UN RECUERDO DE MI MADRE. CUENTO DE TERROR
“Era yo una niña aún, y vivía en casa de mis padres y de mis abuelos. Así que no os hablo de oídas. Desde hacía algún tiempo, varios años sin duda, a mi abuelo, que era labrador, tratante de ganado y albéitar, se le moría un ternero. En cierta época del año, como una maldición, aparecía muerta una cría. Cerca de su casa vivía una meiga, aunque nosotros la llamábamos la cartixeira, la echadora de cartas. Mi abuelo, ya desesperado, fue a verla, y le contó todo lo que le ocurría. Le preguntó por aquí y por allá, por esto y por aquello, y al final ella le dijo: ‘Mira, Jesús, hay un vecino tuyo que va mucho por tu casa y te tiene envidia. Él es el único responsable de las desgracias’. Mi abuelo preguntó qué debía hacer. Ella le dijo: ‘Coges el animal muerto y lo metes en un saco terrero. Sólo la cabeza. Luego lo pones en la chimenea, como si quisieras ahumarlo como a los chorizos o a los perniles. Y dejas que se vaya secando. Verás que el causante de tu desgracia, se queja, protesta. Él mismo se declarará culpable. Cuando el cuerpo del animal se haya secado, el del vecino malvado también’. Y así ocurrió. No os miento. Mi abuelo metió la cabeza en el saco y la colgó. Pocos días después, Polo del Villar, molinero, se quejó. En mi casa, siempre habían sospechado que era él. Tenía el mirar atravesado. Le dijo a mi abuelo, ‘qué hace ahí esa cabeza, bájala, ho, bájala, que me hace mucho daño’. Mi abuelo, al principio, hizo como si no le oyese; luego, ante la insistencia, le dijo que debía estar ahí. Y el vecino se quejaba y se le dibujaba un rictus de amargura. Cada día aparecía más enjuto y más atormentado. Parecía vivir un suplicio en vida. Dejó de frecuentar la casa de mis abuelos. Al final, al cabo de algunos meses, dos o tres, ya no lo recuerdo, se oyeron las campanas de la parroquia que doblaban a muerto. Mi abuelo tuvo una intuición inmediata: cogió el saco y lo abrió. La cabeza estaba completamente seca. No fue necesario que le dijeran que había muerto Polo, consumido por una enfermedad misteriosa. Sólo tenía dientes y ojos en su féretro de roble. A mi abuelo jamás le volvió a suceder aquello”. María do Nacho preguntó: “¿Y no pudo hacer nada tu abuelo sabiendo que iba a morir a un hombre?”. “Entonces, media docena de terneros debía valer tanto como un hombre”, contestó mi madre.
1 comentario
Fernando -
Inquietante. Sin duda :P