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Antón Castro

EL PRODIGIOSO SALTO DEL CABALLO (LEYENDA)

EL PRODIGIOSO SALTO DEL CABALLO (LEYENDA)

En La Iglesuela del Cid hay una cumbre no demasiado elevada pero sí espectacular porque tiene forma de tótem, de colina del centinela desde la cual se contempla toda la población: la peña del Morrón. Desde allí La Iglesuela del Cid parece un entramado de tejados que se encuentran en la rambla, que cruza entre las eras y los huertos. A lo lejos, se ven los campos, las íntimas olmedas donde se encierran los caballos, y, algo más lejos, el serpeante camino que va hacia la ermita de Nuestra Señora del Cid. Si el observador tiene aguzada la vista es capaz de distinguir los dos pairones. El primero se alza junto a unas impresionantes casas de piedra excavadas en la roca, y es el principio de ese paisaje escarpado donde la montaña se aterraza, adquiere un color ocre, o rojizo, y evoca los paisajes del Jordán. Y más allá, una vez vencida la pendiente del camino, está el segundo pairón, con su modesta hornacina.

Justo en ese punto ocurrió algo legendario, que han contado, entre otros, Antonio Beltrán Martínez, Agustín Ubieto o Pascual Guillén. Debió acontecer en el siglo XI cuando Rodrigo Díaz de Vivar atravesaba estas tierras hacia Valencia, en pos de moros, o huyendo de ellos. Se desconoce cómo llegó, volviendo grupas, a la Peña del Morrón, que debió ser su último refugio. Hasta allí subieron al final sus rivales y sólo le dejaron una salida: el cielo abierto. Dicen que el caballo del Cid se arrojó por los aires, cruzó el pueblo entero, su caballista tuvo tiempo de mirar abajo, de repasar las chimeneas, las altas torres, los campanarios, y voló hasta el segundo pairón.

Como prueba de que esta historia heroica no es una invención ni inverosímil ahí están las huellas de los cascos del caballo, creemos que blanco, del Cid, impresos en la dura roca. Si una tarde cualquiera te acercas con un paisano, oirás esta historia, verás la piedra hendida. Al volver la vista atrás comprenderás la magnitud del milagro. Otros dicen que el jinete no fue el Cid, sino el propio Santiago apóstol en una de sus correrías por el Maestrazgo.

*Durante cinco años imborrables viví en este lugar, en La Iglesuela del Cid.

2 comentarios

Magda -

Que hermoso lugar, Antòn. Todas las casas son iguales, los mismos colores (casas de piedra excavadas en la roca, como señalas) y los techos creo que son de teja (acà, en el centro de la cidad, la mayorìa de las casas son de teja y està prohibido quitarlas porque es considerado centro històrico). El estar entre montañas le da especial belleza.

Puedo imaginar al Cid...

José María Ariño -

Un lugar encantador. Todo en el Maestrazgo es agreste y pintoresco. La fotografía es excelente. Gracias por este recordatorio legendario