UNA HISTORIA FAMILIAR
Mi hermano y el fantasma
Mi hermano Luis creció muy de prisa. Iba a los bailes, ligaba con chicas mayores, viajaba de aquí para allá. Y una noche, mi padre estaba en el extranjero, le ocurrió algo increíble. Venía de una verbena en una de las primeras DKW que hubo en el pueblo. Un compañero suyo creyó ver a alguien en el interior de la galería de la estación y le dijo: “Luis, no vayas por ahí, que hay alguien esperándote”. Se lo dijo así, como si nada. Mi hermano fue por otro sitio que salía a mitad del camino, en un desvío de la senda. Tenía catorce años y estaba intranquilo. De repente, llegó al camino de siempre por la otra vía de la encrucijada, y oyó que alguien seguía sus pasos. Alguien que debía estar esperándolo. Ni se atrevió a mirar. Y aceleró. De repente oyó: “Chaval, espera un momento”. Mi hermano se quedó aterrorizado. No reconoció la voz y percibió que aquellos pasos ajenos también aceleraban. La voz insistió: “Chaval, espera ahí un momento, no seas tonto”. Y repitió: “Chaval, espera un momento que tengo que hablar contigo. No seas tonto”. Aceleró aún más sin echarse a correr, y su perseguidor hizo lo mismo. Entonces no había maíz en aquel tramo, sólo una hierba más bien rasa. El viento gemía. La noche era tan cerrada que no arrojaba ni sombras. Mi hermano salió al camino de carro, avanzó y escuchó el ladrido de la perra Bruna. No quiso mirar atrás, y entonces sí se echó a correr en compañía del animal. Llamó a la puerta, golpeó con auténtico frenesí y mi madre bajó a abrir. Entró y sin decir nada se desplomó directamente en la cocina de tierra. Tardó casi diez minutos en volver en sí: el corazón se le salía del pecho. Y llevaba un rictus de pánico grabado en la cara. Y contó esta historia. Mi madre puso todas las trancas de la puerta y esperó al alba. Nadie pudo dormir aquella noche. Afuera, ladraba Bruna y eso tranquilizaba a cualquiera. Aquel incidente dio mucho que hablar en Baladouro. No había sido una broma, mi hermano no podía decir a quién pertenecía la voz. Al final, hubo una conclusión casi chusca: “Será algún padre receloso de que hayas besado a su hija”. Aquel episodio me favoreció: mi hermano jamás me volvió a decir: “Antón, cagón, quien canta sus males agiganta”.
*La foto es del gran fotógrafo gallego José Suárez. No estoy seguro de que yo me pareciese a este niño.
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Don Rijoso -