EL GRAN DÍA DEL PREGÓN
Empezó la mañana del sábado muy bien. El Casetas y el Utebo de cadetes pugnaban por el liderato entre sí; ganaron los azules de mi hijo Jorge, Joel y el ecuatoriano Luis, que hace recordar a Romario, por sus poderosas piernas, su potencia y su pasmosa ejecución final. Luis marcó tres goles, y el Utebo sigue de líder con el Montecarlo, que incluso mandó ojeadores porque se enfrentan dentro de dos sábados. Pero ayer era el día de Eduardo Ducay, de Miguel Mena, Jesús Morte, Vicente González y Valero López. De los tres últimos, sinceramente, no sé nada, no los he tratado; a Ducay lo admiro desde hace tiempo, (lo glosa hoy Agustín Sánchez Vidal en “Heraldo”); a Miguel Mena lo tengo por uno de mis mejores amigos desde hace muchos años; nos conocimos en el monasterio de Cogullada hacia 1989 o 1990. Miguel recibía una de esas distinciones que alegran a los padres y a los amigos y a uno mismo: una ciudad que te ha acogido, de golpe reconoce lo mucho que has hecho en ella, por ella, lo mucho que ha hecho la ciudad en ti, sobre tu piel y tu pensamiento, y te designa para siempre como uno de los suyos. Eso ha ocurrido en los últimos tiempos con personajes realmente entrañables como Eloy Fernández Clemente y Luis Alegre y Miguel Mena, zaragozanos que ya tienen mucho de universales.
Como soy un completo despistado, me confundí de hora: pensaba que el acto de la entrega de medallas era a las siete y fue a las seis. Llegué fuera de tiempo, encontré un atasco monumental, todo fueron leves complicaciones. Ni siquiera fui capaz de llegar a la Lonja antes de la ocho, que fue cuando se inauguró la exposición de José Manuel Broto. Pepe Cerdá y Ana Bendicho me guardaban una invitación. Sorteamos por aquí y por allá obstáculos hasta llegar a Echegaray: de golpe, mi hija Sara, siete años, y yo vimos bajar de un Chrysler a Eva Amaral: guapísima, elegante, morena. Dos peñistas, borracho él, borracha y sedosa ella, se descuartizaban a besos en los labios, en el cuello, en el rostro. Ya en la Lonja, apenas pude hablar con Vicente Villarrocha y con Carlos Gil de la Parra; vi, hacia el fondo, a Jorge Gay, y poco más de una media de docena de obras. Broto practica una pintura de encendido cromatismo, de poderoso impacto gestual, de raíz orgánica, y trabaja con lápiz digital. Respecto a Miguel Mena, supe luego que había contado su famosa anécdota de José Luis Borau: “En el ascensor me he encontrado con Borau y le he podido decir que en una de sus películas canté cuando era niño”, dijo. Y evocó a Amaral: “Haces que se vaya mi melancolía // me devuelves de nuevo a la vida”. Maravilloso hallazgo y muy oportuno. Zaragoza, anoche, era la ciudad de la alegría.
En los momentos anteriores al pregón vi a mucha gente. Amigos muy particulares (Luis Alegre, Félix Romeo y Cristina Grande, Pepe Melero y Yolanda Polo, Mercedes Ventura, Ricardo Berdié, que ha empezado una nueva vida…), políticos, periodistas, niños como Guillén, Iguázel y Chaime. Juan Antonio Gordón cogió a Sara y la llevó para que saludase a Juan y Eva. Ésta le dijo: “Me han contado muchas cosas de ti”. Más o menos. Juan Aguirre luego le firmaría dos discos, el primero y el último, y Eva, durante la cena, también gracias a las gestiones de Miguel Mena. No sólo imagino: esta mañana, antes de partir a su bella quinta de Trasmoz, Miguel y Mercedes y Daniel Mena Ventura le trajeron los discos, firmados también por Eva Amaral, y levemente desdibujadas las tintas.
Salimos al balcón. Había salido dos o tres veces más: durante las tardes imborrables de Eloy Fernández Clemente, Luis Alegre e Ignacio Martínez de Pisón. Es algo que siempre impresiona: la muchedumbre allá abajo, la gente cómplice con ganas de gozar, de ser feliz, con ganas de oír al pregonero para empezar la jarana. La noche se había quedado perfecta de luz y de brisa. Eduardo Ducay estaba entre perplejo y embrgado por la emoción: como en segundo plano, observaba la riada humana de paisanos y saboreaba sus ochenta años. Empezó a hablar Eva y la multitud pareció quebrarse de alegría y de identificación. La emoción era indescriptible: parecía no caber ni una sola alma indiferente allá abajo. La ciudad nunca ha tenido unos pregoneros tan populares, tan queridos, en toda su historia, probablemente; Eva y Amaral no suscitan ni un solo rechazo. Hacen su trabajo con absoluta belleza, con sinceridad, con espléndidas letras, y jamás se olvidan de sus raíces, de su lugar en el mundo, de los amigos, de los nuevos aragoneses que llegan, de los grupos y de los músicos en los que empezaron o que ahora son sus compañeros de trayecto, aunque con menos éxito. Viajar les ha revelado que el mundo es ancho y ajeno, y que sólo tenemos que tender la mano para hacerlo más nuestro. En su pregón, pronunciado a dos voces, de manera alterna, Eva y Juan, Juan y Eva, recordaron que Zaragoza era un cruce de caminos, un lugar hospitalario, un lugar donde la inmigración ha cobrado mucha importancia. Abogaron por el entendimiento y la tolerancia, y cómo no podía ser menos pidieron al ayuntamiento colaboración y apoyo directo con los grupos musicales de la ciudad. Esa petición fue muy adecuada.
La emoción se palpaba. El mundo, anoche en Zaragoza, estaba bien hecho. Lo pensé, junto a Luis Alegre, y sentí deseo de ser pájaro para sobrevolar tantas cabezas, tantos gritos. Pepe Melero se sabía, se sentía más zaragozano que nunca. Ser de Zaragoza en noches como las de ayer produce un escalofrío. Después, vi pasar a Eva Amaral fugazmente, abrazó con sincera efusividad a Félix y a Luis; hablé un instante con Juan Aguirre, tan cariñoso siempre. Estaba en aquel acto también por él porque me invitó, me dijo que me reservaba una invitación en el palco para mi hija Sara, que se sabe casi todas sus canciones. Sigo siendo tan desastroso en las relaciones sociales que no me habría atrevido a ir yo solo. Sara, que no me habría perdonado no haber ido, fue como mi coartada ante mi pánico a las multitudes y me hizo una confidencia: su canción favorita ahora es “Salta”. Me la cantó en el coche antes de quedarse dormida y eludir así los ruidos del atasco.
Transido aún del impacto de comprobar la identificación entre la gente y Amaral, salimos de paseo. Acabamos en la plaza de San Felipe, donde comprobé la cantidad de seguidores que tiene Carmen al natural, que repitió sus temas hasta cuatro o cinco veces. Bailé un poco, tan terriblemente mal como sólo sé hacerlo yo. Mis amigos (creo que se sumó Ismael Grasa, que cumplía años) cenaban en el bar Estudios, en cuya calle he vivido casi ocho años. Jamás he llevado bien un olor tan intenso a queso.
*Foto de los pregoneros del Pilar 2006, el dúo Amaral, Eva y Juan.
6 comentarios
Cristina -
Enhorabuena por tu programa Borradores.
Un saludo.
ENRIQUE -
Antón -
Enrique: mándame el texto de Amaral, de Eva y Juan, que lo colgaré aquí en mi blog. Un abrazo. Antón
ENRIQUE -
m ; ) -
Fernando Sarria -