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Antón Castro

SARA BARAS: UNA DIOSA DE LA DANZA FLAMENCA

SARA BARAS: UNA DIOSA DE LA DANZA  FLAMENCA

 Entiendo menos de lo justo de flamenco. Y aún menos de danza. Intenté aficionarme a Camarón de la Isla, al legendario Mairena, a Morente, a Mercé, porque siempre me ha interesado la leyenda, esa fuerza, ese desgarro inmediato, el duende oscuro, el temblor de la sangre y de los músculos que es capaz de dejarte en el sitio, mientras bailas, mientras cantas, tal como escribía Federico García Lorca.  He seguido a Sara Baras desde hace algunos años: la he visto en directo, en la tele, he leído sus entrevistas. Siempre ha estado ahí, con su elegancia, con su prodigiosa técnica, con ese reconocimiento a su madre doña Concha, soñando espectáculos, creciendo en el baile.  

Anoche presentaba “Sabores” en el Teatro Principal. Quizá sea su función más abierta, aquella en la que más se puede improvisar a la luz de todos los palos del flamenco.  Con  la música en directo, en un lado la percusión y dos cantantes, en otro dos guitarristas y un violinista, el espectáculo parece proponer un típico tablao flamenco al que asoman algunos solistas, el cuerpo de baile y ella, Sara Baras, que empieza de gris, y va probando varios vestidos, algunos de ellos con una larga cola, con una espiral de tela envolvente que imita las olas del mar o un remolino de enloquecida brisa. Un tablao flamenco abierto al jaleo y al alboroto. Y al drama: detrás del flamenco, en su pozo de sonidos negros, hay tragedia, hondura, un espasmo de existencia dolorida. Llanto. 

Aparece Sara Baras y el teatro se viene abajo. Esta mujer posee carisma, nievo, garbo. Es bella en su dinamismo, es arrolladora en la capacidad de conmover, es leve y mariposa, es cobra de fuego y escarcha. Tumulto de escorzos. Maneja el zapateado a su antojo, y a veces parece temblar la tierra, encorajinarse el rumor del mar. Irrumpen los quejíos, las sombras. Sara Baras adquirió grandeza a medida que reaparecía en el escenario: bien respaldada por José Serrano y Luis Ortega, demostró que es una increíble bailarina, poderosa, versátil, habla con los pies, habla y estremece, danza con la cadera, con los muslos, con las prietas y redondas nalgas, acaricia sobre todo con esas manos interminables que se alargan y se encogen como pájaros celestes. Realizó algunas admirables secuencias de zapateado: encadenó ritmo, equilibrio, intensidad, arrebató a un público que se percató de que estaba ante una suerte de apoteosis o de éxtasis telúrico y racial. 

Sara Baras es volcánica y suave a la vez. Es indómita y elástica. Resulta dulce y amorosa, y a la par desgarrada, ardiente, incontenible. La luz la envolvía: la recortaba como una diosa de nardo. Dentro de ella, late un temblor, la certeza de un cuerpo que se sabe destinado a la danza, al flamenco, a la airosa conmoción de sus cartílagos que cortan el viento. 

Sabores.  Sara Baras. Teatro Principal, hasta el domingo 6 de mayo. [Carmen Gascón, la madre de mis hijos, me dijo que había sido uno de los días más hermosos de su vida. Ni pestañeó: estuvo en trance, arrobada hasta  “las últimas habitaciones de la sangre”].

1 comentario

Diego de Rivas -

Gracias Antón. Me anima a ir con mi mujer, y disfrutar del espectáculo.

Hace tiempo que no disfruto de su arte.

Hoy, tu crónica, es protagonista en mi blog.

Saludos