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Antón Castro

RAMÓN Y CAJAL VISTO POR SU NIETO SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL JUNQUERA*

RAMÓN Y CAJAL VISTO POR SU NIETO SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL JUNQUERA*

"Cajal fue aragonés, español y patriota" 

Santiago Ramón y Cajal Junquera podría ser el doble de abuelo: la vida de ambos abunda en paralelismos y en arrojo. Este hombre con fama de tímido, huraño o quizá triste --"soy consciente de ello. En realidad, creo que soy serio, pero ni triste ni tímido ni huraño. Sí, soy reservado y me gusta muy poco figurar", confiesa-- ha tenido detalles sorprendentes: es todo lo contrario al vedettismo. Cuando se produjo la huelga de médicos hace algunos años, el único catedrático que los acompañó a Madrid fue él. Rechaza esa trasnochada sensación que dan algunos catedráticos de estar rodeados de un halo de santidad. "Esa imagen es irreal. El profesor que es catedrático ya no posee ese prestigio ni está impregnado de una aureola de persona inaccesible. Y yo, que además de catedrático también soy médico, creí que lo pedían los médicos era justo y allá fui. También me considero un médico de hospital". Elogia la tarea científica del autor de Mi infancia y juventud: nos recuerda descubrió en 1880 el microfilm al reducir un autorretrato al tamaño de una cabeza de alfiler, demostró la independencia de las células nerviosas y avanzó la fotograía en color. Otro detalle que los une: Santiago Ramón y Cajal y Junquera nació en el palacete que construyó su célebre antepasado en 1911 en Madrid.

         --La sombra del abuelo planeó durante mi infancia --dice--. No llegué a conocerlo, él murió en 1934. Abajo vivía una tía y con frecuencia nos visitaban otras dos hermanas de mi padre. En cada reunión siempre salía Ramón y Cajal como tema de conversación. La casa es de carácter modernista y está catalogada por el Ayuntamiento. Cajal vivía en el tercer piso, y en el ático tenía su estudio de fotografía y, como era muy aficionado a la astronomía, poseía un gran telescopio. En el sótano se montó un laboratorio. Mi abuelo era muy especial: lo molestaba mucho el calor, le producía horribles cefaleas. 

--Siendo niño, con tantos parientes recordando a un abuelo ya muerto, ¿no tenía la sensación de vivir en una mansión con fantasmas o que el propio abuelo era el fantasma?        
--No, exactamente. Pero sí recuerdo cuánto me impresionaba la mascarilla mortuoria, luego también impresionó a mis hijos, a alguno de ellos tanto que tuvimos que cubrirla con un paño. Estaba colocada en el despacho de mi padre --médico también aunque él no hizo clínica, fue profesor en la Escuela de Sanidad--, donde había un busto muy bonito de Benlliure y otro, en escayola, de Querolt. Sí que influyó el ambiente médico de la familia para que yo me decantase por esta profesión. El hecho de que eligiese una rama semejante a la de mi abuelo --él practicaba la Histología-- fue una decisión personal. Mi padre quería que siguiese su mismo camino, pero a mí me atraían más Histología y Anatomía Patológica.          

Santiago Ramón y Cajal dibuja así el Madrid de los 50: era una ciudad con pocos coches, "era un atractivo ver a uno aparcado, me acercaba a las ventanillas y miraba si tenía el cambio al volante o si las escobillas del parabrisas se manipulaban desde el salpicadero". Otra fascinación eran los carritos de mano y los camiones. "El parque automovilístico que teníamos en España era de antes de la Guerra Civil. Y también lo conformaban algunos miles camiones que llegaron a España como material soviético de guerra para la República. Eran los 3HC del ejército, nosotros los llamábamos Los tres hermanos comunistas. Se subastaron entre la población y duraron mucho. Acabo de leer que uno de los primeros éxitos de Eduardo Barreiros fue colocarles motores Diesel. Alguno pasaba por delante de mi casa, por Alfonso XII, una calle con cuesta, con los ciclistas agarrados a la correa del transmisión". Inició sus estudios en el colegio del Sagrado Corazón y realizó el Bachillerato en el San Estanislao de Cosca. Madrid amanecía con burros y alquerías en las calles. "Mi padre, Luis Ramón y Cajal, era muy aficionado a tomar leche y yo sigo esa costumbre. Aquella leche de las vaquerías no dejaba nata; cada establecimiento tenía una o dos vacas en unas condiciones higiénicas deplorables. El procedimiento era sencillo: si había muchos clientes, se añadía más agua a la leche pero no se aumentaba el número de vacas".          

--¿Y cómo era usted de niño?        
--Un niño muy bueno, nunca fui travieso, tuve pocos amigos pero muy íntimos y nos pasábamos las horas jugando más que a la pelota a juegos bélicos con soldados de plomo. Eso era lo que más nos atraía.          

--En esto sí se parecía a su abuelo, que se marchó a Cuba en 1873 porque quería vivir aventuras, tenía un sentido romántico de la existencia.        
--Jugábamos mucho con aviones, soldados de plomo y de papel, entre otras cosas porque estaba muy reciente la II Guerra Mundial y coleccionábamos cromos de todo tipo: de barcos y aviones, cualquier película que tenía un poco de éxito la sacaban inmediatamente en cromos. Así ocurrió con Las nieves del Kilimanjaro o con Mogambo. Por entonces también tenía lugar la guerra de Correa, la primera gran guerra después de la II Guerra Mundial, y nos impactó mucho. Duró tres años y seguíamos las crónicas del periódico. Además, yo construía maquetas de barcos y aviones; veraneábamos en una finca familiar de Salamanca y hacía todo tipo de cosas con los árboles y una navajita. Años después también me interesé por la decoración.        

--Sigamos. No sólo era un niño bueno, sino que era aplicado y observador, y tenía mucha información. Imagino que sería un gran lector.        
--De tebeos. Desde muy joven tuve un defecto: sólo me gustaban los libros con dibujos. Así descubrí El Quijote, ilustrado por Gustavo Doré, que había pertenecido a mi abuelo. Yo mismo dibujaba: batallas, barcos, aviones, y no lo hacía mal del todo. Tenían mucho verismo. El primer tebeo que leí fue Dumbo de Walt Disney, aunque los que más me gustaban eran los de Roberto Alcázar y Pedrín, incluso cuando eran en blanco y negro, con una ilustración primitiva. Vivía con auténtica pasión la salida de cada nuevo número.          

--Sólo le restan dos aficiones de su abuelo: el boxeo y la fotografía.        
--No era tanto el boxeo como la gimnasia. Cajal acudía a los gimnasios y en Zaragoza existía una gran tradición de gimnasios, antes de que los hubiera en todas partes. Existen fotos de mi abuelo con unos músculos imponentes, con un cuerpo atlético del que solía presumir. Gracias a esa fortaleza pudo resistir la guerra de Cuba cuando sufrió paludismo grave y disentería. Se quedó en el esqueleto. Pero yo no fui gimnasta de joven.          

--¿Y fotógrafo?        
--Me ha interesado desde niño la fotografía. Mi padre tenía una cámara Kodak de fuelle, de seis por nueve, que hacía muy buenas fotos. Con un íntimo amigo, recuerdo que hicimos un curso por correspondencia en el Instituto Paramont de Barcelona, poco a poco nos fueron llegando la ampliadora, las cubetas de revelado y los libros. íbamos muchos al retiro. Adquirí una Vöillander de placas de cristal. Más tarde, compré una Rolleiflex de seis por seis y realicé muchas diapositivas en color con el marquito de cristal. Con otro amigo hice una larga excursión por casi todo el Pirineo a pie. Fue una experiencia preciosa. Tengo una gran colección de diapositivas de casi todas las ciudades de España.          

--Su abuelo también hizo excursiones semejantes con la cámara al hombro por los Pirineos.        
--Es cierto. Cuando yo estaba estudiando la carrera teníamos de profesor de Terapéutica Física a un aragonés, Gil y Gil, uno de los pioneros de la radioterapia, a quien le gustaba mucho hacer excursiones por España y tenía una gran afinidad con los militares. Con él vinimos a Zaragoza. Yo me puse a dar vueltas por la ciudad y llegué hasta la catedral de La Seo. Me pareció oscurísima, sombría, pero de repente entró un suave haz de luz que iluminó a una anciana que rezaba arrodillada. Le tiré una foto y la premiaron con el segundo premio que convocaba todos los años el Sindicato de Estudiantes Universitarios.          

--¿Era la primera vez que había estado en Zaragoza?        
--Había estado alguna vez con mi padre de niño. Manteníamos una gran amistad con nuestros primos. Ya sabe que la familia Cajal tiene dos ramos: la de mi abuelo y la de su hermano más joven Pedro, que también vivió peripecias increíbles. Las otras dos hermanas permanecieron siempre solteras. Pedro también estuvo en América, como secretario de un alto cargo del Uruguay; de repente hubo algunos enfrentamientos en el país, a él lo pillaron en medio y fue condenado a muerte. Al final no pasó nada. Imagínese el disgusto de mi bisabuelo, porque Pedro era el hermano dócil y Santiago ya le había dado varios disgustos.           

--¿Cuándo podemos decir que descubrió a su abuelo y su obra?        
--Paulatinamente. Todos los años nos llamaban del Colegio de Médicos de Madrid para asistir a la sesión necrológica que se le dedicaba. Y yo, una vez terminaba la carrera, empecé a ir y a hablar de sus cosas. Al principio me fijé en sus sus textos científicos: los manuales de Histología y Anatomía Patológica aún estaban vigentes y se seguían editando. Cajal, más de medio siglo después de su muerte, es un clásico universal de la Ciencia. Sigue siendo el neurocientífico español más citado, el neurocientífico a escala mundial más citado. Y hasta hace poco se estudiaba con sus libros. Más tarde nos tocó su biblioteca.          

--¡Qué interesante! ¿Cómo era?        
--Nos tocó la parte que no era científica, porque ésta se fue al Instituto Cajal. Tenía de todo. Había llegado a acumular diez mil libros: clásicos griegos y latinos, novela, ensayo, y muchos estaban anotados a pluma. Una de las cosas que más me atraía era ir hoja por hoja mirando sus anotaciones. Recuerdo que nos tocó una especie de enciclopedia de los años 20, El tesoro de la juventud, que estaba toda subrayada, entresacaba citas y datos, y anotaba al principio la página donde se encontraban. Decía que tenía frágil memoria.          

--¿Tenía libros de sus contemporáneos, de Pío Baroja, que era su gran enemigo?        
--No me acuerdo. Sí, recuerdo las cartas. Baroja lo criticaba como escritor, pero es sabido que tenía un carácter muy difícil, como de amargado. Hubo muchos escritores del 98 que avalaron a mi abuelo como escritor. He oído decir que Cajal era un mal escritor. No lo comparto. Es verdad que emplea palabras en desuso y un estilo excesivamente elaborado, pero de una capacidad enorme de narración. En sus Apuntes autobiográficos sobre Cuba tienes la sensación de estar allí, te dan ganas de leerte el libro de un tirón.          

--¿En qué términos se manifiesta la antipatía entre Baroja y Cajal?        
--Cuando empiezan los problemas del separatismo vasco, mi abuelo le dice algo así: "Españoles como usted merecían pudrirse al sol en Ifni". Mi abuelo era un patriota y le dolían mucho los intentos de independencia de Cataluña o de el País Vasco. Todos aquellos separatismos a mi abuelo lo molestaban mucho. Menos mal que murió en 1934; no hubiera podido resistir la Guerra Civil.          

--¿Con quién cree que se hubiera alineado? Cajal no se atrevió a firmar un manifiesto contra Alfonso XIII...        
--Era republicano y progresista. Recuerde que en Cuba se enojó mucho cuando vio el grado de corrupción del ejército o el abuso de alcohol; no hacía más que hablar maravillas del gobierno republicano de Castelar y no se percataba de que ya había oficiales que conspiraban en favor de Alfonso XII. Recuerde que era de una honestidad increíble: se bajó el sueldo, se negó a que su hijo Jorge fuese a Italia becado por al Junta de Ampliación de Estudios que él presidía y le obsesionaba el dinero público. Era liberal, progresista, pero no le agradaba el desorden o el caos. Creo que hubiera combatido con la República.          

--Ramón y Cajal también tiene sus sombras: su relación con su esposa, por ejemplo, o con su enferma hija Enriqueta. Algunos lo han visto como un tirano o como un machista.        
--Eso fue algo que exageró José María Forqué en su serie de televisión. No es cierto que dejase morir a Enriqueta, ya desahuciada, y que la abandonase; sí es cierto que su muerte coincidió con importantes descubrimientos, pero de eso a no hacer caso de la hija que se está muriendo media un abismo. ¿Su mujer? La llevaba con él a todos los viajes que hacía al extranjero. Al contrario: mi padre siempre me ha dicho que era un hombre muy familiar y que solía llevar a toda la familia a tomar chocolate a la calle de Alcalá.           

--Bueno, hay otra sombra: la de putero.        
--Hay dos grandes mentiras sobre mi abuelo: que era masón, en algunos congresos o exposiciones de masonería siempre sale citado, pero no hay prueba alguna. ¿Putañero? Son cosas que han escrito Umbral y otros y que hace gracia. Mi bisabuelo montó un estudio de fotografía en la Calle del Príncipe y decían que allí llevaba mujeres de todo tipo; de ahí nace parte del equívoco.          

--Otros recuerdan la anécdota de Luis Calvo --que cuenta Manuel Vicent-- acerca de que hacía cola en el prostíbulo con una chapa esperando su turno...        
--Sí, sí, lo he leído. Le he preguntado a mi padre varias veces y siempre me ha dicho que no es cierto. Hemos preguntado a ver de dónde salía eso y nadie se acuerda de ello, no hay fuentes directas. A la familia nos ha molestado bastante. Algunos lo atribuyen a que mi abuelo habla mucho de la mujer, pero no sé si se acuerdan de que apoyó a Emilia Pardo Bazán para que entrase en la Academia. Lo que ocurre es que él quería que las mujeres españolas imitasen a las nórdicas e inglesas y que hiciesen deporte. Y quizá también a que tenía tiempo para todo: para investigar, asistir a las tertulias de los cafés, hacer fotos, escribir relatos de ciencia ficción. Nunca he entendido cómo podía administrar tan bien su tiempo.        

--¿Qué relación mantuvo con Aragón y cómo cree que lo ha tratado Aragón?

--Bueno, ya está claro que nació en Navarra, en Petilla de Aragón, pero él se sentía aragonés por los cuatros costados. Sus padres y sus antepasados también lo eran. Y profundamente español, patriota. Aragón no lo ha tratado mal, pero los aragoneses son bastante abandonados, no sólo con sus personajes egregios, sino con su patrimonio, con su arquitectura. Nunca han sabido cuidar lo que tienen y en esto sí hay bastante desidia y mucho por mejorar.

 

 

*Esta entrevista apareció hace casi una década en "El Periódico de Aragón", donde pasé otra década espléndida e inolvidable para mí. Apareció en una sección que se titulaba "En primer plano". La rescato ahora porque creo que  es muy oportuna a la luz de la exposición que se está realizando en el Centro de Historia con motivo del primer centenario de la concesión del Nobel de Medicina a Cajal.            

4 comentarios

pedro -

putas

supra footwear -

We must treasure each opportunity which sets out to the goal, sprinkling our industrious sweat on the path of victory.

Francha Menayo -

El Nieto Profesor Ramon y cajal Junquera niega rotundamnte que fuera Masón, y hay documentacion de que SI lo fue, anque poca No se entiende porque eas negatividad a reconocer lo que fue No se sabe los motivos por los que Ramon y cajal desapecio dde a masoneria Pero ese hecho a naduie deb escandalizar Forma parte de la historia y ocultarlo no es nada recomendable

Luisa -

Gracias por reproducir la entrevista. Me gusta mucho la figura de Ramón y Cajal.