VIAJE A BENASQUE: UNA AVENTURA CON AMIGOS
Me encanta viajar y a la vez me dan miedo los viajes, lo desconocido. Nunca he estado en la Costa Brava, nunca he estado en Salou, Cambrils, Miami Playa, pero eso en realidad me importa poco. Siempre temo perderme para siempre y no encontrarme luego. Jamás he estado en Londres o en Roma, conozco fatal Europa y desconozco, sobre todo, el Pirineo. Quizá por esa aprensión a lo desconocido, por ese miedo constante a verme en una caravana terrible en una carretera angosta, o sencillamente por pereza. Ayer nos levantamos a las siete –el plural aquí abarca a Daniel y a sus amigas de Oceanía Pippi Tetley y Jessica Wilsen, y abarca a Aloma, que tiene esta semana muchos bolos como actriz de animación con “La odisea” y otros proyectos- con el objeto de ir a Benasque: allí exponían “La ruta nos aportó otro paso natural”, un proyecto pictórico, fotográfico y literario de Pepe Cerdá, Luis Pita y Carlos Castán. Los tres, y otros amigos que no temen viajar, otros amigos cómplices en la exploración permanente de la vida y del territorio y diálogo constante, estuvieron en Seira, en el valle de Benasque, trabajando: captaban la naturaleza, conversaban, atrapaban instantáneas, hablaban de esto y de aquello bajo aquellos celajes imponentes, a la sombra de esos farallones que producen vértigo sólo de verlos, y les salió un proyecto muy sugestivo. Nada ambicioso en la forma, pero muy íntimo, limpio, transido de atmósferas, de color, de palabras. Lamuestra lleva un subtítulo que aclara más el contenido: “Cuadernos de viaje del valle de Benasque”.
Allá nos fuimos. Nos esperaba Mariano Gistaín. En otro lugar, he dicho que me encanta conducir, enfrentarme al reto de tragar kilómetros y kilómetros, absorber paisajes. Mariano, que ha hecho la carretera Zaragoza-Barbastro miles de veces, contaba cosas: cosas como un latigazo impresionista de humor y dulzura. Al pasar por Graus recordó que allí habían tocado el piano sus sobrinés el pasado domingo en el claustro, recordaba que solía ir allí con su padre y su madre, y recordaba los soportales, el color de los montes, las paredes colgadas de un hilo invisible de las nubes. El camino hacia Benasque es impresionante. El congosto de Ventamillo es toda una odisea de piedra y rambla mínima. Por allí la espesura, la energía indómita del cantil y los labios entreabiertos el peñascal cobran un especial vigor. A veces, en medio de esa penumbra permanente donde la luz se oscurece y se adensa de intimidad y evocación, parece que ni se viese el cielo, parece que te adentrases en un serpeante túnel que lleva al corazón de la tierra. Tras la calzada estrecha y sinuosa, como el lomo de una víbora que huye, llegamos a Anciles. Con tiempo. Yo había pensado que íbamos justos de tiempo: la inauguración era a la una y media, y no a las doce y media. Cristina Grande, Eva Puyo, Félix Romeo e Ismael Grasa se nos habían unido antes de llegar a Barbastro. Estuvimos en un jardín, tomado por la publicidad y las abejas. Apareció Ana Bendicho con Luis Pita, el artista, fotógrafo, ilustrador y jardinero.
Después se inauguró la muestra. Iba a llegar de un momento a otro Marcelino Iglesias. Había muchísimos amigos; Lola Aventín, a la que ayer bautizamos como la Sandra Bullock a la italiana de Benasque, era la anfitriona, la morena alegría del jardín del valle. Al lado, por cierto, había un picadero de caballos. Y arriba, las montañas conferían al espacio una sensación irremediable de estar en el umbral del Edén. La sombra era ideal. Triscaba la brisa. Y la exposición también: Cerdá, sin fatuidad, pinta como quiere, con una sencillez absoluta, gracia y colorido. Pepe Cerdá es un pintor clásico, de siempre, que se enfrenta a la acuarela en busca de sensaciones directas y sencillas. Pinta como se ha pintado siempre: como han pintado los clásicos, con impacto, con sugerencia, con energía, con el afán de partir de lo visible y volver a él, transmutado en arte y artesanía, con una lección de color y sensibilidad que no exige mixtificación. Carlos reflexiona sobre la frontera, sobre el paisaje, sobre la soledad, sobre los animales, sobre el tiempo que ahí está como remansado, o que chisporrotea en las aguas del Ésera. Carlos está terminando un libro de relatos y redacta una novela sin prisas: se le ve feliz, tranquilo, seguro de sus ficciones y de su excelente prosa. Me contó ayer que su libro “Museo de la soledad”, la edición de Círculo de Lectores, ha vendido 7.500 ejemplares, algo que se dice muy pronto. Y Luis Pita toma instantáneas: camiones que se encuentran en los congostos, máquinas, telesillas, animales muertos. Luis Pita es jardinero, pero además concibe portadas para libros infantiles y juveniles de Alfaguara o La Librería, y su participación en la muestra es total. Los tres conforman una manera de mirar, un mundo, una poética de la convivencia y de la hermosura, una aventura conjunta al abrigo de la vegetación y los collados. El montaje de los hermanos Robert era espléndido: sencillo y elegante, meditado y de trallazo inmediato. El texto del catálogo de Ismael Grasa es muy bonito y atinado, así como el poema de Luis Pita. Ismael es el gran cómplice literario de Pepe: el autor que adivina lo que Pepe va a pintar. O a lo mejor ocurre al revés: Pepe intuye lo que Ismael va a escribir y lo pinta. Son complementarios y almas gemelas a la vez: dos pensadores en oficios distintos.
Al presidente Marcelino Iglesias le gustó la muestra y la sombra de la arboleda. Cerdá le había dedicado previamente un catálogo con dibujos. Y también le gusta especialmente el blog de Mariano Gistaín: se lo dijo, es seguidor, sabía su prehistoria y su actualidad. El presidente le reconocía ayer su condición de pionero del universo de la red y le profesó su admiración más sincera. Fui testigo. Juntos, allí evocaron sus tiempos en el seminario de Barbastro: Marcelino, que estuvo algunos años antes, recordó que había aprendido a traducir a Virgilio, “La Eneida”, y aún recordaba algunos fragmentos en latín. Evocó a un cura que le enseñó y que le hizo muy feliz con la estructura rítmica de aquella pieza y con los pasajes del caballo de Troya, y también recordó a otro profesor que le había enseñado literatura. Entre otros, fue testigo de la conversación Carlos Barrabés, asiduo frecuentador del blog de Mariano, y gran promotor del mundo tecnológico y de las ventas por internet y ahora, también, de su bella novia que es pintora y está a punto de exponer en Zaragoza.
No hubo palabras, sí un ágape y muchas conversaciones por aquí y por allá: con José Luis Ona, que excava en Canfranc; con Alejandro Sahún y Cristina Remartínez, de la Televisión Autónoma de Aragón; con los hermanos Robert, con Miguel Ángel Córdoba, con la siempre grácil Ana Bendicho, con Luis Pita… La lista es interminable. Bajamos a comer a Eriste, frente al río Ésera. Ramón Justes, el gran hombre de Enate, nos explicó que era el río más traidor y peligroso de Aragón por sus continuas crecidas. Y recordó que su mujer Teresa era prima de Rafael Conte: hablamos, habló Teresa con cariño, un instante de él, de una entrevista que le hice hace algunos años, de un familiar acostado de Abiego y que de Rafael está ahora un poco enfermo. Un abrazo desde aquí, Rafael viejo amigo, viajero por el Maestrazgo, sabio encelado con Marcel Proust y Saint Beuve. También hablamos de su mujer, la delicada y elegante Jacqueline. La comida fue espléndida. Sobre todo por la compañía: Ismael y Eva, Félix y Cristina, Ramón y Teresa, Mariano, Pippi y Daniel, Jessica, Luis Ariño, con su aire de dandy de Collado Mediano que combina todo, empezando por los zapatos… Comimos al margen del presidente y de Pepe y Carlos y Luis y Ana y Lola, y de Miguel Ángel Córdoba, que colaboró activamente en la exposición y en el catálogo. Por la tarde, fuimos a Castejón de Sos: allí, al lado del cementerio viejo, está la iglesia que ahora es el Centro Cultural. Santiago Arranz ha recogido las obras de su taller, quiero decir su propia colección personal, la suya y la de sus hijos, la guarda para la familia Arranz-Raso, y ha organizado una muestra por parejas: dos piezas, de distintas épocas, dialogan entre sí y dialogan con todo la muestra, que son 16. El espacio es bonito y Arranz lo ha salvado con dignidad, buenas solucciones y con estupendas obras.Y no sólo eso: ha decorado muy bien la portalada de acceso. Su producción es cada día más deudora de sus trabajos arquitectónicos. Ahora, Arranz, de nuevo, trabaja en un nuevo proyecto en el viejo edificio de Almacenes Gay. Esta exposición ha quedado bonita: revela la búsqueda de la esencialidad y del signo en el artista, que se aproxima más al esquematismo de los artistas rupestres.
Miguel Ángel Córdoba preparaba una gran fiesta para sus convivados. Se habían sumado Mary Burges, una de las mujeres más bondadosas y felices de la tierra, y Rodolfo Notivol, el autor de “Autos de choque”, un poco desalentado con el nuevo Zaragoza. ¿El menú? Carne y un vino especial, y la atmósfera de un edén con llamas, caballos, perros, superficies aterrazadas y practicantes de Ala Delta en el cielo como inmensas águilas de terciopelo negro. No podíamos quedarnos. Esta mañana hay que trabajar y Daniel se va a Madrid: ultima un guión con el gran Jonás. Realizamos el viaje de vuelta de un tirón, cuando declinaba la tarde. Conversamos sin parar, de esto y de aquello, pero a la salida de Graus, con todo el horizonte por delante, el cielo empezó a preñarse de colores: la paleta del pintor de las luces ideales, el inventario de las gamas, los pájaros rosados de fuego y sueño allá arriba. Avanzamos muchos kilómetros con esa sensación, con esa estampa, que era como un compendio, un corolario: aquella salida, aquel madrugón, había valido la pena. Mariano Gistaín es un magnífico copiloto. Y Daniel, como si hubiera leído el post de ayer, aludió entre risas a mi terrible condición de padre que maltrata a sus hijos, aunque sea con grueso humor. Algo en lo que insistió luego, mientras recenábamos, y algo que también dijo con su maravilloso candor, tamizado de humor, Carolina, la hija de Mariano y Pilar, una adolescente estupenda que bebe los vientos por un defensa central, y es correspondida, claro, y empieza a interesarse definitivamente por el fútbol.
Es curioso, me doy cuenta ahora de que jamás he realizado ningún viaje con mi padre Benito do Touciñeiro. Bueno, uno, a Bande, cuando vivía ya en Zaragoza y me dieron el premio Pedrón de Ouro: conducía bajo la nevada mi hermano Luis. Mariano me dijo que era muy tranquilo conduciendo...
*Esta foto es de Mariano Gistaín, la tomó ayer saliendo de Barbastro, y puede verse en su blog textocasidiario, frecuentado por el mismísimo presidente Marcelino Iglesias.
7 comentarios
elsy -
jdm, -
Francisco Javier Irazoki -
ana a. -
Antón -
Magníficas fotos junto al mar, magníficas sensaciones. Bien se ve que sigues siendo un hedonista que practica constamente. Un abrazo. AC
javier b. -
m ; ) -
Qué bueno, la menos mal que has puesto la foto, que ya la he quitado. Vaya crónica. Eres el mejor. Gracias por todo. Besos.