CONCHITA SE DESPIDE DEL TENIS
Creo que fue en 1989, en el torneo de Tampa, cuando empezó a desmelarse de veras Conchita Martínez. En aquel momento venció a una de las grandes tenistas del momento: Gabriela Sabatini, tal vez una de las más hermosas tenistas de la historia –y gran jugadora: venció en el Open USA en 1990, fue medalla de plata en Seúl-88 y ganó 27 torneos-. A los pocos días, Gabi llegó a España y le preguntaron por Conchita: al principio elogió su juego, su excelente drive, su revés cortado, pero ante la insistencia optó por decir que era un partido más. Sólo un partido. Pero Conchita ya estaba lanzada: había debutado un año antes en el circuito, con 17 años, y hasta ayer mismo ha escrito páginas maravillosas en la historia del tenis. Venció en tres inolvidables sets en Wimbledon a Martina Navratilova: se enfrentaba el gran juego de fondo, el mejor drive del circuito, superior incluso a Steffi Graf, con la jugadora que había vencido nueve veces en la catedral del tenis con un demoledor juego de saque y volea. Y allí se coronó en un partido precioso, intenso, en el que no enflaqueció en ningún instante. Medio en serio, medio en broma, Conchita diría luego: “Más que ganarle a Martina, me intranquilizaba la reverencia”.
Ese título lo acompañó de otros muchos: 33 en total, y destacamos sus logros en la Copa Federación, algo así como la Copa Davis de mujeres, donde venció cinco veces con su compañera Arantxa Sánchez Vicario, cinco títulos, que se dice pronto, y tres medallas en las Olimpiadas: dos de plata, Barcelona-1992, con Arantxa, y Atenas-2004, con Vivi Ruano, y una de bronce, Atlanta-1996 con Arantxa. Por cierto, también fue campeona de España en cinco ocasiones. Logró otros dos hitos, que no logró culminar: jugó una final del Open de Australia en 1998 ante Martina Fingis, y otra de Roland Garros en 2000, frente a Mary Pierce. Perdió ambas, pero para entonces ya sabía lo que era ser la número dos del universo. Debemos recordar algo más: llegó varias veces a las semifinales de los cuatro grandes torneos del mundo.
Conchita Martínez fue una jugadora sobrada de talento. Y aquí talento significa colocación, ritmo, variada gama de golpes, una facilidad innata. Poseía potencia, seguridad, precisión. Quizá le haya faltado un poco de mentalidad (y concentración sostenida) para tener un palmarés más colmado y para pasar a la historia como una de las mejores tenistas; quizá le haya faltado arrebato, constancia, ambición permanente, fe en sí misma, pero eso resulta muy fácil decirlo ahora –cuando vemos lo episódico: sus mohínes de apatía o de desconcierto en las canchas, la inclinación de dejarse ganar por puro “spleen”-, pero jugar lo que ha jugado, ganar lo que ha ganado, mantenerse ahí arriba, más de una década entre las diez primeras como mínimo, es casi un milagro. Y una gesta.
Ahora anuncia que se despide. Ni por vieja ni por cansancio. Sencillamente se va por una lesión. Alguna vez jugará partidos de dobles. Eso ha dicho.
Ayer anunció en Valencia que se iba. Se va, claro, una jugadora increíble, que se enfrentó a las más grandes –desde Hanna Mandlikova a Martina Navratilova, desde Steffi o Monica Seles a Hingis, y las que llegan: Sharapova, Justine Henin, las Williams- y que jamás desentonó. A lo largo del tiempo, en cualquier clasificación, aparecía esta mujer, esta mujer que tumbó a Gabriela Sabatini en Tampa y que nos advirtió de algo que no supimos: ahí viene el talento.
*Foto de Conchita: dominio del bote, seguridad y golpeo.
5 comentarios
angela -
manoli -
Rafa -
A.C. -
Cide -