UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (18) / ISABEL MUÑOZ.I
Isabel Muñoz tenía doce o trece años cuando descubrió el placer y el misterio de la fotografía a través de una cámara Instamatic. Suele decir, esta mujer intensa y morena: “Fue la fotografía quien me eligió a mí, salvándome de algoritmos y derivadas”. Alude a su idea de estudiar Ciencias Exactas. Precisaba: “Desde entonces no he podido abandonar la magia que supone mirar a través de una cámara”. Empezó a dedicarse a una actividad que le sirve, más que las palabras, para compartir y comunicar. Isabel Muñoz tiene algo de narradora desde el silencio: busca imágenes que cuenten historias sobre la gente, sobre la existencia, “que me susurren secretos y deseos al oído o que me griten cosas que necesitan ser contadas”.
Nacida en Barcelona en 1951, se trasladó a Madrid con apenas veinte años: aprendió los secretos del oficio con su maestro Ramón Mourelle y ejerció de ayudante de Eduardo Momeñe. Trabajó durante algún tiempo por libre, a su aire, atraída por el lenguaje del deseo, por la arquitectura sensual de la piel, por el gesto de un pie que avanza, por un contoneo tan bello como malicioso, tan desenvuelto como un paso de baile. Realizó labores de foto fija en “Sal gorda” (1982). Apasionada de la técnica, decidió marchar a Estados Unidos porque “quería añadir la sensualidad del papel de acuarela” a sus fotos y abrazó una técnica, que se remonta a 1914: la planotipia, que consiste en emulsionar papel de acuarela con sales de plata, lo cual le ha dado una intensidad, un tono, una atmósfera y un contraste particulares a su quehacer, tan variado y tan coherente.
Como otros muchos creadores de fotografía, Isabel Muñoz suele trabajar por temas. Temas que se convierten casi en una enciclopedia de texturas, en un álbum de contrastes, en un canto de la vida. En su trayectoria, caracterizada por una manera de ver, por un lenguaje sensual y sexual, por un hilo incesante de emoción, Isabel Muñoz ha abordado asuntos como el flamenco, el tango y la danza. Alguna vez le hemos leído que sus padres bailaban muy bien el tango y que le contagiaron la pasión por el movimiento. Se ha acercado a la tauromaquia y ha exaltado la belleza física, el desnudo, la rotundidad de las curvas, la pulsión primitiva del erotismo (impulsada por las imágenes y los protagonistas del cine pornográfico, investiga ahora en ese campo), pero en ella hay además una veta social, un compromiso con el mundo y con los que sufren, que la ha llevado a analizar y a fotografiar la prostitución en Camboya, la violencia en El Salvador y en Etiopía, las culturas africanas. Su trabajo con las tribus africanas, tan ritual, ofrece algunas semejanzas con los que han realizado Werner Bischof o el propio Irving Penn, pongamos por caso.
Isabel Muñoz ha expuesto mucho en Aragón: en la lamentablemente desaparecida Tarazona-Foto, en Spectrum, en distintas colectivas, ahora figura en la colectiva "Diez miradas" en el Museo de Teruel. El pasado mes de octubre presentó en la Centro Cultural de la Villa de Madrid una retrospectiva de 251 fotos, bajo la dirección de Publio López Mondéjar. Ahora llega a Huesca este mundo tan personal, tan lírico y poderoso a la vez, de obra tan exigente y de grandes formatos. En el catálogo de la exposición “Miradas de mujer. 20 fotógrafas españolas”, que se presentó en Segovia en 2005, decía que su fotografía se alimenta de una memoria sentimental que abraza a Rodin, Henri Moore, Velázquez, Goya, Bacon, Klimt (tan de moda estos días), Mies van der Rohe, Nijinsky, Canales o Víctor Ullate, por citar algunos nombres. Y, entre los fotógrafos, citaba a Lewis Carroll, Alfred Stieglitz, Avedon, Irving Penn, Mapplethorpe o Momeñe. Ella, morena y penetrante, escrutadora de cuerpos y almas, mira y arrebata: pone el corazón en el fondo de su retina y atrae al corazón que mira como un imán.
*Ésta es una de mis fotos favoritas de Isabel Muñoz.
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Elisa -