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Antón Castro

ENTREVISTA CON ANTONIO JIMÉNEZ

ENTREVISTA CON ANTONIO JIMÉNEZ

LA FUNDACIÓN SANTA MARÍA DE ALBARRACÍN CUMPLE DIEZ AÑOS

CONVERSACIÓN CON SU DIRECTOR ANTONIO JIMÉNEZ

 

--Mucho Albarracín, Albarracín, pero usted es de Orihuela del Tremedal.

--Es cierto. Pero es la misma comarca. Albarracín pesa mucho, y el paisaje natural también, en concreto el de Orihuela o Bronchales. Tiene una pujanza especial.

--Se marchó a Albarracín con diez años y dijo que fue un trauma.

--Fue muy duro. Así se lo he contado a mi hijo. Pierdes las amistades, tu territorio, ese dominio que dejas incomprensiblemente a la fuerza. Aquello era muy duro; además, entonces no viajaba tanto como ahora: sólo salías una vez al año a Teruel y era al oculista.

--Alguna vez le he oído hablar de una profesora más bien bajita que era la madre de Federico Jiménez Lozanitos.

--Doña Encarna, la profesora de las niñas mayores, mi hermana entre ellas. Siempre la veía haciendo el paseo, desde el colegio hasta su casa. Por la tarde llegaban los maestros después de jugar la partida, y nosotros les decíamos: «De paseo, de paseo», para que nos dejasen jugar al fútbol en una enorme pradera.

--¿Cuál es su primera imagen de Albarracín?

--El día que fui por primera vez a la actual Casa de la Enseñanza. Subí con mi madre, estaba atemorizado. De repente, vi que los niños miraban por el ojo de la cerradura y decían: «Que viene el nuevo y lleva gafas». Viví en el desarraigo durante mucho tiempo: siempre que podía me iba a Orihuela del Tremedal y mi padre, que era carpintero en el aserradero, hacía lo mismo. Aún ahora me dicen más o menos en broma: «Te recordamos que tú eres de Orihuela».

--¿Cuándo empezó a sentirse identificado con la villa de los Azagra?

--En cuanto empiezas a salir fuera y te cultivas un poco. En cierta forma, Albarracín fue el lugar descubierto, recuperado. Cuando era joven trabajaba en verano, de camarero o de recepcionista, para vivir y estudiar en invierno; y allí oías cómo la gente valoraba tu nuevo pueblo. Venían a disfrutar aquello que tú no entendías bien.

--¿Explica eso que su tesina doctoral se titulase: «Geomorfología de las muelas de San Juan y Frías de Albarracín»?

--Supongo que sí. Fue un trabajo que se sigue citando y que recibió un sobresaliente cum laude. Mi vocación se la debo a José Luis Peña, profesor del Colegio Universitario de Teruel. Él me dio la seguridad necesaria para enfrentarme a trabajos de investigación y a la escritura. Su apoyo fue todo un espaldarazo. En ese momento, cuando ya barajaba muchos proyectos del Albarracín cultural de ahora, tenía mis padres muy preocupados.

--¿Cuál es la importancia de la pastelera de Albarracín en su vida y en ese amor ya declarado ya hacia la localidad?

--Cuando conocí a Gema Moreno, mi mujer, me reforzó mi aprecio, me ayudo a entender el territorio, y se convirtió en un pilar invisible que los proyectos de Antonio Jiménez. Padecemos y disfrutamos juntos. Recuerdo que cuando estábamos solicitando la creación de la Escuela—Taller, acababa de llegar a casa con nuestro primer hijo recién nacido. Al cabo de media hora, me llamaron del Instituto Nacional de Empleo diciéndome que no había ayuda. Un lance tan decepcionante y en un momento como éste no se olvida jamás.

--¿Qué ha significado la Escuela—Taller en la recuperación de Albarracín?

--Fue el cimiento de un proyecto de envergadura, progresivo, lógico, para el marco en que se desarrolla. Con la Escuela se recuperó el Palacio Episcopal del siglo XVIII, luego surgió la Fundación Santa María, y más tarde la Residencia de Estudiantes o Casa de los Pintores, la Casa de los Profesores, la Casa de la Comunidad...

--¿Levitó el día que la Reina Sofía le dijo al Rey Juan Carlos: «Tienes que conocer Albarracín»?

--Podía haberlo hecho. Me parecía un sueño. Al parecer se lo dijo, al volver a la Zarzuela, tras entregarnos el Premio Europa Nostra y lo dijo también en la recepción de la Medalla de Oro de las Bellas Artes en Madrid. Recuerdo que la gente, en las vísperas de su viaje en helicóptero, me decía: «Antonio. Éste es una jornada histórica para Albarracín».

--¿Qué personajes le han conmovido particularmente en todos estos años?

--Ana María Matute: por su calidad humana. Sin hacerse notar, calaba. Me aplastó con su ternura. Colalucci, el restaurador de la Capilla Sixtina, que no cesó de manifestar su admiración por nuestro trabajo, y aún hoy nos envía cartas, notas, recortes y felicitaciones. Y José María Ballester, jefe de Patrimonio del Consejo de Europa. Tengo anotadas sus palabras. «No sé si sois conscientes de que Albarracín es un ejemplo de restauración y una de las mejores ciudades de Europa», nos dijo. ¡Y qué le voy a decir de los patronos que se han desvivido y se desviven por este proyecto!

--A ver, ¿usted es el enamorado o el centinela de Albarracín?

--Soy el enamorado.

--¿Podría vivir en otro sitio?

--Prefiero no planteármelo. Tengo una familia y si fuese imprescindible, por ella, me iría adonde hiciese falta. Pero se ha producido tan ensamblaje entre Albarracín y yo que me resultaría difícil irme.

--Imagine: es de noche y sale a la calle. ¿Dónde iría?

--Hay una frase que dice aquí: “Tirarse a la plaza”. Eso haría, pero luego acabas yendo hacia la catedral, das la vuelta por Santa María, ves el río al fondo y regresas a la plaza. Pero da igual lo que hagas: la noche en Albarracín es excepcional. Única. En algunos cursos hemos institucionalizado los paseos nocturnos entre nuestros fantasmas.

--¿Es Doña Blanca el fantasma de Albarracín?

--Yo creo que no. Albarracín tiene aureola. Hay algo especial, inefable, que trasciende de la pura belleza. Creo que se puede hablar de lo bien que se está sencillamente en Albarracín. Es la armonía del paisaje.

--¿Se atrevería a referirnos la leyenda de Doña Blanca?

--Es como todas las leyendas. Es una necesidad. Estaba asociada a la ruina de la torre de doña Blanca, que está a la orilla del precipicio, en el meandro del cementerio. Doña Blanca, el fantasma, era como la exigencia veraniega, de las veladas nocturnas, era el misterio que justificaba la ciudad.

--Pero, ¿quién fue?

--Era una princesa aragonesa, que iba camino del destierro, y también se sintió bien en Albarracín. Aquí se enamoró, aquí murió y dicen que pudiera estar enterrada en el interior de la torre que se convierte ahora en “Espacio del paisaje”. Dicen que en agosto, en el plenilunio, desciende a bañarse en el río Guadalaviar. La luna marca las noches de Albarracín: con doña Blanca es el encanto supremo.

1 comentario

ana a. -

¡Lo que he disfrutado Albarracín gracias a Antonio y a Antón! ¡Y todos los \"efectos colaterales\"!Gracias a los dos. Felicidades por el cumpleaños.