GOYA: ASCENSIÓN A LOS MUROS
[El pintor Pepe Cerdá, que prepara nuevas exposiciones, una de ellas para marzo con Carlos Gil de la Parra, fue invitado a visitar las cúpular de Goya. Y tras estar allí arriba, cerca de los trazos del genio, redactó en su blog este texto. Lo copio aquí por si hubiera algún despistado que no visita el blog "Pintor, pinta y calla". Como todo lo que hace Pepe, está a medio camino de la sensatez, la erudición y la polémica. A él, por cierto, aún no le hemos oído decir que la duquesa de Alba y Goya no hubiesen tenido un poco de amor, algo de sexo, un tantico de cama. Qué afán tiene Manuela de Mena en destrozar las leyendas...]
Hoy he tenido el privilegio de subir a los andamios que han colocado para la restauración de la cúpula pintada al fresco por Goya en la basílica del Pilar de Zaragoza.Ver de cerca las enormes figuras pintadas hace más de doscientos años por Don Francisco me ha producido encontradas sensaciones. Por un lado la de estar cometiendo algo incorrecto, obsceno. Estas imágenes no fueron pintadas para ser vistas tan de cerca ni con la violenta iluminación de los focos halógenos empleados por los restauradores. Del mismo modo que no es aconsejable el ver con un microscopio los ácaros que habitan en las pestañas de la más bella de las mujeres. Es una cuestión de escala y de distancia, como casi todas las cuestiones que en el mundo son. Goya jamás vio su trabajo, y mucho menos mientras lo hacía, tan alumbrado. O lo que és lo mismo: él no pintó, puesto que no vio (y los que pintan son los ojos, y no las manos) lo que yo he estado viendo hoy. Le imagino pintando aterido de frío y al tentón, y a la luz de velas centelleantes o de temblorosas lámparas de aceite. Psicológicamente disminuido por las críticas de su cuñado y del Cabildo.
Se nota mucho que tenía muchas ganas de terminar cuanto antes, de salir huyendo. Se nota también que no era un especialista decorador al fresco y que pintaba “como podía”, con el arrojo de sus treinta y seis años vividos con coraje, sin que nada se le pusiese por delante. Yo no he visto la tan publicitada “soltura”en la ejecución, más bien he visto rabia, la rabia de resolver “por cojones” algo que se le torcía. “Soltura “es la feliz y exacta levedad de los dibujos de Rembrandt, pero en este caso se trata de lo contrario: son feroces restregones con escobas, como alaridos, contra el húmedo muro. Se comete el error al ver estas pinturas de relacionarlas con la accion painting del expresionimo abstracto americano, o del expresionismo a secas, o el desdibuje Picasiano, o de cualesquiera modo de pintar que se le pueda relacionar aunque este se haya impuesto cientos de años después de cuando él pintó la cúpula. Esto hace que lo presenten como un visionario capaz de adelantarse a su época, cosa que les gusta mucho a los historiadores, pero pensar esto me parece una tontería que no explica en absoluto la cuestión. Él lo que quería era tener éxito, y para esto tenía que pintar como Velázquez y que los frescos le saliesen como a Tiépolo, pero no le salía ni una cosa ni otra.
Otra cosa que se nota es que los bocetos a los que debe ceñirse no son exactamente suyos. Me explico: su cuñado Bayeu era el director de la decoración de la basílica y no es extraño pensar que impusiera, no sólo la iconografía, sino la “manera” de tratar pictóricamente la cuestión. Yo, incluso tiendo a pensar, que los acaramelados bocetos de Goya que se conservan en la sacristía del templo se parecen demasiado a los del propio Bayeu que se exponen al lado, y que no es descabellado que el propio Bayeu corrigiese algunos defectos de su chapucero cuñado, por el bien del encargo. Pero yo soy muy mal pensado. No obstante esto explicaría la “mala gana”genial, pero “mala gana”, con la que están ampliados y traducidos a pintura mural. No usa el esgrafiado para pasar los dibujos al muro, como solía ser habitual, sino que el dibujo esta calcado con la ayuda de un punzón que al pasarlo sobre el dibujo araña el muro todavía sin fraguar. No están ni la mitad de las figuras calcadas de esta forma lo que permite suponer que la mayoría se acometieron directamente, sin dibujo previo. Que calcó solo las principales, para hacerse una idea de la escala y que luego intercaló las restantes.
Realizó la obra en cuarenta jornadas, o lo que es lo mismo, pintó “al fresco” sólo cuarenta días, comprendidos entre diciembre de 1780 y marzo del 1781 que es el tiempo en el que ejecutó la obra, aunque “repintó” en “seco” (cosa no muy ortodoxa en la época) muchas de las figuras. El tiempo que empleó en la realización de la obra es extraordinariamente breve para una obra de estas características, lo que nos permite suponer una condición física y psíquica fuera de lo normal.
Aún le quedaban muchos años de vida y de pintura para demostrar de lo que era capaz, pero eso él no lo sabía entonces.
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