LILA DOWNS:APOTEOSIS EN ZARAGOZA
En los últimos meses me he convertido en un gran admirador de Lila Downs. Me pasó inadvertida su presencia en Zaragoza hace siete u ocho años, no estuve en Pirineos Sur, donde maravilló, ni conseguí entrada para verla en el Círculo de Bellas Artes. Un gran cartel decía: “No quedan entradas para los dos conciertos de Lila Downs”.
Ayer, gracias a la delicadeza de Juan Antonio Gordón, logré, con Ana Catalá y Jorge Carrera, grabarle para “Borradores” en uno de los camerinos del Teatro Principal. Lo que más me llamó la atención, de entrada, fue la cantidad y calidad de frutas y manjares tropicales que habían colocado en el Teatro: era como si el mundo de Frida Kahlo, exuberante y colorista, vibrante de savia y de derroche, se alzase en el vestíbulo. De cerca, Lila Downs es una mujer encantadora: es amable, apasionada, siente México, ríe constantemente y de una belleza aindiada, indígena, requemada por la leyenda del tiempo y de los soles incas. Parece amasada en mestizajes. Es una gran creadora y una gran catalizadora de sonidos: en sus discos conviven los corridos y las rancheras con la música arcaica de su país, con los ecos del flamenco y la tradición española que llevaron los exiliados, la cumbia y el gospel con la samba o el jazz. Lila Downs no representa un papel: se sabe un personaje de Juan Rulfo, Graciela Iturbide, Mariana Yampolski o Flor Garduño, se sabe vinculada a la tierra, a los rituales (la muerte, el amor, la vida, la religión, el chamanismo), a los secretos de un país múltiple e irreductible como el suyo. Ofreció un concierto espléndido.
La gente, fascinada con su propuesta, le expresó desde el primer momento que había venido a sufrir, a reír, a cruzar la felicidad, a entregarse a esa voz irreductible, que lo mismo entona un corrido que un fado, que parece volverse pedernal y torrentera, melodía grave y trágica e hilillo finísimo y sostenido de voz que llega hasta el fondo de la carne y de la sensibilidad. Todo el mundo parecía saberse sus canciones. Si su voz es extraordinaria, rica en propuestas, variada en coloratura, intensa, casi turbadora, no lo es menos su agilidad, la naturalidad de sus movimientos, el poderío ritual que despliega, su instinto de danzarina. Es una cantante que actúa, es una bailarina que canta, es una indígena que habla con las lianas y los collados, con las soledades y el viento, y conmueve. Desgarra. Enamora. Perturba. Posee nervio, poderío, hondura, estremecimiento y esa osadía propia de quien puede llegar a cualquier tesitura o tono, y convierte cada concierto en un clamor, en un grito, en un volcán de placer, denuncia y espiritualidad.
México es un país complejo. Inmenso de tradiciones, apabullante de belleza, un manantial de contradicciones y de vitalidad. Ella lo dejó ahí temblando, en “La iguana”, en “La llorona”, en “La cama de piedra”, en la canción maya que interpretó. Rindió homenajes a las mujeres que saben curar la tristeza, a las que aman desaforadamente, y contó con una estupenda banda. Hacía años que no oía una arpa tan extraordinaria. Cuando canta Lila Downs, se oye el acordeón del mar. Y se oye el acordeón que tocaba su madre cuando ella era niña y aprendía las canciones de cantina. La gente la despidió emocionada, tras dos salidas y tres bises. Fue un concierto inolvidable: una fiesta de amor y desamor, de esoterismo tribal, de vitalidad y muerte. México lindo derramado y herido de fatalidad y hermosura.
3 comentarios
Alfredo García -
De Antón -
Lila Downs me pareció una mujer extraordinaria: alegre, vital, comprometida, hecha de sensibilidad, personalidad y una energía indomable.
Un abrazo. Antón.
Viva México.
Magda -