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Antón Castro

MAX AUB, SEGÚN JAVIER QUIÑONES

MAX AUB, SEGÚN JAVIER QUIÑONES

[Soy lector y admirador, desde hace algunos años, de Javier Quiñones, experto en la literatura de Max Aub, en la de Arana, de la de los escritores del exilio. Ahora acaba de publicar "Max Aub, novela" (Edhasa), un libro que es "un vívido retrato generacional de quienes protagonizaron la llamada Edad de Plata de las letras españolas". Hallo en www.divertinajes.com/colaboraciones este texto de Javier que explica su novela, y lo cuelgo aquí porque es estupendo.]

Casi treinta años después… Max Aub, novela

por Javier Quiñones. Barcelona, febrero de 2007




Mi primer encuentro con la obra de Max Aub se produjo de modo casual, azaroso, lo que no deja de ser aubiano en cierta manera. Revolviendo en un cesto de libros viejos en una librería de lance de la calle Llibreteria de Barcelona -hoy desaparecida-, me encontré con un libro cuya portada me resultó a un tiempo enigmática y provocadora. En ella se veía, fotografiado en contrapicado, un paseante vestido con americana y pantalón oscuro que llevaba las manos enlazadas a la espalda en actitud meditabunda y la cabeza, tocada con una boina, ligeramente inclinada hacia el suelo. Servían de fondo a la fotografía una historiada tapa de alcantarillado y un suelo de adoquines. Cogí el libro y leí su título: Vida y obra de Luis Álvarez Petreña. El nombre de su autor, Max Aub, nada me decía, si acaso era una vaga referencia de manual de literatura o de listados bibliográficos. Sin embargo, la colección en la que estaba editado, Biblioteca Breve de Seix Barral, era toda una garantía de calidad literaria. Abrí el libro y leí: "Primera edición de la primera parte: Valencia, 1934. Segunda edición, incluyendo la segunda parte: México, 1965." Una nota del autor, fechada en 1970, decía: "Escribí la primera parte de este relato, memorias, novela, miscelánea o lo que sea, a los 28 años. La segunda hacia los 50 y la tercera a los 66. Si estuviese seguro de que se notara no lo diría. Me quedaré con la duda y sin saber si sirvió de algo. Supongo que no, a Dios gracias." Con eso bastaba; compré el libro y lo leí de un tirón. Corría el año 1974.

Lo peor vino después: la penuria de datos acerca del escritor, la inexistencia de ediciones, la búsqueda infructuosa en bibliotecas y librerías de viejo. Con todo, el azar me deparó otros encuentros epifánicos –Alberto Manguel dixit- en mi relación con la obra de Aub. Aún alcancé a comprar, antes de ser descatalogada, la edición del Jusep Torres Campalans, ese pintor de ficción amigo de Picasso, de Alianza Editorial, de modo que fue éste el segundo texto aubiano que leí. ¿Cómo es posible, me preguntaba entonces, que un escritor capaz de escribir libros como aquellos no figurara entre los más destacados de la literatura española, no se editasen sus obras y su nombre no fuera reconocido y celebrado? No olvidaré fácilmente la alegría que me produjo el hallar, perdido entre hileras de libros viejos en la feria del libro de ocasión de septiembre en el Paseo de Gracia de Barcelona, un ejemplar de la segunda edición de La gallina ciega, editada por Joaquín Mortiz en México, en 1975. Lo encontré en septiembre de 1977, como señala con precisión mi ex-libris. Recuerdo aún la amargura de la queja de Aub ante el desconocimiento del público lector cuando efímeramente regresó a España en 1969: "¿Quién soy yo para todos estos que llenan estos cafés del centro de Barcelona y sus enormes terrazas? Nadie. No, nadie sabe quién eres." A partir de aquel momento me propuse intentar saber quién era en realidad Max Aub y leer su obra a ser posible en su totalidad.


No fue, sin embargo, hasta un año después cuando empecé a conocer la faceta testimonial de la obra aubiana. En 1978 la editorial Alfaguara empezó a publicar las novelas de El laberinto mágico; la primera, Campo cerrado. Para el joven que yo era entonces, aquello fue el encuentro con una literatura y con una visión de nuestra historia reciente que nos había sido hurtada deliberadamente por el franquismo. A partir de ese momento, y hasta 1981 en que se publicó, también por Alfaguara, Campo de los almendros, última de las novelas de El laberinto, hice de Aub y de su obra centro de mis estudios literarios. Pero lo que aprendí entonces fue algo más decisivo: aprendí a escribir, conocí la auténtica dimensión creativa de la literatura, aprendí a poner en cuestión la imagen que me había sido transmitida de nuestra historia y descubrí una visión cosmológica y existencial del ser humano de la que carecían muchas de las novelas que por aquel tiempo había leído. Lo que descubrí en la obra de Aub fue muy importante para el joven que yo era entonces y ahora, treinta años después dejo aquí constancia de ello.

Nacieron, al hilo de ese descubrimiento, mi tesis de licenciatura y los primeros artículos -el primero en El socialista y el segundo en Ínsula- que dediqué a Max Aub y a su obra. En mi tesis de licenciatura incluí un proyecto que tuvo que esperar trece años y la socorrida intervención del azar para convertirse en Enero sin nombre. Los relatos completos del Laberinto mágico, editado por Alba Editorial con una presentación de Francisco Ayala, libro en el que recogía y prologaba los cuentos testimoniales de Aub clasificados en tres apartados: cuentos sobre la guerra civil, los campos de concentración y el exilio. Era el año 1995.Como ejemplo de otras sincronías aubianas, destacar la del año de 1992, que fue para mí trascendental. De libertad tendidas mis banderas, el cuento mío cuya acción transcurría en Alicante y Albatera en


los últimos días del mes de marzo de 1939, ganó el concurso internacional de cuentos que lleva el nombre del escritor y que otorga el Ayuntamiento de Segorbe y la Fundación Max Aub, entonces aún no constituida. Merced a ese premio conocí a Elena Aub, quien fue jurado del premio junto a Manuel Tuñón de Lara. No podía iniciarse de otro modo la publicación de mi obra literaria de creación: galardonada con un premio que llevaba el nombre de un escritor al que tan ligado me sentía ya.

Vino, dos años después, en 1994, la consecución de otro premio de narrativa, el que otorgaba la Editorial Anthropos, a mi novela Voces apagadas, presentada bajo el título El invierno de la vejez. Las dificultades por las que entonces atravesaba esa editorial impidieron que el libro se publicara. Años después, en 2002, lo recogí en El final del sueño.Publiqué también, en 1995, en Alba mi novela De ahora en adelante, que no ganó ningún premio pero tuvo la fortuna de conocer hasta cinco ediciones. Me sumergí en los años siguientes en otra figura representativa de la España de la República, la del socialista Julián Besteiro. Fruto de ello surgió mi segunda novela, Años triunfales. Prisión y muerte de Julián Besteiro (Alba, 1998), galardonada con el premio Ciudad de Barbastro de Novela del año 1997 y que se editó con un prólogo de Camilo José Cela. En 1999, también editada por Alba, apareció mi novela Nada que no seas tú, continuación y cierre de De ahora en adelante.


Entretanto, seguía leyendo la obra de Max Aub y escribiendo artículos sobre su obra y sobre la de otros escritores del exilio republicano de 1939, al mismo tiempo que participaba en congresos universitarios dedicados al exilio. El azar, que tanto ha tenido que ver en el desarrollo de mi carrera literaria, me deparó un encuentro casual en la calle, en junio de 2002. Me dirigía a una estafeta de Correos a enviar las pruebas corregidas de mi libro de cuentos El final del sueño al editor y amigo Sergio Gaspar (DVD Ediciones), cuando me encontré con Josep Mengual, de Edhasa. Le dije entonces que había reunido una serie de aforismos extraídos de la obra de Aub y que se los iba a enviar para ver si tenían cabida en la colección de aforismos de la editorial. Nació así Aforismos en el laberinto (Edhasa, 2003), que se publicó con una presentación de José Antonio Marina y del que fui responsable de la selección y del prólogo, así como de una biobibliografía que iba como apéndice de la edición. Fue mientras recopilaba datos para esta cronología biográfica de Aub cuando surgió la idea, que se me impuso con la fuerza con la que siempre se imponen los proyectos de verdad, de escribir una obra narrativa sobre la vida y la obra de Max Aub y que acabaría convirtiéndose en una suerte de crónica de una generación desgarrada por la Guerra Civil y el exilio, la generación del 27 y la de la República, la del propio Max Aub, cuyos avatares biográficos servían a la vez de hilo conductor y testimonio de una época irrepetible de nuestras letras: la Edad de Plata.

Como una sincronía más, Josep Mengual y yo nos fuimos a Valencia a presentar Aforismos en el laberinto en pleno conflicto de la guerra de Irak, ¡qué aubiano resultó todo aquello, presentar un libro de Aub en medio de una guerra, él que tuvo que soportar tres, la Primera y Segunda Guerras Mundiales y la Guerra Civil Española! Yo ya había redactado por entonces el primero de los capítulos de lo que después sería Max Aub, novela. Josep me vio en el tren corrigiendo el manuscrito, pero no me preguntó nada, aunque suponía que era una obra de creación. Yo tampoco le dije nada, porque no me gusta hablar de mis proyectos hasta que están acabados. Seguí trabajando incansable en la novela, a veces abrumado por la angostura del laberinto en el que me había metido, pero sin perder nunca la esperanza de encontrar una salida airosa al reto. Entre medio, en enero de 2005 se publicó en la revista Quimera un monográfico sobre el cuento del exilio que coordiné por encargo de Fernando Valls, el director. Fue Fernando quien me propuso editar una antología de toda esa narrativa breve, que vio la luz en abril de 2006 bajo el título Sólo una larga espera. Cuentos del exilio republicano español (Menoscuarto, 2006), en la que incluí, cómo no, un cuento de Aub. Me centré después en terminar la novela y cuando estuvo lista, se la presenté a Edhasa; la leyeron, les gustó y decidieron editarla; por fin, en estos días llegará a las librerías Max Aub, novela.

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