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Antón Castro

ARTE E HISTORIA DEL CASINO MERCANTIL

ARTE E HISTORIA DEL CASINO MERCANTIL

   El escritor y periodista Fernando Castán Palomar evocaba en 1946 su primera visita a Casino Mercantil, Industrial y Agrícola instalado en el Coso 29: “Recuerdo muy difusamente unas galerías orladas de retratos, unas estancias prietas de humo y unos tonos ocres en la toda la decoración del Casino. Había en los salones muchos socios; casi todos con bigotes espesos; y algunos con barbas grises o ya rotundamente blancas; hablaban en voz muy alta y era un denso bullicio el que salía a los pasillos cada vez que se abría una puerta”.  A este espacio, adquirido en 1990 por Cajalón y restaurado por cuarta vez por el arquitecto José María Valero, le dedica el catedrático e historiador del arte Manuel García Guatas el libro “Una joya en el Centro: un símbolo de la modernidad” (Cajalón, 2005), al que acompaña un texto del poeta y narrador Javier Delgado sobre “La decoración vegetal de la fachada del Mercantil”, realmente sugerente, porque obedeció a un plan muy meditado y a “un cuidado muy personal”.        

García Guatas cuenta la historia de este edificio, nacido a imitación los clubes ingleses, cuyo finalidad era “servir de lugar de encuentro para unos socios, abonados, que pagaban sus cuotas, donde poder informarse de negocios de su ramo, encontrar entretenimientos en el juego, en las fiestas y bailes de sociedad y en las tertulias, la lectura de prensa y revistas, y el derecho a asistir a asambleas, mítines y conferencias”. El Casino Mercantil tendría un precedente en el Casino Principal o de Zaragoza, fundado en 1843, pero sería en 1858 cuando nacía el Casino Mercantil, entonces sito en Coso 34. En 1875 se trasladó a su definitiva ubicación en Coso 29, a un palacio que construyó a principios del siglo XVI Juan Francisco Pérez de Coloma, secretario del Consejo Real de los reyes Juan II y Fernando el Católico; más tarde pertenecería al conde Guimerá, que poseía muchas obras de artes y antigüedades y una importante biblioteca. Y aún tendría un tercer dueño: el memorialista y embajador en París y Roma José Nicolás de Azara. El Centro Mercantil se inició con 275 socios y se cerró en 1985 con 775 socios, pero había tenido en otros momentos más de cuatro mil, especialmente en la posguerra, hacia 1945.

El edificio, que respondía a las características de un palacio aragonés del Renacimiento, poseía una espectacular techumbre de madera labrada. La primera transformación verdaderamente importante del antiguo palacio de Coloma y Azara la llevó a cabo el arquitecto Francisco Albiñana (1884-1936), concejal del Ayuntamiento de Zaragoza, socialista y vinculado a la masonería, que fue asesinado a principios de la Guerra Civil. Albiñana, al poco tiempo de volver de Madrid con el título bajo el brazo, ganó un concurso de 1911 y a él le debemos “la imagen arquitectónica y artística primera y principal del flamante Centro Mercantil y que pasará a la posteridad”, dice García Guatas. Albiñana levantó una fachada nueva de estilo modernista y realizó dos intervenciones artísticas claves: los cuatro artesonados y la concepción para los nuevos espacios de “una decoración que integraba la pintura, los relieves escultóricos y los complementos de carpintería, la rejería y la vidriera artística”, todo elementos fundamentales que convertían al edificio en un auténtico centro de arte y artesanía, aspectos que estudia con detenimiento el historiador. Esa restauración se inauguró durante en vísperas de las fiestas del Pilar de 1914, cuando se abría el Salón Doré, y actuaban en la ciudad personajes como “Margarita Xirgu en el Principal, Pastora Imperio  que debutaba en el Pignatelli y El Gallo en el ruedo de Independencia”.

En 1932, Francisco Iñiguez transformará la mitad de la fachada posterior, remodelará algunas salas y modernizará su decoración. Iñiguez, que trabajó en el castillo de Loarre, en San Juan de la Peña y en el palacio de la Aljafería, contaría con la colaboración de Regino Borobio. En 1950, tras la decoración interior del cine El Dorado, Santiago Lagunas intentó hacer un proyecto tan vanguardista, pero hubo de conformarse con levantar una entreplanta en la parte posterior y con la decoración de la sala de exposiciones, donde había debutado el grupo Pórtico en 1947, que él lideraba. Aquella muestra fue acompañada de un ciclo de conferencias impartidas por José Manuel Blecua, Dámaso Santos, Pascual Martín Triep e Ildefonso Manuel Gil.

García Guatas analiza casi año a año lo que ocurrió en el Casino, la relación constante con la ciudad, su condición de escenario permanente de música, teatro o exposiciones, la presencia de importantes artistas y artesanos en la configuración de ese espacio majestuoso, donde convivían algunos detalles mudéjar y renacentistas con el arte plateresco, con el modernismo y el art decó. Habla de las pinturas decorativas de Ángel Díaz Domínguez, de los trabajos de forja y cerrajería de Mariano Tolosa, de los espléndidos relieves escultóricos de José Bueno, que se había formado en Roma y conocía muy bien el arte griego. Habla de las exquisitas pinturas de Julio García Condoy, de los grandes lienzos alegóricos, en forma de figuras femeninas,  de Félix Lafuente, del gran proyecto colectivo de  homenaje a Goya en 1928, de los jardines soñados por Iris Lázaro o recuerda esa intensa apología del cristal que fue el Casino visitado por grandes figuras de la cultura española como los hermanos Quintero, Jacinto Benavente, Azorín, Ramón Gómez de la Serna. Y no elude una reflexión general sobre la postura política que mantuvo el gran referente cultural y social de Zaragoza: “Tomará entonces y después partido de manera notoria por las empresas patrióticas y por aquellas civiles que eran de mayor utilidad pública y, por consiguiente, del poder político de turno”.

*La foto de Iris Lázaro pintando en el Casino Mercantil, sede de Cajalón, está tomada de la página de Javier Narbaiza.  

4 comentarios

Carmen -

Me hubiese encantado conocer el ambiente del Casino en el los últimos años de la década de los cuarenta y la década de los cincuenta. En estos años en concreto ya que mi abuelo fue el Maître de Casino hasta la década de los años sesenta, aproximadamente. Mi madre cuenta que había unas fiestas estupendas, bueno ella como hija de uno de los trabajadores imagino que se lo pasaba en grande. Y lo que es la vida, en los últimos años que estuvo abierto el Casino mi hermano llevaba la peluquería, cuando iba a verlo entrando por la parte de atrás, subía por escaleras estrechas (el ascensor me daba un poquito de miedo), atravesaba pasillos en donde colgaban fotos de fiestas, comidas, reuniones que eran aproximadamente de los años veinte y treinta, luego cruzaba por un gran salón en el que parejicas mayores bailaban. Me gustaba mucho, y quizá me una un sentimiento especial. Ojalá hubiera podido encontrar alguna foto de mi abuelo. Gracias por esta página. Un beso para todos

Joaquin -

Lo del humo y las voces bulliciosas parece que llegó hasta el final de los 70, quizá mas allá. El salón de peñas, por ejemplo, con su tamizada luz. Mi abuelo iba de mesa en mesa desmontando las opciones de apertura social de aquellos días. El doctor Rey Ardid, a veces, se dejaba caer por el salón de jedrez. Pensar que fué varias veces campeón de españa me ponía un nudo en la garganta. El salón de barajas era tan caótico como deprimente. El glamour estaba en la sala de billar. Que te abrieran la solemne y espectacular biblioteca era un pequeño regalo de dios mismo.

javier delgado echeverria -

Querido Antonio: Gracias por escribir sobre este precioso libro y gracias por mencionar mi pequeño estudio de la fachada del C. Mercantil. Gracias, en general, por seguir aportando datos, emoción y sentido a la historia de la cultura de esta ciudad.

J.B. -

Recuerdo del Casino Mercantil un ascensor antiguo con sabor de los años treinta y un ambiente especial de lo que ese lugar un día fue. En los últimos días llegué a usar un servicio de peluquería que tenían para socios y clientes. Era increíblemente barato; había sillones de barbería con respaldos de rejilla y el peluquero batía la espuma de afeitar con destreza para luego afilar la navaja en la tira de cuero. Todo tenía un sabor dificilmente repetible.