ENTREVISTA CON JUAN JOSÉ CARRERAS ARES*
El despacho de Juan José Carreras tiene un olor especial, un particular desorden y abunda en imágenes que definen a este raro de letras, de gran finura intelectual. Los retratos de Marilyn Monroe se multiplican entre fotos de Engels, Marx o Lenin y estampas de obreros en la fábrica; un poster de Iciar Bollaín domina el paisaje de libros y despista al entrevistador, igual que otro de Madonna o un retrato de Marlene Dietrich. Así es este hombre enigmático, que pasa sigiloso por la vida y que sigue exhibiendo un acento gallego peculiar apoyado una y otra vez no sólo en la gramática o en la entonación cantarina y suave, sino en un "¿no comprende?" o en un "¿no?" que recuerda mucho a aquel "¿nonsi, neniño?" que tanto debió oír a la gente del servicio cuando era el nieto del pastelero de La Española de la Estrecha de San Andrés, allá en La Coruña, en tiempos de la República. Su abuelo materno tenía obrador de pastelería. Y su padre, Fortunato Carreras, era telegrafista de Correos, partidario una organización republicana galleguista, ORGA, que lideraba Casares Quiroga. Cuando estalló la Guerra Civil fue nombrado jefe de estación costera de la Coruña y tenía que leer los bandos de la República.
--¿No le molesta que fume?
--En absoluto.
--Un día, los sublevados asaltaron la radio y mi padre --yo le oía decir: "Todo está controlado" por radio-- fue apresado pero al día siguiente lo soltaron. Recuerdo que vinieron algunas personas para recordarle que había buques ingleses en altamar y que se podía llegar hasta ellos en lanchas por si quería irse. Mi padre, ingenuamente, creía que no iba a pasarle nada, había sido jefe de una mesa electoral y poco más. Poco después volvieron a atraparlo. Le hicieron un consejo de guerra y lo condenaron a muerte, pero antes de que lo fusilasen debió enterarse y cuando iban a llevarle la cena, le dio un golpe al carcelero y logró escaparse. En el propio perímetro de la cárcel lo ametrallaron por la espalda. A la mañana siguiente le mandaron a mi madre sus enseres.
--Todo un detalle. ¿Se enteró usted?
--Tengo ideas vagas, recuerdo la ausencia de mi padre, a mi madre llorando, las persianas bajadas de la habitación. Y luego, empezó a venir una agrupación de mujeres espontáneas que se iban quedando viudas, se reunían en mi casa. Y yo oía sus historias: "A mi marido lo cogieron por la calle y me dijeron: 'No se preocupe, señora, que mañana lo tiene en casa. Sólo queremos hacerle unas preguntas'. Después, lo encontramos en la playa del Orzán con una bala en la cabeza". La policía venía a menudo para que le diésemos un colchón para los hospitales de sangre del ejército nacional o el dinero equivalente.
--¡No fastidie!
--Sí, sí. Y además se complicaban mucho las cosas por cuestiones de familia. La hermana de mi padre estaba casada con un individuo de Vigo, falangista, que aparecía con botas altas y camisa azul para ponerse a disposición de mi familia con toda aquella arrogancia de los que van ganando la guerra. Mi madre, que era muy religiosa, dejó de ir a misa, no podía soportar las homilías y las pastorales de los curas... Vivíamos con mis abuelos y con un hermano de mi madre, José Ares Montes, que no entró en combate por culpa de de una dolencia de corazón. Por las noches escuchábamos Radio Madrid, un invierno mi tío nos llamó a todos, gritando: "Teruel es republicano".
--Tenía catorce años cuando se fue a Madrid.
--Para mí fue un shock terrible. Yo sabía que Castilla era seca, pero no tanto. Subimos a aquel tren de carbonilla cargados de maletas, el tren más barato del mundo, el viaje resultaba interminable. Al despertarme por la mañana, de pronto vi esas superficies lisas y secas, y no podía comprender que el mundo fuese así. Yo estaba acostumbrado a los verdes, las lluvias, las aguas. Y en Madrid seguí creyendo durante meses que al final de alguna calle iba a encontrar el mar. Sabía que no estaba el mar, pero no me resignaba, era una especie de obsesión, de idea irracional y absurda. Hice el Bachillerato en el Instituto Cisneros y en Madrid se burlaban de mi acento gallego, aunque eso jamás llego a ser una tortura.
--¿Consiguió adaptarse, por fin?
--Me costó más de un año. Disfrutaba de la biblioteca de mi tío, tenía la colección Universal, que era casi un incunable, y pasábamos las penalidades lógicas. Mi madre no cobró pensión de viudedad hasta muy tarde, mi tío daba clases y llegamos a alquilar una habitación para huéspedes. Y a eso se le sumaba una pequeña cantidad de cruceiros que nos llegaba de Brasil de una modesta herencia de mi padre, porque sus antepasados habían sido emigrantes. Mi abuelo paterno fue coronel o comandante de caballería: se fue a Puerto Rico, estuvo en el Casino Gallego de presidente o secretario. Cuando volvió a España se trajo, perfectamente robados, los pendones bordados en oro del casino. Mi madre, en esos años del hambre, vendía los hilos para comprar pan de estraperlo en la boca del metro o lo que fuera.
--¿Le obsesionaba la muerte de su padre? ¿Era consciente de que era un perdedor en aquel pozo de represión en que se había convertido España?
--No. Me figuro que si se hubiera muerto y no hubiese habido guerra, quizá sí... No es que estuviese rodeado de huérfanos --decir eso resultaría exagerado-- pero en aquel contexto aceptabas la violencia, y no perdías la esperanza de que el régimen de Franco se vendría pronto abajo. Y eso lo pensaba particularmente durante la II Guerra Mundial. Uno de los mayores disgustos me lo llevé cuando una profesora de Historia, vestida con camisa azul y muy simpática, por lo demás, anunció: "Los alemanes han tomado París". Seguía simpatizando con la República y regresé a casa llorando.
--¿Percibió ella su disgusto?
--No, no. Yo no era un facineroso, me lavaba y era ordenado. La derecha se ha manisfesto siempre con total impudicia, prácticamente hasta los años 70 tenías que oír las cosas más increíbles, a nadie se le ocurría que tú te sintieses afectado por lo que estaba ocurriendo o por lo que había sucedido, como el crimen del padre. Así como la izquierda ha tenido enorme tacto, "bueno, para qué vamos a hablar de fascismos, si al padre de este muchacho, también lo mataron los republicanos en una cheka de Madrid", por ejemplo, la derecha ha sido de una impudicia total. Ante mí nadie se inhibió jamás, incluso gente que por razones de vínculo debía hacerlo, y el símbolo de eso era mi tío, el falangista de Vigo.
--Usted tampoco escarmentaba. Creo que tuvo una actividad increíble en la FUE (Federación de Universitarios Españoles), de inspiración comunista...
--Empecé a colaborar en séptimo de Bachillerato. Repartíamos Mundo Obrero, pegatinas, que tirábamos en los pasillos del instituto o pegábamos en el metro cuando se cerraban las puertas y también la revista Demócrito, de los intelectuales libres. Eramos muy pocos, pero nosotros queríamos más y a nuestro contacto, un hombre cojo del Partido Comunista, veterinario, al que veíamos en los billares de San Bernardo, le pedíamos que nos diese armas. Pero era una lucha sórdida, mal organizada, alimentada por la ilusión y la utopía de cuatro chiquitos. Había dos FUE, la nuestra, vinculada al comunismo, y otra que controlaba Sánchez Albornoz y Lamana, próxima a republicanos de izquierda y socialistas. Y al final nos fusionamos. Aún así éramos cuatro gatos.
--Ahora que ha citado a Lamana y Sánchez Albornoz, he oído que usted participó en la fuga de Cuelgamuros.
--No, no. Lo que ocurre es que yo fui con Paco Benet a ver el terreno y a visitar a Nicolás y Lamana y a un tercero que no se quiso escapar, eso fue antes de que fuesen las americanas Barbara Probst Salomon y Barbara Mailer, y se produjese la fuga.
Juan José Carreras era un estudioso voraz que pasaba las noches de claro en claro en el Ateneo, hasta cerca de las dos de la mañana, rodeado de bedeles republicanos. Por la tarde trabajaba en la hemeroteca municipal de Madrid y las mañanas que podía acudía a clases de Historia en una Facultad donde sólo había tres profesores de interés: el excelente orador Justo Pavón y Suárez de Urbino, un tanto trasnochado en sus métodos; Angel Lafuente, que venía de Alemania, había escrito una biografía de Fernando el Católico: poseía una biblioteca impresionante en todos los idiomas y acogió en su casa a aquel muchacho rojo que se movía entre el encanto personal, la aplicación académica y la lucha clandestina. Y Santiago Montero Díaz, "gallego como yo. Había empezado siendo comunista y luego fue falangista de Ledesma. Disfrutaba de prestigio porque había sido combatiente con Franco y a la vez se mantenía muy próximo al fascismo europeo". Carreras fue ayudande de Ferrari y Montero Díaz durante cuatro años, de 1950 a 1954.
--Es usted un seductor nato: comunista, rebelde clandestino, conspirador y, sin embargo, es capaz de caerle simpático al enemigo.
--¿El enemigo? Creo que ahí está un poco equivocado. Lafuente ni Montero Díaz no eran el enemigo. Lafuente está más allá del bien y del mal: era un liberal reprimido. Y Montero Díaz era un marginado, un rato del sistema con poco poder académico. Por lo tanto le agradezco mucho que me considere un seductor, pero no es cierto, al menos entonces. Terminé mi carrera y me inhibí de mi destino natural que era ingresar en el CSIC, porque era una estructura fascista que no me interesaba y me fui a Alemania. Cuando volvía cada verano me encontraba con viejos amigos a los que había conocido en el bar de la facultad como Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos o Alfonso Sastre. Ellos jamás participaron en las actuaciones políticas de la FUE. Aldecoa mantenía una postura bronca, de oposición. Pero no participaron en la famosa pintada de la rotonda de la Facultad de Letras que salió en Le monde. Creían que toda aquella lucha no tenía sentido.
En Heidelberg, Carreras estuvo once años. Su intención inicial era estudiar Historia Medieval, pero para un hombre político, afecto a la actualidad y a las convulsiones, aquello le resultaba un poco lejano, y se decantó por la Historia Contemporánea. Era un placer inmenso ir cada mañana al único kiosko de la ciudad --famosa por su belleza y por su Escuela de Traductores; allí había vivido Karl Jaspers, Carreras residió un tiempo en su habitación, y dos españoles de mérito: Emilio Lledó y Gonzalo Sobejano-- y comprar un periódico con los anagramas de la hoz y el martillo. En cambio, "si preguntaba por una edición de Marx, me miraba con la misma perplejidad que si pidiese un libro del Kama Sutra encuadernado en piel humana". Carreras entró en contacto con una célula comunista de la ciudad y, poco a poco, gracias a la Fenomenología del espíritu de Hegel empezó a aprender alemán, lo cual le valió para estudiar en su lengua original a Marx y a Engels, y escribir un célebre artículo --Marx y Engels. El problema de la revolución-- de más de un centenar de páginas para Hispania que deslumbró a José María Jover, por el manejo de fuentes bibliográficas, por la interpretación textual, por su deliberado tono neutral. "Era un artículo de Historia en el sentido más puro y duro de la palabra".
--¿Alemania? Era un país con contradicciones. Cuando llegué el partido comunista estaba autorizado, luego fue ilegalizado. Pero en la posguerra, cualquier país era mejor que España porque aquí no había libertad. Al cabo de once años, Emilio Lledó me dijo que quería volver y yo también pude hacerlo optando a cátedras de instituto. La universidad española se había olvidado por completo de mí. Y fue mejor así. Aprobé y me destinaron a Instituto Goya.
--Y cuatro años más tarde, en 1969, obtuvo la cátedra de universidad por Granada.
--Sólo quienes me conocían como persona sabían que yo era marxista y de izquierdas de toda la vida. Los que me votaron en la segunda oposición a la que me presenté, dijeron: "Si supiésemos a quien apoyábamos no lo hubiésemos votado", porque empezaron a considerarme un francotirador que se había metido en sus filas. Durante la oposición yo hice unas exposiciones, unas lecciones magistrales neutras pero intentando reflexionar. El que hubiese sabido algo de marxismo habría sabido de qué pie cojeaba, pero en el tribunal nadie conocía a Marx. Decían: "Qué lógico y racional es lo que ha dicho Carreras". Sólo David Ruiz, de CC. OO y ahora catedrático en Oviedo, me dijo: "Qué exposición marxista más buena has hecho". Me reclamó desde Zaragoza y empecé a impartir un curso de bibliografía europea, en el cual conocí a Carlos Forcadell.
--Que es su discípulo más conocido, junto a Julián Casanova, Ruiz Carnicer, Ignacio Peiró, etc.
--No, no, yo tengo amigos, no discípulos.
--Todo el mundo lo dice y lo tiene claro, salvo usted. ¿Por qué le da miedo aceptar que es un punto de referencia fundamental, el maestro, por qué es tan escurridizo?
--Ahí vuelve a equivocarse: soy una referencia afectiva, de eso sí estoy seguro, porque todos nos llevamos bien y convivir en el mismo trabajo fortalece la relación. Sé que me quieren bien y yo a ellos. Pero no existe ninguna relación de discipulado. Hombre, tal vez pueda tener algún peso el hecho de que yo sea mayor y haya llegado antes al punto culminante, pero le aseguro que no he adoctrinado a nadie.
--Entonces, ¿por qué le admiran tanto?
--No le puedo contestar. Es cariño, supongo.
--Se dice que tiene mucha mano izquierda, que influye constantemente en la realidad, que se mueve muy bien, que es como...
--¿Envolvente?
--Exactamente. Como buen gallego: se va pero se queda, hace las cosas como pidiendo perdón, dulcemente, pero a la par siendo fuerte y contumaz. Vamos, que tiene una imagen de controlador.
--Eso quizá se lo aceptase como cosa temperamental no como táctica maquiavélica. Y en todo caso, si así fuese, es una vez que uno está asentado en la Universidad de Zaragoza. Antes de llegar he atravesado un largo desierto en el cual he encontrado muchas puertas cerradas. Y también le quiero decir algo: a menudo gracias a la dureza puedes crear un ambiente en el cual puedes ejercer tu seducción, pero primero tienes que trabajártelo. Las personas que quieres y que te rodean y que te quieren a ti has logrado agruparlas gracias a que has sido duro con otros. La seducción no sirve frente a gente que quiere exactamente lo mismo que tú.
--¿Cómo es posible que el hombre que posee la mejor biblioteca de Historia Contemporánea de la ciudad en todos los idiomas, que se pasa horas y horas en ese santuario, no sienta la necesidad de escribir, apenas tenga obra?
--Exactamente eso: no tengo necesidad de escribir. Quizá sea por una visión irónica de la vida. Nunca he creído que lo que yo escriba no puede ser escrito por otros.
--Tanta humildad desconcierta. Ya sabe que los gallegos tenemos una gran vanidad pero nos da miedo exhibirla, nos parece obsceno. ¿No será de ésos? --No, no, fíjese. Nunca busco ocasión para manifestar mi humildad, jamás. Tengo una modestia que roza el anonimato, pero comprendo su observación. No tengo ni voluntad de pasar advertido ni inadvertido: paso sencillamente. No soy como aquel pianista que sale del concierto vestido de pordiosero. Si voy de pordiosero es porque soy así. El afecto que me tiene la gente y el que le tengo yo, puede crear una cierta aureola. El matiz está ahí, ¿me comprende?
--Dicen que usted fue el ideólogo de Andalán.
--Andalán tenía muchos ideólogos. No soy aragonesista ni nacionalista --si lo fuese sería nacionalista gallego. Yo hacía crónicas internacionales y si algo fui en Andalán sería un elemento corrector, un peso moderador o negativo, un elemento compensador, si quiere, pero era un extraño en la ideología de Andalán si se sigue entendiendo el periódico como un proyecto para Aragón.
--¿Puedo pedirle autorretrato?
--Creo que soy una persona completamente normal, a la que le entusiasma el jazz, pero soy un analfabeto musical, y le gusta nadar. Cosas así. Me hubiera gustado ser un gran diseñador, es mi vocación frustrada y me encanta hacer collages para los amigos, a quienes se los mando por Navidad, y para los alumnos. Maqueto y monto mis guiones de clases con dibujos, con fotos, etc. En televisión sólo veo la publicidad: me encanta ver cómo en tan poco tiempo puede construirse un mensaje y creo que tengo cierta sensibilidad para seguir la arquitectura interna de un anuncio. Dos personajes de referencia para mí son Karl Marx y Max Weber.
--¿Aragón?
--Vivir en Florencia, que es una ciudad bellísima, no tiene ningún mérito. Pero hacerlo en Zaragoza, que es una ciudad feísima, horrible, que vive de espaldas a sus tres ríos, ahí tenemos las riberas convertidas en estercoleros (al menos hasta que aparecieron los ecologistas y los ecofontaneros: fíjese en el río a su paso por la Gran Vía), y que recuerda más a una ciudad turca que a una ciudad europea, es mérito de los zaragozanos, que son abiertos, simpáticos y hospitalarios. Por eso se puede vivir en Zaragoza.
*En 1997 O 1998, no recuerdo ahora con exactitud, publiqué en "El Periódico de Aragón" esta entrevista con Juan José Carreras. La recupero ahora y la publico aquí. Integrará un libro que saldrá el próximo año de 50-60 entrevistas con personajes aragoneses...: Lázaro Carreter, Pepìn Bello, Antonio Saura, José Vicente Torrente, José Alcrudo, Salvador Victoria... En la foto, vemos a Juan José Carreras (A Coruña, 1928- Zaragoza, 2006) con Carlos Forcadell. He tomado la foto hace unos días de un blog amigo, y ahora no sé de cuál se trata. No logro encontrarlo.
4 comentarios
Monsieur George -
Un saludo a todos.
dragon -
Así que juega con tu mente... y con la de los demás.
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Luisa -
JoseAngel -