VICENTE PASCUAL, SOBRE EL VOLCÁN
Llegó ayer a Huesca un proyecto insólito, elaborado con la llama viva del volcán y a la vez desde una calma casi quietista o zen. Llegaba ayer a Huesca, al CDAN, una exposición y un libro: “Las 100 vistas del Monte Interior” (DGA, CDAN y Olifante, 2006), cuyo autor es Vicente Pascual Rodrigo (Zaragoza, 1955), un pintor que Aragón ha recuperado de manera definitiva en 2003, tras residir varios años en Mallorca y en Estados Unidos. Vicente Pascual formó desde 1970 a 1989 el grupo La Hermandad Pictórica con su hermano Ángel Pascual, y juntos desarrollaron en un inicio una pintura de eco social, cargada de ironía y próxima al cartelismo, que coincidía con algunos planteamientos estéticos del Equipo Crónica, del Equipo Realidad y de determinados momentos de Eduardo Arroyo. Luego, bajo el influjo de la pintura de Caspar David Friedrich y de un numen claramente oriental, desarrollaron una pintura llena de luz, de delicadeza, de color, que alcanzó en el paisaje su mayor grado de pureza y belleza. Ambos evolucionaron de forma diferente: Vicente se trasladó a Estados Unidos, donde residió casi quince años, y modificó su estética. Frente al brillo, a la suntuosidad y a la anécdota, optó por una nueva línea más sobria, despojada y sin relato. Vicente había cambiado, percibió el impacto de las culturas chinas y japonesas, y quiero hablar no sólo de arte, sino de pensamiento, de poesía, de textos un tanto fronterizos que cabalgan entre el lirismo, la alegoría y el aforismo.
En 2003, Vicente y su ángel tutelar Ana Marquina se instalaron en Tarazona, ante ese monte ventoso, ese monte legendario que se corona de nieve y de melancolía desde inicios del otoño, el Moncayo que cantaron el marqués de Santillana, Machado o Bécquer.
Y allí, paseando, soñando, pugnando con una enfermedad terrible ante la que demuestra un pundonor y una fe en la vida absolutamente admirables, allí, al cobijo del Moncayo, Vicente Pascual Rodrigo emprendió este curioso proyecto: “Las 100 visitas del Monte Interior”, que es un homenaje y un acercamiento a “Las 100 Vistas del Monte Fuji”, que realizó el maestro del Ukiyo-e Katsushika Hokusai entre 1834 y 1840 en xilografías de 23 por 16 centímetros, creador que tras realizar otro tipo de trabajos acabó sus días loco. De ahí que Vicente Pascual haya colocado esta nota: “En recuerdo de los antiguos locos” Aquel trabajo de Hokusai era un “reflejo del centro inmóvil, como una paradigmática manifestación exterior del eje interior, una nítida expresión material de un modelo situado en el mundo de los arquetipos”. El trabajo de Vicente Pascual es aún más austero: aborda un volcán interior que se expresa a través del máximo rigor de la geometría. Rigor, simetría, exactitud y orden son algunas palabras que encajan en este libro y en esta exposición que puede leerse y verse como un diario iniciático, como una búsqueda.
Vicente Pascual dice que no ha pensado tanto en el posible espectador como en su propio provecho, en su fogosa intimidad, en el frío pálpito de su cerebro que piensa y sueña. No busca el entretenimiento, ni el brillo ni el artificio, sino una desnudez radical, casi taoísta o hindú. El artista está en todo y lo es todo en esta muestra. El artista se siente un místico, un creador que busca la iluminación más decisiva, que se sabe en camino hacia las “más elevadas Verdades”. Utiliza sólo dos colores en sus obras de 12 x 12 centímetros: un color negro, casi ahumado, y un óxido cálido que bien podría remitir a la pintura rupestre, a la memoria sedimentada de los pintores de las cavernas. Vicente Pascual reflexiona sobre la dicotomía del existir: el ser o no ser, la vida y la muerte, lo efímero y lo inmutable. Y además, añade poesía de su cosecha, vinculada a Rumi o a Keats, pongamos por caso, poesía metafísica, sensual, poesía sobre la naturaleza excitada por la melodía de las estaciones y de las ideas.
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