EL OTRO JESÚS MONCADA, EL PINTOR*
Hay personas a las que se les toma un inmenso cariño antes de verlas, antes de leer sus libros, antes de conocer su existencia labrada por una y mil historias, por un torrente de emociones. Hace casi 20 años, alguien me habló de Jesús Moncada (Mequinenza, 1941-Barcelona, 2005) y me dijo que era un pariente aragonés de Balzac y Flaubert, de Pla y Álvaro Cunqueiro. Y cayó en mis manos “Camino de sirga”, que había aparecido en catalán y que tuvo una pronta traducción al castellano en Anagrama. Leí el libro, a la inversa, primero en castellano y luego en catalán, y quedé literalmente por aquella prosa que evocaba el mundo de las tabernas, el mundo del río, al que todo el pueblo, incluso el castillo, se asomaba como quien se asoma a un espejo sin fondo, a un bosque de misterios submarinos. La novela evocaba el universo de las navegaciones y de esos amores más o menos efímeros e inolvidables que se viven en los puertos, en los camarotes, en la imaginación. Jesús Moncada desandaba los peligrosos senderos de su memoria para edificar un friso novelesco por el que iban y venían Arquimedes Quintana, Honorato del Rom o aquella Carlota, tan bella y esquiva como una diosa de porcelana.
Un día concerté una cita con Jesús Moncada en Barcelona. Habría de ser la primera de varias, de muchas llamadas de teléfono, de cartas, de intercambio de libros. Le llevé las dos ediciones de “Camino de sirga”, y me sorprendió un detalle: dedicó los dos libros con dos cocodrilos del Ebro, a todo color. Jesús Moncada habló entonces de todo: de sus maestros, Miguel Labordeta, Rosendo Tello y Manuel Berdún Torres, de su encuentro con Pere Calders, que le había enseñado a escribir relatos y acaso algunos secretos de la fotografía, de su breve condición de profesor, de sus años dedicado a la pintura. Al principio, no le di demasiada importancia a esa revelación inesperada, pero de alguna manera, inconscientemente, me iba persiguiendo. Cada vez que llegaba un libro de Jesús Moncada, siempre venía con sus dibujos, en uno de ellos se había retratado como pintor con sus pinceles y sus cajas de colores, y parecía gritar a los cuatro vientos: “Antón, Antón!”, que Jesús escribía sobre el artista. Sin embargo, no habría de ser hasta después de su muerte, se le rindió un emocionante homenaje en su pueblo, la ya inmortal Mequinenza (gracias a él, claro: topografía universal de los mapas de la imaginación literaria), cuando vería su obra plástica.
Era un día luminoso. El sol parecía querer borrar cualquier atisbo de nostalgia, como si desease que el recuerdo a Jesús Moncada fue una jornada radiante: una ceremonia de exaltación. La obra de Jesús Moncada era como una detonación; allí había un pintor, un artista, un amanuense de las emociones y de los gestos que conocía el oficio. Si se lo hubiera propuesto, habría vivido de la pintura y del dibujo. Seguro. Algo así dijo su hermana Rosa María. Jesús Moncada realizaba una pintura llena de color y de perplejidad. Tenía muchos asideros: había una impregnación de las vanguardias históricas, una cercanía evidente con el surrealismo y algunos de sus maestros (Tanguy, Magritte, Ernst, también la pintura metafísica y enigmática, casi doliente, de De Chirico), una convivencia con la impronta cubista, una mirada hacia el expresionismo (Moncada también era admirador de los signos definitivos de Tàpies), una inclinación hacia un alucinado realismo. Y se veía siempre su mano, el gusto por el trazo, la buena composición, la embriaguez cromática.
Esos cuadros, que mimaba en secreto, los dibujos que fue recuperando la familia, esa forma de sentirse pintor que escritor, o escritor magistral que también pinta, esos cuadros llegan a Barbastro, a la UNED, un lugar donde seguro que le habría gustado estar: con Sender, con los Argensola, con Julieta Always, con el pasar sosegado del río Vero, con María Jesús Buil, la mujer que ahora lo recupera y lo presenta en un nuevo homenaje, en otra declaración de amor hacia la creación.
*[Algunas veces algunos amigos como Víctor Juan y José Luis Melero me piden que reproduzca en mi blog los artículos que publico todos los viernes en "Heraldo de Huesca". Traigo aquí el último sobre mi admirado y querido Jesús Moncada.]
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Rebeca -
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