UNA HISTORIA DE AMOR
Mi primera novia imposible se llamó Pepita y tenía al menos doce años más que yo. Cuando yo tenía seis, ella tendría dieciocho. Era hija de José do Nacho y fue como una institutriz, una amiga, una profesora, una prima deliciosa: me enseñó los secretos de su casa, las alcobas y las escaleras interminables, los armarios misteriosos, yo tenía la sensación de que vivía en un palacio encantado. Me enseñó cómo hacían el pan y me invitaba cuando venían los cosechadores. Nuestro grado de intimidad era tan bello que cuando llegaba mi cumpleaños me regalaba un pastel con forma de serpiente. O de salamandra de fuego, igual que la que veía todos los días en la fuente que estaba cerca de casa. “Son animales mágicos. Nunca se debe matar una salamandra”. Además, me enseñaba a contar y a leer las historias de santos del almanaque, me enseñaba a bailar con una escoba con le había enseñado a mi hermano, a contar, a multiplicar, me hablaba de los secretos del trigo, de la avena. Pero lo que fue determinante fue cuando me vio orinar en la calle. Me dijo: “Toniño, te he visto el pito, ahora tendrás que casarte conmigo”. ¡Qué otra cosa habría soñado yo! Y me acostumbré a esa idea. Además, ella me decía que no crecería ni envejecería y que me esperaría. Había dos cosas que abonaban mis esperanzas: era famosa su desdén por los hombres y me daba un par de besos cada vez que me enviaba a un recado a Casa Recouso. Yo, dependiendo del grado de enamoramiento de ese día, me olvidaba adrede de algo para cobrar ese trofeo de ternura. Ya ven que era mimoso, miedoso y sentimental. Nadie me quitaba la ilusión de aquel amor. Hasta que un día, apareció mi padre, que venía de la emigración en Suiza y subió al piso. Se desnudó ante mi madre y ante mí, y mostró los billetes que llevaba en el interior de los calzoncillos. Dijo: “Hemos comprado un piso en Arteixo y lo estrenaremos antes de un mes”. Arteixo, que estaba a cuatro kilómetros o así de Santa Mariña de Lañas, me parecía hallarse en las antípodas. Siempre recordaré el día de nuestra partida: vino un tractor, cargamos algunos muebles, la loza, me despedí de Pepita, soltamos al gato Acuña en medio del camino y avanzamos hacia el fin del mundo.
Apenas un mes después, alguien me dijo que Pepita iba a casarse con un carnicero. Ya habían oído en misa las primeras amonestaciones. Entonces, escribí mi primera carta de amor, a los nueve años con una única frase: “Nunca te olvidaré, Pepita”.
*La foto es de Edouard Boubat y se titula "Lella". Dicen que está tomada en Bretaña en 1947. Yo me inclino a pensar que está tomada en Santa Mariña de Lañas hacia 1967.
4 comentarios
A Cide -
Mil gracias por tus visitas. Ya estoy pensando en que cuerpo del verano os dedico a ti y a Don Rijoso. Un abrazo. AC
Cide -
Antón -
Gracias por tu visita. Un abrazo. AC
Fernando -