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Antón Castro

LOS ORDENADORES INCLUIRÁN LA LETRA IBARRA*

LOS ORDENADORES INCLUIRÁN LA LETRA IBARRA*

JOAQUÍN IBARRA (ZARAGOZA, 1725-MADRID, 1785),
EDITOR DE "EL QUIJOTE" 

Aragón inició la conmemoración de la publicación de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” en el otoño de 2005 de una de las mejores maneras posibles: con la reedición en facsímil de la impresionante edición que realizó en 1780, tras siete años de trabajo, el impresor Joaquín Ibarra y Marín (Zaragoza, 1725-Madrid, 1785), considerado el mejor impresor del siglo XVIII (a pesar de que también fue ésa la centuria de Antonio de Sancha y de Benito Monfort) y tal vez uno de los mejores de todos los tiempos en España. Como muchas de las cosas que conciernen al Quijote están preñadas de leyendas, también existe una que explica la edición de este proyecto en cuatro volúmenes, en cuarto mayor.

Un proyecto con leyenda

Se cuenta que el rey Carlos III recibió de otro monarca extranjero una edición ilustrada del Quijote (tal vez la de J. y R. Tonson, publicada en Londres en 1738, en cuatro tomos en cuarto real), un libro que se convirtió en un “best-seller” no sólo en España, y se quedó entre asombrado y un tanto receloso. Pidió que le trajesen la mejor edición española existente de la obra de Miguel de Cervantes y, no satisfecho del todo con lo que vio, calibró y hojeó, encargó a la Real Academia de la Lengua y al impresor Joaquín Ibarra una nueva, comparable o superior a la que había visto en lengua extranjera. Insistió en que “no se escatimasen ni gastos ni esfuerzos tipográficos” en una gran edición del Quijote. No había ninguna duda de quien debía realizar ese trabajo. Joaquín Ibarra, nacido en Zaragoza en 1725, en el barrio del Gancho, había estudiado en la Universidad de Cervera (Lérida), donde era impresor su hermano mayor Manuel. El joven Ibarra alternó ese trabajo con el estudio, por lo cual llegó a dominar el latín como un auténtico erudito. Más tarde, hacia 1754, se trasladó a Madrid y se incorporó a la imprenta de su tío Antonio, del cual acabaría por separarse para abrir su propio taller tipográfico. Tuvo algunas dificultades al principio. Una de sus primeras obras, “Catón cristiano”, se publicó sin autorización y con mala calidad de papel, según alguno de sus biógrafos. Ibarra remontó de inmediato ese error y pronto fue llamado para trabajar en el Consejo de Indias, en el ayuntamiento de Madrid, en el arzobispado de Toledo y, finalmente, en el Palacio Real.

Una obra maestra de las prensas

Antes de enfrentarse a uno de los empeños más ambiciosos de su vida, había dado muestras irrefutables de su pulcritud, su minuciosidad, su eficacia y su elegancia en el uso de las prensas. E incluso creó una letra, la “ibarra”, recuperada por el Gobierno de Aragón, Ibercaja y por Gráficas San Francisco en 1993 a partir de “La conjuración de Catilina…” (a través de una impagable labor de Pablo Murillo y José Luis Acín), que merece colocarse al lado de algunas célebres, como la “bodoni”, “baskerville” o “garamond”, entre otras. Impresores como Bodoni y Didot, por citar algunos de los más famosos, le dedicaron al aragonés toda suerte de alabanzas. Ahí estaban proyectos como el “Diccionario de Autoridades”, las dos primeras ediciones del “Diccionario de la Academia”, tres de la “Gramática”, el “Misal Mozárabe” y, en especial, una edición casi insuperable: la ya citada de “La conjuración de Catilina y la guerra de Yugurta” (Madrid, 1772), la obra de Salustio, patrocinada por el infante don Gabriel Antonio, que presentó con el texto latino en letra redonda, ligeramente inferior a la versión al castellano que se ofrecía en cursiva. El libro, una obra maestra de la impresión, contiene ilustraciones de Mariano Maella, varias a página completa. Como solía ser habitual en Joaquín Ibarra y Marín, el proyecto era una perfecta sinfonía formal de tintas, ilustraciones, tipografías, márgenes, texturas e incluso soluciones técnicas, como el hecho de no partir al final de línea las palabras bisílabas. Se imprimieron 120 volúmenes para la familia real, instituciones y personalidades principales de España y del mundo. “La conjuración de Catilina y la guerra de Yugurta” le reportó prestigio internacional, y el mismo Benjamin Franklin (1706-1790) recibió un ejemplar. Ibarra fue considerado un auténtico innovador del oficio: dicen que tuvo la idea de satinar el papel para quitarle las huellas de la impresión (algo que haría precisamente con “El Quijote”), que exigía que sus operarios conociesen muy bien el latín, los examinaba él mismo para admitirlos, y que era tan dulce y paternal como exigente. Uno de sus biógrafos señaló: “Corregía, enmendaba, aconsejaba…; ser operario de aquella casa era en toda España, motivo de orgullo”. Se dice que poseía una especie de secreto para lograr la nitidez de la impresión y la energía y la brillantez de las tintas en sus estampaciones. Pues bien, en su taller -que contaba con 16 prensas y más de un centenar de operarios, entre ellos importantes grabadores y pintores como Salvador Carmona o Mariano Maella-, se imprimió “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” (1780) en cuatro volúmenes en cuarto mayor (la empresa se empezó en 1777), con unas dimensiones de 305 mm. de alto por 255 mm. de ancho. El papel de hilo lo fabricó ex profeso el catalán José Llorens. En el prólogo de la Academia se matiza: “Se hicieron tres fundiciones nuevas de letra destinadas precisamente para esta obra, con las matrices y punzones trabajados en Madrid por Don Gerónimo Gil para la imprenta de la Biblioteca Real”. Ibarra siguió la segunda edición de Juan de la Cuesta de 1605, que se consideraba entonces la primera del Quijote, y la de 1608 del mismo impresor, en lo que atañe a la primera parte de la novela; y la del propio de la Cuesta de 1615 y la realizada en Valencia por Pedro Patricio Mey en 1615 en lo que concierne a la segunda parte. Todas fueron revisadas con esmero.

El primer “Quijote” moderno

La supervisión de la parte artística la llevó a buen puerto la Academia de San Fernando. Intervinieron varios de los mejores ilustradores de la época. Las 36 láminas fueron dibujadas por Antonio Carnicero, Pedro Antonio Arnal y Jerónimo Antonio Gil, y grabadas en cobre por Fernando Selma, M. S. Carmona y José Ballester. En la página del retrato de Cervantes se dice:“Joseph del Castillo la inventó y dibujó; Manuel Salvador y Carmona la grabó”. Para ajustar las ilustraciones a la época cervantina, en cuanto a vestuario y ambientación, los artistas emplearon como fuentes iconográficas los retratos del Palacio Real y del Buen Retiro. En el prólogo, la Academia añade: “Pudieran haberse omitido las estampas, cabeceras y remates, sin que por eso faltase ninguna cosa esencial a la Obra. Pero la Academia, sin detenerse en los crecidos gastos que era necesario hacer, ha querido que no la faltasen tampoco esos adornos, en obsequio del Público, y con el objeto de contribuir al mismo tiempo por su parte a dar ocupación a los Profesores de las Artes”. Tras los siete años de trabajo constante (ese proyecto se considera hoy la primera edición moderna del Quijote), se tiraron 1.600 ejemplares, cuyo coste se elevó a las 60.000 pesetas, y se vendió cada uno al precio de 320 reales. En cuanto Carlos III tuvo el libro en sus manos (el mismo que ahora se puede adquirir en edición facsímil, merced a la recuperación del Gobierno de Aragón), “muy complacido”, mandó llamar a sus embajadores extranjeros y a los personajes de la Corte, según recuerda su biógrafo Inocencio Ruiz Lasala en el volumen colectivo “Joaquín Ibarra. Impresor, 1725-1785” (DGA / Ibercaja, 1993). Lasala también indica que la Academia entregó 20 doblones al impresor para que los repartiese entre sus empleados. Se dice que el ilustrado rey Carlos III frecuentaba de vez en cuando el taller de Ibarra. Y un día, ante uno de sus bellos ejemplares, el monarca le preguntó cómo era posible que un libro tan perfecto tuviese erratas. Joaquín Ibarra contestó: “Señor, no es obra perfecta la que carece de tal requisito”. Joaquín Ibarra y Marín siguió imprimiendo piezas espléndidas como la “Biblioteca Hispana Vetus e Nova” (1783-1788), en cuatro volúmenes, que no llegó a ver al completo. Falleció, exultante de gloria, un trece de noviembre de 1785.

La letra del impresor.

En 1993, se publicó “Joaquín Ibarra. Impresor. (1725-1785)” (DGA & Ibercaja), que contenía una amplia biografía redactada por Inocencio Ruiz Lasala, una visión global de la imprenta en España (Inocencio era biógrafo de Benito Monfort), y había un trabajo -que incluía dos disquettes- donde se explicaba la recuperación de la tipografía “ibarra”, a cargo de Pablo Murillo y José Luis Acín. Ibarra creaba un tipo de letra propio para cada libro.

2 comentarios

claudio Ibarra -

nos sentimos orgullosos de saber que unos de nuestros antepasados (Joaquin Ibarra) fuera uno de los editores mas destacados de la obra literaria Don Quijote de la mancha

Cide -

Es una magnífica noticia.