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Antón Castro

GUILLERMO CABAL EXPONE EN IBERCAJA*

GUILLERMO CABAL EXPONE EN IBERCAJA* FANTASÍAS DE UN OPERARIO AL ATARDECER

Lo había visto alguna vez. Incluso, sin que él lo supiera, había revisado algunos de sus proyectos y catálogos. En las conferencias o en las presentaciones, casi siempre aparecía por allí: estaba presente y a la vez como ausente, con su barba blanca, su sigilo, con su mirada capaz de detener las tormentas. Como si escrutase más allá de lo que veía, más allá de lo podíamos ver cualquiera en la sala. Siempre me llamaba la atención que parecía andar a hurtadillas, como un observador inadvertido. Había un momento en que yo me percataba de que aquel Guillermo Cabal se había esfumado. Tenía curiosidad. ¿A quién conocería: al presentador del libro, al autor, al editor, era un incondicional del charlista? ¿Sentía una irreprimible curiosidad por lo que se decía? ¿Habría salido a estirar las piernas y buscaba razones de inspiración en un lugar que no era el habitual? Tenía también otra sensación: no parecía el oyente habitual que se entregase. Ni tampoco parecía sonreír. Ni asentía exactamente. Estaba, oía y luego se esfumaba. Algo así también debía hacer en su trabajo: con cautela, sin prisa, con la discreción del ave migratoria. Me imaginé ya entonces que llevaría cuadernos de notas y cámara de fotos: al fin y al cabo, el trabajo que él hace exige mirada y medidas, exige precisión y atmósfera, exige incluso tertulia y cierta inclinación a la aventura. No parecía tampoco un explorador indómito, sino más bien un hombre invisible que entraba en los sitios por sorpresa. El aparecido del alba, el fantasma que trae el atardecer. El pájaro solitario al que ya no se espera. No parece un conversador nato ni tampoco un seductor con la palabra, pero sí cultiva las palabras. Escribe, reflexiona, cuenta historias. Atesora mitos específicos y privados, casi siempre mujeres o máquinas o muñecos o aparatos.

Un día, como si el azar y él mismo hubieran leído mis pensamientos, me llamó Guillermo Cabal. El pintor, el artista, el misterioso sujeto que parecía embelesado por la arquitectura industrial y sus despojos. Le dijo a uno de los conserjes de mi trabajo: “Dígale que él no me conoce”. El ujier me explicaría luego que se lo dijo como si no se atreviese a decirlo, como si temiese herir el aire. Así nos conocimos: traía algunos catálogos que yo había visto, que conservaba en mi desordenado inventario de archivos, en mi colección caótica de visiones de la hospitalaria ciudad de Zaragoza. No le dije: “Guillermo, figura usted en un proyecto literario y visual que crece y crece, y que se titula: ‘Abecedario del enamorado de Zaragoza”. Guillermo Cabal no era como yo había sospechado. Al menos no era solo como yo había sospechado: el pintor o del delineante del alma de una ciudad que se desmorona en algunos rincones: fábricas abandonadas, estaciones de vía muerta, cables y artilugios que ayer tuvieron vida y hoy son debacle y olvido, azucareras, fundiciones, talleres que han perdido el uso, almacenes. Guillermo Cabal no era sólo el calígrafo de elegías casi hiperrealistas, el documentalista gráfico de una dolorosa extinción.

         Cabal también era un apasionado de las vanguardias a través del “objeto encontrado”, un auténtico enredador y un artesano de la mecánica y sus posibilidades. Todo le interesa, con casi todo se atreve a jugar, desde los materiales nobles al metacrilato, y no hay instrumento, invento, compresor o máquina que no le sirva de divertimento. Le da lo mismo una lavadora que un viejo teléfono. Es un futurista rezagado. Un pintor de hoy obsesionado por el vientre de un frigorífico o de un lavaplatos, por la contundencia de un yunque, por el brillo del fuego. Y además tiene una veta muy interesante: cuenta historias de sus mitos particulares, de sus criaturas, de sus fábulas animadas, de sus ninfas. A su inseparable “Cuquita” la bautizó “Esa coqueta germana de mis sueños”, aunque el subtítulo no es menos prometedor: “Fantasías de un operario de la fundición”. Por cierto, me hizo recordar otra insinuación perturbadora: “Metafísica y erotismo en la jornada laboral”.

         Todo ello vuelve a estar presente en esta exposición. Pero, además, ha añadido otro estupor y otros temblores: parece incomodado con las grúas de la construcción que han robado su sitio natural a los pájaros y a la potencia cromática, fuego y arrebol, de los atardeceres sobre la ciudad. Sospecho que tampoco le gusta tampoco el lenguaje agresivo de las grúas. Y aquí también se cuece una paradoja: no es que le importe que la ciudad se transforme y se embellezca de nuevo y de otra forma. Le revienta que no le dejen ver ese magnífico cielo que tanto necesita para sus lienzos.

 

*Guillermo Cabal inauguró ayer una exposición de sus últimas obras en la sala de exposiciones de Ibercaja del Actur, en la calle Antón García Abril. Como no tengo imágenes de Guillermo Cabal, coloco esta magnífica foto de Lewis Hine, vinculado con el universo de máquinas y fábricas de Cabal.

2 comentarios

javier delgado -

Queridísimo Antón: Por si quieres arreglarlo, en el titular pones CABA en vez de CABAL. De nada. Abrazo.

javier delgado -

Queridísimo Antón: Por si quieres arreglarlo, en el titular pones CABA en vez de CABAL. De nada. Abrazos.