ORHAN PAMUK O LA IMPORTANCIA DE LA NIEVE
Orhan Pamuk se había convertido en los últimos días en una figura casi obsesiva: aparecía en los diarios y en las revistas con ese aspecto de seductor incorregible y de intelectual inclinado al desaire. El motivo de tanta presencia es su último libro, más que el fallido proceso que estuvo a punto de enviarlo a la cárcel por denunciar la hostilidad contra armenios y kurdos: “Estambul: ciudad y recuerdos” (Mondadori), donde cabe casi todo. Una mirada a la historia del país, a la historia familiar (habla de la tensión entre sus padres, de las peleas con su hermano mayor), la descripción del primer amor y de la fascinación de sus diminutos pies, pero también de las sesiones en que ella posó para él y de un paseo romántico antes de que sus padres quisieran mandarla a Suiza. Habla del movimiento incesante del mar de Bósforo, de la historia del país, de los comerciantes y de los escritores que dejaron una hermosa evocación como el suicida Nerval o el lúcido Gautier, e incluso revela que su pesadilla habitual hasta los 45 años fue la impresión de haber matado a alguien.
Orhan Pamuk escribe a mano, fue pintor hasta los 22 años, y contempla el mundo, aquí Europa, allá Asia, desde una terraza de Cihangir. En sus libros escribe de la convivencia entre Oriente y Occidente (decía hace poco: “Mi idea de Occidente es libertad, democracia y derechos de la mujer, tres cosas que Oriente no tiene”), de seres humanos enfrentados al reto de vivir en ámbitos conflictivos y va siempre, con su prosa intensa y barroca que traduce Rafael Carpintero, en busca del otro, del lector, porque desea “abrir su corazón al mundo”. Y habla, sobre todo, tanto en “Nieve” (Alfaguara, 2004) como en su último libro, tan recental de tintas, de ese Estambul nevado, tan fantasmagórico, de ese Estambul vivido y asumido, que se exhibe espléndido y sugerente entre tantas fotografías que el autor incluye.
Cada vez que leo esas notas, siempre pienso que Orhan Pamuk, el Premio Nobel, podría haber sido aragonés y haber descrito la primera nevada de mi vida: aquella de Zaragoza del otoño de 1978, poco después del Pilar. En algún lugar conservo una foto levemente mirada en la que miro el objetivo del guitarrista y compositor Goyo Maestro y acaricio una bicicleta. Era mi primer otoño en Zaragoza.
4 comentarios
samanta -
ENRIQUE -
José Luis Galar Gimeno -
Muchas gracias por recomendarme el libro Antón Chéjov de Natalia Ginzburg. Es delicioso.
También me recomendaste este de Orhan Pamuk. Empezaré a leerlo hoy mismo.
Es una suerte tener alguien que te recomiende esta suerte de lecturas.
Saludos,
JLG
ENRIQUE -