EL PERIODISTA MIGUEL DELIBES*
Miguel Delibes ha hecho casi de todo en la prensa. En realidad, en las páginas del periódico, aspecto que analizó muy bien José Francisco Sánchez, encontró la primera semilla de la literatura, su primer campo de pruebas. Dijo en una ocasión que “el periodismo era un borrador de la literatura”. Lo fue para él, sin duda, porque desde las páginas de “El Norte de Castilla”, donde se inició y se forjó, aprendió dos cosas fundamentales: la valoración humana, sociológica e histórica de los hechos de cada día, y la labor de síntesis que exige la prensa. Delibes, que tendía a retratarse con máxima austeridad: “Soy un hombre que escribe sencillamente”, añadía que su misión era buscar al otro, al lector, al vecino, al cómplice, al conciudadano, y para ello en muchas ocasiones se tenía que valer de una máxima, que es casi una aspiración: “Se trata de decir lo máximo con las menos palabras posibles”. Con un sentido pragmático inequívoco, el autor de “Las ratas” dijo que la redacción de un suceso puede contener todo el arte de narrar y que una entrevista es una magnífica escuela para hacer hablar a los personajes, un espacio de entrenamiento del diálogo narrativo. Estaba claro que el periodismo es una disciplina autóctona, pero para Miguel Delibes fue su particular taller literario.
El joven estudioso de Derecho Mercantil sintió desde muy pronto la llamada de las linotipias. Hacia 1941, inició su colaboración con “El Norte de Castilla” como caricaturista y dibujante, aunque también realizaba el diseño de rótulos de secciones. Apenas dos años después, se convirtió en redactor y realizaría distintas funciones vinculadas con el periodismo literario: fue crítico de cine, ocasional y poco convencido crítico teatral, reseñista de libros, en particular de novela española y extranjera, comentarista de toros y de deporte, y de ahí pasaría, algún tiempo después, a ser editorialista. Su primera director, Francisco de Cossío, que sería depurado por el régimen, siempre alentó y estimuló su capacidad creativa. Una de las anécdotas más curiosas de este periodo de iniciación refiere que éste y Delibes tuvieron un pequeño desencuentro acerca de una crítica de teatro. Delibes se negaba a hacerla, o dudaba por inseguridad, porque consideró que carecía de experiencia y de conocimientos escénicos; Cossío le enseñó que lo fundamental es la sensibilidad. Miguel Delibes debió interiorizar este consejo para afrontar el reto.
Desde muy pronto, eludiendo la censura como podía, manifestó una inclinación hacia los postergados, los parias del mundo. En sus reportajes, viajes por Castilla, en su preocupación por la situación social del campo, en su resistencia a aceptar consignas o lugares comunes que difundía el régimen, Delibes trazó su propio camino. Dirigó el periódico de su ciudad desde 1958 a 1963. En ese periodo y en otros coincidió con José Jiménez Lozano y formó a una espléndida generación: Martín Descalzo, Umbral y Leguineche. Delibes escribió de todo en la prensa: realizó varios viajes alrededor del mundo, redactó unos textos sobre la primavera de Praga, realizó entrevistas a personajes locales, escribió de deportes: caza, natación, automovilismo, ciclismo (fue un gran admirador de Fausto Coppi) o fútbol, por supuesto. Miguel Delibes, que era un gran aficionado, llegó a polemizar con Alfredo Di Stefano cuando éste dijo que en las victorias el 10 % eran méritos del entrenador, y en las derrotas, su demérito alcanzaba el 40%. Delibes, observador y comprometido, sutil en la esquiva de los censores, le corrigió con suavidad: “El alma del equipo es el alma del entrenador”. Muchos dirían que Miguel Delibes también encarna el alma del periodismo.
*Ayer, Miguel Delibes recibió el Premio Vocento.
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