CAMBRILES: TOPOS EN EL CORAZÓN DE LA ROCA*
UN RELATO DE TOPOS NACIONALES EN LA GUERRA CIVIL
El escritor José Giménez Corbatón es dueño de una obra narrativa suspensa en su propia memoria. “El fragor del agua” (Muchnik, 1994; Prames, 2005) y “Tampoco esta vez dirían nada” (Muchnik, 1997) son dos libros de relatos, cercanos al espíritu de Juan Rulfo o Miguel Torga, que hablan de su infancia, de ecos anteriores vinculados a la Guerra Civil y a la posguerra, del éxodo de su propia familia.Ese universo lo cifró en un lugar más o menos imaginario como Crespol, que estaría ubicado entre Ladruñán, el pantano de Santolea y Castellote. Y en ese entorno real oyó un sinfín de historias de curas, de maquis, de combatientes, de ancianas condenadas a la soledad. Giménez Corbatón declara: “Toda mi vida he oído hablar de la cueva de Cambriles. Cada verano de mi infancia y de mi adolescencia he divisado, desde las orillas del río Guadalupe, la silueta altiva de Los Morrones donde se abre su diminuta boca. He soñado cientos de veces a lo largo de mi vida con el misterio de lo que allí pudo haber sucedido”. Pero no fue hasta casi el año 2000 cuando se zambulló en esta peripecia -con el fotógrafo Pedro Pérez Esteban, entre otros- que, según escribe el historiador José Luis Ledesma en el prólogo del libro “Cambriles, el reportaje” (Grupo de Estudios Masinos), era “una historia de grandeza y miserias casi novelesca pero ásperamente real” y “un episodio verídico ideado por un literato”. ¿Qué había ocurrido en realidad? Hablamos del refugio del que se adueñaron desde noviembre de 1936 muchos hombres, próximos a Falange, conservadores, “enclaustrados en una perdida caverna -algunos de ellos- hasta diez meses para huir de la sangre, para aislarse de su reguero de sangre y muerte”, tal como dice Ledesma.
Giménez Corbatón se afana en investigar lo que ocurrió en Cambriles, “un agujero en la roca, un escondite inaccesible que engendró la leyenda de una sociedad secreta de hombres amenazados a los que el miedo a la muerte les llevó a establecer juramentos de sangre”. Cambriles es una cueva de grandes proporciones en el interior de la Peña de los Morriones, que descubrió a mediados de los años 20 el pastor Domingo Folch, cuando perseguía a un águila. Brea, la bruja, la reclusiónGiménez Corbatón habló con todo el mundo que quisiera recordar aquel secreto a voces: habló con el cura Conesa, que fue párroco en Ladruñán entre 1941 y 1943. Le comentó que aquel lugar lo había bautizado así, Cambriles, un tal Aniceto Brea, secretario de ayuntamiento y partidario de fusilar al alcalde republicano de Ladruñán, que jugaría un papel decisivo en esta historia. Había estado en Cuba, al parecer, era capaz de escribir versos, y vivió una extraña fascinación por una joven, María la Bruja, a la que otros compañeros quisieron matar porque tenía visiones y temían que pudiera descubrirlos. El cura también le recordó que acababa la Guerra Civil se propuso hacer una capilla en aquel lugar. El 12 de septiembre de 1939, el diario “El Noticiero” hablaba de una peregrinación de devotos y supervivientes al Pilar: “Vivieron en una cueva en la cima de un monte para esquivar la persecución roja. Constituyeron una hermandad titulada La Caverna”. El artículo recordaba que para ingresar en aquella sociedad había que entregar “un pernil por cabeza”, que fueron tres personas de Ladruñán las primeras en sumarse (al principio se habla de septiembre de 1936, pero luego José Giménez comprobaría que fue en noviembre), y se decía que cocinaban con gasolina, para evitar los humos; disponían de servicio de alumbrado, de limpieza, de peluquería, y hasta un periódico del que tirarían 102 folios. “También contaban con inodoro y un aljibe que construyó el propio Brea, de 3.000 litros de capacidad. Una esquila movida por una soga servía de timbre nocturno. Se habían instalado tablones para formar literas, ‘como en los barcos’, y una radio ‘que no llegó a funcionar’ (...) Fabricaban cuchillos, piezas de ajedrez, morteros para la cocina, petacas, pipas, y toda clase de objetos de madera y piedra”. E incluso llegaron a bordar una bandera que llevarían, tras concluir la contienda, al Pilar. El periódico también recordaba lo bien que habían comido -chocolate, café, arroz, coñac, champán…- y aseguraba que estaban armados hasta los dientes.
José Giménez analizó todos los datos que pudo: buscó el diario que habían redactado, contabilizó entre 112 y 150 hombres que habían pasado por Cambriles en diversos periodos, dio con el “Himno de la Cueba” (sic) que había redactado Aniceto Brea, y finalmente pudo acceder al libro de actas de “La Caverna”. Pero no sólo eso: visitó en 2004 y 2005 la cueva, y halló a alguno de sus antiguos moradores, como Manuel Aznar Moles, que entró en la cueva el 12 de marzo de 1938 y permaneció en ella 15 días. Le dijo: “¿La vida allí? De día, dormir; y, de noche, a buscar lo que hacía falta. Íbamos a por agua. La subíamos en garrafas de veinte litros. (…) Nadie Sabía que había ese escondrijo. Sólo los que nos suministraban la comida. De saberlo, nos habrían fusilao”. Una de las grandes emociones del libro, que cuenta con magníficas fotos de Pedro Pérez Esteban, aparece al final cuando el escritor consigue entrevistar a Domingo Folch. Le dice que el diario fue quemado en Mas de las Matas y le confirma que no había mujeres. “No se estaba tan mal en la cueva”, dice y explica los motivos de la incorporación a Cambriles: “No alistarse en las filas republicanas y los malquereres de los pueblos. El único burro era yo, sabía poner mi nombre y se acabó. Pero allí había gente muy inteligente que después han llegao a ser figuras. (…) De lo ocurrido soy el amo. Quiero morirme con la historia sin que nadie la pueda redactar”.
Giménez Corbatón se afana en investigar lo que ocurrió en Cambriles, “un agujero en la roca, un escondite inaccesible que engendró la leyenda de una sociedad secreta de hombres amenazados a los que el miedo a la muerte les llevó a establecer juramentos de sangre”. Cambriles es una cueva de grandes proporciones en el interior de la Peña de los Morriones, que descubrió a mediados de los años 20 el pastor Domingo Folch, cuando perseguía a un águila. Brea, la bruja, la reclusiónGiménez Corbatón habló con todo el mundo que quisiera recordar aquel secreto a voces: habló con el cura Conesa, que fue párroco en Ladruñán entre 1941 y 1943. Le comentó que aquel lugar lo había bautizado así, Cambriles, un tal Aniceto Brea, secretario de ayuntamiento y partidario de fusilar al alcalde republicano de Ladruñán, que jugaría un papel decisivo en esta historia. Había estado en Cuba, al parecer, era capaz de escribir versos, y vivió una extraña fascinación por una joven, María la Bruja, a la que otros compañeros quisieron matar porque tenía visiones y temían que pudiera descubrirlos. El cura también le recordó que acababa la Guerra Civil se propuso hacer una capilla en aquel lugar. El 12 de septiembre de 1939, el diario “El Noticiero” hablaba de una peregrinación de devotos y supervivientes al Pilar: “Vivieron en una cueva en la cima de un monte para esquivar la persecución roja. Constituyeron una hermandad titulada La Caverna”. El artículo recordaba que para ingresar en aquella sociedad había que entregar “un pernil por cabeza”, que fueron tres personas de Ladruñán las primeras en sumarse (al principio se habla de septiembre de 1936, pero luego José Giménez comprobaría que fue en noviembre), y se decía que cocinaban con gasolina, para evitar los humos; disponían de servicio de alumbrado, de limpieza, de peluquería, y hasta un periódico del que tirarían 102 folios. “También contaban con inodoro y un aljibe que construyó el propio Brea, de 3.000 litros de capacidad. Una esquila movida por una soga servía de timbre nocturno. Se habían instalado tablones para formar literas, ‘como en los barcos’, y una radio ‘que no llegó a funcionar’ (...) Fabricaban cuchillos, piezas de ajedrez, morteros para la cocina, petacas, pipas, y toda clase de objetos de madera y piedra”. E incluso llegaron a bordar una bandera que llevarían, tras concluir la contienda, al Pilar. El periódico también recordaba lo bien que habían comido -chocolate, café, arroz, coñac, champán…- y aseguraba que estaban armados hasta los dientes.
José Giménez analizó todos los datos que pudo: buscó el diario que habían redactado, contabilizó entre 112 y 150 hombres que habían pasado por Cambriles en diversos periodos, dio con el “Himno de la Cueba” (sic) que había redactado Aniceto Brea, y finalmente pudo acceder al libro de actas de “La Caverna”. Pero no sólo eso: visitó en 2004 y 2005 la cueva, y halló a alguno de sus antiguos moradores, como Manuel Aznar Moles, que entró en la cueva el 12 de marzo de 1938 y permaneció en ella 15 días. Le dijo: “¿La vida allí? De día, dormir; y, de noche, a buscar lo que hacía falta. Íbamos a por agua. La subíamos en garrafas de veinte litros. (…) Nadie Sabía que había ese escondrijo. Sólo los que nos suministraban la comida. De saberlo, nos habrían fusilao”. Una de las grandes emociones del libro, que cuenta con magníficas fotos de Pedro Pérez Esteban, aparece al final cuando el escritor consigue entrevistar a Domingo Folch. Le dice que el diario fue quemado en Mas de las Matas y le confirma que no había mujeres. “No se estaba tan mal en la cueva”, dice y explica los motivos de la incorporación a Cambriles: “No alistarse en las filas republicanas y los malquereres de los pueblos. El único burro era yo, sabía poner mi nombre y se acabó. Pero allí había gente muy inteligente que después han llegao a ser figuras. (…) De lo ocurrido soy el amo. Quiero morirme con la historia sin que nadie la pueda redactar”.
Domingo, que fallecía mientras se editaba el libro, se equivocó. Este libro es la mejor prueba de ello.
*Fotografía de la cueva Cambriles, tomdada de El Masino.
4 comentarios
Tomás García -
www.1936-1939.com -
Juanjo -
Antonio -