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Antón Castro

EL AMANTE DE LAS NIEVES Y LOS SARRIOS

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La montaña, la fotografía y la caza: Perfil de Lorenzo Almarza

Uno de los proyectos culturales más coherentes de Aragón es el trabajo de la Fototeca de Huesca: recupera fotógrafos, ordena y sistematiza los archivos, los expone y publica catálogos realmente importantes. La última edición de “Signos” fue un magnífico ejemplo. Y ahora, siguiendo la nueva línea de diseño y la labor de fondo, en Benasque se expone la muestra “El valle de Benasque en los años 20” de Lorenzo Almarza (Ezcaray, Rioja, 1887-Zaragoza, 1975), y se ha editado un bello y cuidado catálogo, que prologa Covadonga Martínez. El libro recoge una amplia selección de las 2.677 placas de cristal estereoscópicas y algunos cientos de negativos normales. Como su padre, Lorenzo muy pronto se inclinó hacia el ejército y además estudió Ingeniería. Durante su estancia en la Academia de Guadalajara, hacia 1911, coincidió con el gran fotógrafo navarro José Ortiz de Echagüe: parece fácil deducir que él fue su maestro, que le enseñó las técnicas que tan bien dominaba, aunque el camino de Lorenzo Almarza sería muy diferente, alejado del pictorialismo artístico y etnográfico que practicó Echagüe.

Hacia 1913, Lorenzo Almarza conoció a la zaragozana Carmen Laguna. Se casaron en 1914 y realizaron una completa luna de miel por Francia, Italia y Suiza, países de magníficas montañas y picos. Almarza aprovechó aquel viaje para dar rienda suelta a su gran pasión por la fotografía. Más tarde, estuvo en distintas misiones en el norte de África, en el protectorado español. Lo trasladaron a Zaragoza, a Jaca, a distintos lugares del Altoaragón, donde asumió tareas de control de distintos proyectos. A la par, desarrolló una constante actividad cultural en la Sociedad Fotográfica de Zaragoza, a la que se incorporó en 192, en el Sindicato de Iniciativa y Propaganda de Aragón (SIPA), cuyo lema era “Todo por Aragón y para Aragón”, y en “Montañeros de Aragón”.
En 1915, realizó una visita a Chistaín a la casa de los familiares de su mujer y aquello tuvo el impacto de una revelación: se quedó admirado ante las montañas, la belleza del paisaje, la tersura de los ríos, la huella de los animales, la luz tamizada, los pastores. Y casi a la par nació en él otra afición decisiva: la caza. Los instigadores fueron José Español, de Casa Sort de Anciles, y José Cereza, “Fades”, que sería su cómplice, su explorador y el amigo con quien se atrevería a cruzar peñascos y sendas.

A partir de entonces, Almarza tomó fotos de todo: de las fiestas, de las procesiones, de los bailes, estampas de puentes que se alzan sobre los ríos, pueblos, horizontes arañados por las cúspides. Y además, solía retratarse a sí mismo, o bien con “Fades” o con los grupos que formaba. En el libro hay fotos de su mujer, asomada a un fastuoso precipicio, de niños que anticipan a los que captaría Buñuel en “Las Hurdes. Tierra sin pan”, grupos de montañeses en la nieve. Almarza era un hombre esbelto, casi siempre con lentes redondas, y elegante. Se atrevió a mirar a la cámara con confianza, y con esa confianza captó una forma de vida, un tiempo, una cultura. Sus fotos reflejan una sensible y espontánea artesanía contra la muerte y el olvido.


 

*Este texto aparece hoy, en página 2, en el Heraldo de Huesca. La foto es de Manuel Parrado Segura hasta que pueda reproducir una de Lorenzo Almarza.

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