que “hasta bien entrados los años cincuenta, los cines eran refugios. Lo eran en sentido literal, en virtud de una disposición oficial, denominada Defensa Pasiva, para protegerse de los ataques aéreos; desde 1939, como secuela de la Guerra Civil; hasta 1945, por lo que pudiera deparar la Segunda Guerra Mundial; y, tras esa fecha, la guerra fría”.
Algunas salas se convirtieron en improvisados cuarteles de requetés durante la contienda, como el Frontón Aragonés, y en otras como Circo o Parisiana, a partir de 1937, se abonaron a la propaganda del régimen de Franco con la proyección de películas como “Camisas negras” o “Toma de Málaga”. Los primeros años de posguerra la construcción de salas se paralizó; funcionaban ocho recintos –España, Dorado, Ena Victoria, Goya, Alhambra, Frontón Cinema, Actualidades e Iris-, a los que se sumaban cada vez más el Teatro Circo y algunos salones privados como el Fuenclara y el Blanco. En medio de un país que había pasado del racionalismo al racionamiento, a la autarquía, se cerraron algunos espacios y se abrieron otros: el Ena Victoria, cuyo lema había sido “Moralidad y confort”, dio paso al Victoria, nombre que quería simbolizar el triunfo que había logrado el franquismo. El Victoria se construyó en 1943, igual que el Gran Vía. Fue obra de José de Yarza García, que tendría un elevado protagonismo en la edificación de salas en la posguerra, y se inauguró con su preceptivo refugio antiaéreo y 833 butacas el trece de octubre. La empresa había anunciado en la prensa que se producía la “reapertura del local predilecto del público”. Pertenecía a una de las dos empresas del momento, Quintana (la otra era la empresa Parra) y estaba ubicado al principio de la actual Conde de Aranda, donde había estado la popular Posada del Chapero. El cine Gran Vía se había abierto unos días antes. Era un proyecto del arquitecto Miguel Ángel Navarro, que había reformado el Ena Victoria y había culminado el Alhambra, que su padre Félix Navarro no pudo acabar. Poseía ciertas reminiscencias racionalistas y un carácter más bien monumental. Uno de sus rasgos característicos era el tratamiento del techo: una sucesión de líneas paralelas convergían en la pantalla. Tenía 234 metros cuadrados de superficie y 603 localidades. Se inauguró con “Suez” con Tyrone Power, una película que estuvo un solo día en cartel, y el establecimiento fue saludado por la prensa local “haciendo gala de una fría corrección”. Al narrar la historia del cine Gran Vía, que podría considerarse un cine de barrio en su época, Amparo Martínez recuerda la dramática historia del arquitecto Miguel Ángel Navarro, que fue delatado por un colega y condenado a muerte, de la que huyó de puro milagro.
El cine Elíseos fue obra de Teodoro Ríos Balaguer, que había estado implicado en el diseño en 1914 del Salón Doré y del Argensola veinte años después. Aquel espacio llamó la atención por su decoración con mármoles, madera, latón y terciopelo, “una decoración de corte historicista, de reminiscencias clásicas”, que quiso imitar “en las salas de cine el lujo y la espectacularidad de las películas”. Se abrió el 22 de diciembre de 1944 con “Me casé con una bruja” de René Clair. Ese cine fue gestionado por la Sociedad Anónima Eliseus, que también abrió el cine Delicias, en marzo de 1945, como sala de reestreno. El cine Rialto fue un ejemplar caso de cine de barrio; se estrenó en febrero de 1949 con “Noches en el paraíso”, pasó inadvertido para la prensa su apertura, y acabaría siendo cine de Arte y Ensayo, y sala X. En 1977, casi dos años exactos después de la muerte de Franco, proyectó “El acorazado Potemkim” de S. M. Eisenstein.
El panorama cinematográfico cambió mucho en los años 50: se evidenció la hegemonía del cine norteamericano, se notó la fuerza del neorrealismo italiano y de la “nouvelle vague”, con sus iniciales escaramuzas, y además empezaba a surgir un nuevo cine español con películas de calidad y de éxito. Amparo Martínez recuerda que la década de los 50 fue la del esplendor por “el crecimiento extraordinarios de los cines”, hubo 16 nuevos en ese período, por las reformas constantes, la renovación de equipos de sonidos y el enriquecimiento de la arquitectura, que ya aparecía vinculada a movimientos internacionales. Además, también surgió una nueva empresa, que se sumaba a las tres existentes, Parra, Quintana, Eliseus: Zaragoza Urbana, fundada por Manuel Escoriaza y Felipe Sanz Beneded y coordinada por el hijo de éste, Felipe Sanz Briz. Zaragoza Urbana, la única empresa local que sigue existiendo, llegó a administrar los cines nuevos que estaban naciendo: Palafox, Rex y Coso; y toda esa red maravillosa de cines de barrio, que tanto ha elogiado el escritor y cinéfilo José María Conget, compuesta por los cines Norte, Salamanca, Torrero, París, Pax, Roxy, Madrid y Dux. A todos ellos, así como a El Dorado, que decoraron Santiago Lagunas, Fermín Aguayo y Eloy F. Laguardia, y al Coliseo o el coqueto y elegante Don Latino, decorado por el pintor Luis Berdejo, les dedica páginas y páginas la autora. Tiene una gran importancia el Fleta, inicialmente conocido como Teatro Iris, que nació en el complejo de atracción Iris-Park y fue obra de José de Yarza García. Se estrenó en febrero de 1955 y se le cambió el nombre por sugerencia de HERALDO. Podría estar inspirado en el City Theatre de Ámsterdam(1935) y contó con un impresionante mural de Javier Ciria. El epílogo brillante para el libro y para este momento, ya en los 70, son dos grandes cines: el Don Quijote (éste ya ha desaparecido: ha dado lugar a un casino) y el cine Cervantes. Como se ve, muchos de estos locales han desaparecido, pero este libro los recuerda, los evoca, y nos invita a vivir de nuevo en la mágica oscuridad de su memoria.
"Los cines de Zaragoza, 1939-1975". Amparo Martínez Herranz. Prólogo de Agustín Sánchez Vidal. Elazar. Zaragoza, 2006. 366 páginas.
8 comentarios
Luis Ariza -
Gustavo Carbó Berthold -
Quizá en el Rialto o en el Rex...
Cracias!
montse -
Slds.
Montse Villares
Julio Puente -
¿Alguien puede ayudarnos?
Muchas gracias sobre todo a Antón por todos sus datos.
Nuria -
Nuria
Clara Suances -
Pilar Barranco -
José Luis Arribas -