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Antón Castro

HISTORIA DE UN GOL,MEMORIA DE UNA VIEJA PASIÓN

HISTORIA DE UN GOL,MEMORIA DE UNA VIEJA PASIÓN

Para Pepe Melero, Eduardo Bandrés y Miguel Pardeza, y todos los zaragocistas de la tierra.

 

Cuando era niño allá en Arteixo (A Coruña) --la patria de Arsenio Iglesias, que luego sería entrenador del Zaragoza y lo haría campeón de Segunda División-- tenía un ejército de botones y una caja de cromos que renovaba todos los años. Era aficionado a leer el As Color y de vez en cuando me encontraba con reportajes históricos, con leyendas del fútbol del pasado, que firmaba Julián de Reoyo. Así conocí los nombres de Yarza, o la delantera de Los Cinco Magníficos, que me aprendí de memoria a principios de los 70: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra.
         Entre los cromos del Zaragoza, recuerdo con toda nitidez la cara marcada y laboriosa de José Luis Violeta, el empaque de un arquero como Javier Izcoa, que haría gloria en el Granada, la complexión de Fontenla, interior y paisano, etc. Aquel Real Zaragoza pronto se convirtió en uno de mis equipos favoritos --tras el Depor de Manolete, Vales y Cervera--, y en los partidos que yo inventaba en el suelo del salón con los botones daba vida a los inolvidables blanquillos de los 60. Un vecino, emigrado de A Costa da Morte, conocía a Marcelino Martínez Cao y otro a Severino Reija. Fue así como, con doce o trece años, aquellos futbolistas remotos se convirtieron en pequeños héroes que recuperaban su juventud y su fulgor de antaño, de ayer mismo, en mi milagrera imaginación de cronista deportivo.

         Luego la pasión zaragocista se acrecentó con la presencia de Pablo García Castany, Arrúa y Diarte. Violeta, forzoso es decirlo, tenía un almario propio en mi corazón: lo seguí en los partidos del televisor, en las infaustas tentativas de su marcha al Madrid, en aquella desgraciada jugada con Miguel Reina que le costó su despedida de la selección de Kubala. Con Arrúa disfrutaba de lo lindo, aunque al diez paraguayo jamás le pude perdonar su rivalidad manifiesta con Jordao, que sería otro de mis ídolos. Y lo era no sólo por lo bien que jugaba al fútbol, por sus regates y por su calidad técnica de seda y saudade, sino porque lo emparentaba con aquellos portugueses del circo --maravillosos y enigmáticos para mí-- que plantaban su carpa en el campo de fútbol donde Arsenio entrenaba a sus pupilos poco antes de que se hundieran en Segunda División. En aquellos momentos de paradojas interiores, García Castany era mi jugador predilecto: coleccionaba sus entrevistas, recortaba las crónicas donde se recogían y se comentaban sus goles, como aquellos tres que le endosó al Madrid en 1975 en la memorable noche del 6--1, y coleccionaba sus fotos de prensa. Siempre he sido mitómano, y con el fútbol mucho más: colocaba a García Castany a la altura de Gerson, Maneiro, Lubanski, Dobrin y Gianni Rivera; era así de exagerado. Sin haber estado nunca en Zaragoza, ya me había familiarizado con La Romareda, con el Ebro y con la historia del club. Y recuerdo que me decepcionó que un cabezazo de Gárate alejase a los aragoneses de la Copa del Rey en junio de 1976.

         Desde aquí he seguido al Zaragoza con un entusiasmo intermitente. Me encantaba aquel formidable equipo de los 80, liderado por Leo Benhakker, que hizo soñar a todo el mundo con la magia inesperada y la ciencia del pase de Juan Señor, la proyección de Barbas, la ambición y el remate de Amarilla y la sólida complementariedad de Jorge Valdano. Pero el momento que me ha emocionado más se produjo cuando el Zaragoza trajo a Nayim del Nottingham Forest: adoraba al jugador desde sus tiempos del Barça de Terry Venables, lo consideraba el incomprendido, un futbolista increíble dotado de una técnica admirable, grandiosa, mezcla de visión, audacia y malabar. Para mí era el nuevo García Castany.

         Me dolía cuando no jugaba, cuando decían que era intermitente. Seguía siendo tan forofo como cuando era niño. Nayim despertaba en mí la vieja idolatría hacia García Castany. Aquel equipo del 94 / 95 iba más allá de Nayim, mucho más: jugaban todos. Todos. Desde Cedrún o Juanmi hasta Esnáider; allí andaban el lanzador Poyet, la inteligencia pausada y exacta de Aragón, la enloquecida carrera de Higuera, la sabiduría lenta y letal de Miguel Pardeza. Y con ellos, Mohamar Nayim: invisible a veces, dominador, astuto, raro y con frecuencia brusco. El Zaragoza paseó su candidatura por Europa y fue tumbando rivales: Feyenoord, Chelsea, y por fin el Arsenal en la memorable noche en que París fue una fiesta aragonesa.

         De súbito, cuando los dos equipos agonizaban y no se presumía otro destino que el azar de los penaltis, surgió la testa alzada y la diestra de Nayim: miró un segundo y atisbó, entre la jauría y la medianoche vencida, un agujero para la inmortalidad en la misma red. Golpeó y apenas tuvo tiempo de pensar que por el cielo avanzaba una bala de fuego, el impacto ideal, la jugada que sueña quien ansía la eternidad: el gol del siglo. Un gol al límite, dramático, irrepetible, veloz como una centella, inaprensible como un suspiro de amor.  

       Aquel milagro constituye un lugar de la memoria al que volver, el edén del anhelo largamente acariciado, el tesoro de la afición. Nayim nos hizo dichosos a todos. Y para mí, secretamente, cerró un círculo que había nacido con los cromos, en las páginas del As color de los miércoles con Los Magníficos, que se graduaron en Europa en 1964, y en los heroicos partidos con mi ejército de botones mientras, en la calle, se desmandaba la lluvia.

9 comentarios

Fernando -

;);)..la verdad es que eso dice mucho de lo que sientes...es una pasión enfermiza y a la vez un tanto pesimista...que creo que tenemos muchos..aunque seamos un poco menos "cobardes"..por eso los momentos de gran felicidad..el gol de Nayim..el penalti de Higuera..el gol de Yordi...el gol del Huesitos...todos guardados a fuego en el hermoso limbo de las alegrías...pero al final decimos merece la pena ser del Zaragoza?...yo aunque me pese no puedo ser de otro, ni tampoco puedo dejarlo, me ha robado parte de mi corazón...abrazos.

PM -

Querido Mario: "Los goles perdidos" es un título precioso. Pero, ¿qué escribirías de aquellos cobardes impresentables que no solamente se pierden por nervios los últimos goles sino los partidos completos? Confieso, avergonzado, que soy uno de ellos. Yo te sugiero un título, no tan bueno como el tuyo, pero aceptable: "Finales en el cine". Es lo que yo he estado haciendo desde 1986. La final de la Copa de ese año la vi en el cine Palacio y así te podría seguir contando los cines a los que he tenido que meterme, en los que he tenido que recluirme para ser más preciso, por no poder ver en directo las finales del Zaragoza. Tengo que buscar una película cuya franja horaria coincida con la del partido y meterme a huir del directo, a esconderme, a internar olvidarme de lo que está sucediendo fuera. Las anécdotas que puedo contar son desternillantes: irme a una butaca solitaria y que se me siente al lado otro forofo, éste con transistor; o salir del cine y pensar, desolado y aturdido, que ya hemos perdido porque no escucho los cláxones de los coches, cuando en realidad es que estamos en la prórroga, como me ocurrió en la final con el Celta. La de París, sí la vi. En casa de Luis Alegre y porque se empeñaron los amigos. Me intenté marchar por tres ocasiones y la última, en la prórroga, me cogieron ya en el ascensor. Creo que fue Félix Romeo. Cualquiera le decía que no quería volver. Pero la verdad es que no podía resistirlo. Sólo el cariño por Luis me hizo permanecer en su casa. Luego he agradecido siempre que me forzaran a quedarme, pues fue una experiencia inenarrable, la felicidad en estado puro, el día más feliz de nuestras vidas. En las dos últimas ya no pude escaparme, pues mi hijo me obliga ya a que lo lleve. Pero ni me atrevo a contarte en qué condiciones de dopaje voy al campo. Y tanto en Barcelona como en Madrid siempre pensaba lo mismo: "joder, con lo bien que estaría yo en el Eliseos". Abrazos.

Mario -

A menudo pienso en los goles perdidos, en los goles que no he visto por mínimas circunstancias. Muchas veces, el último gol en La Romareda, a menudo el que decide, se produce ya rondando el minuto 90 o en el alargue, cuando los cronistas ya volamos hacia la redacción para ganarle tiempo al atasco. Así me he perdido muchos goles, gritados con cláxon y todo en algún punto de la Gran Vía. Recuerdo a bote pronto el de Milosevic al Málaga, en el 2000, que dejó al Zaragoza en condiciones de luchar por la Liga en la última jornada (la ganaría el Deportivo). Y también el que Álvaro le metió a Osasuna hace tres años, y que significó la salvación de otro descenso acechante.
Siempre pensé que tenía el nombre de un cuento, Los Goles Perdidos. Más aún cuando un amigo me relató, y aquí vamos a París, cómo en los últimos minutos de la prórroga se puso tan nervioso, pero tan nervioso, que no aguantó y se fue escaleras arriba a los pasillos interiores del Parque de los Príncipes, a esperar la prórroga. Cuando llegó allí, sorprendido, descubrió que había cientos de zaragocistas que no habían podido aguantar la tensión y también habían salido a fumar, a hablar, a desahogarse, a esperar. Cuando oyeron el rugido del estadio, en el minuto 119, se precipitaron en tropel a las gradas y pensaron, aragoneses de ley, que habría marcado el Arsenal. Pero había sido Nayim. Y ellos no lo vieron.

Fernando -

Miguel...cuando nos hagan un campo nuevo¿?..la avenida tendría que llamarse así...creando presión...abrazos

Miguel Mena -

Os recuerdo que en Trasmoz ya existe la calle Gol de Nayim,pequeñita, como es lógico en un pueblo donde apenas viven treinta personas, pero describiendo un sube y baja que recuerda al del balón chutado por Nayim. La placa de la calle muestra en la parte inferior un dibujito de Nayim en el momento de golpear la pelota. Tal vez sea la única calle del mundo dedicada a un gol.

Rafa -

¡Aúpa! Maravilloso

Fernando -

Seamos cinéfilos...siempre nos quedará París...

jcuartero -

El gol de Nayim es una metáfora exacta de lo que significa ser zaragocista. El momento más estético de la Zaragoza del S.XX. Todo el mundo que conozco sabe en que lugar y con quién estaba en el momento que Nayim mató la prórroga con una parábola más propia de los héroes de la antigúedad cásica que de los simples mortales.
A veces pienso a qué hubiese sido capaz de renunciar por marcar ese gol.

juan royo -

se me han puesto los pelos como escarpias!!! vamooosss!!! a la championsss!!! mi preferido a sido poyet sin lugar a dudas!!