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Antón Castro

ALFONSO ZAPATER EN LA REDACCIÓN DE HERALDO. UN APUNTE

  Alfonso Zapater aparece a mediatarde por la redacción de “Heraldo”. Trajeado y silencioso, como si no quisiera llamar la atención en la que ha sido y es su casa desde hace más de treinta años. Se sienta, recoge los sobres que siempre le envían, abre el ordenador y jamás protesta por el espacio que le asignan. Da lo mismo que sean dos columnas que media columna. Con una aplicación milimétrica, cuadra su texto y se va. Trae libros, maneja enciclopedias, hojea libros de referencia (en ocasiones son suyos), y escribe sólo con dos manos. De lo que sea: de una exposición, de un libro, de una asociación, de política. Lo hace sin darse importancia, como si fuera un periodista invisible. Y le gusta hacerlo todos los días. Prefiere escribir él a que comenten uno de sus libros. Esta tarde me ha recordado que ha publicado 35, que ha ganado casi todos los premios y que acepta deportivamente los resultados de la encuesta del jueves. “Esas cosas son para jóvenes”, dice, y lo hace sin resentimiento alguno, con esa dulzura imperceptible y serena que le han ido afirmando los años. Siempre me fijo en él, en este periodista de fondo, que nunca parece tener crisis –aunque la vida le ha sometido a severos marcajes, como la muerte de su mujer, Pilar Delgado, o la de un hijo-, que jamás se atraganta con los asuntos, que aporrea el ordenador sólo con dedos y que parece mirar siempre la pantalla por encima de las gafas.  Es uno de esos hombres sencillos, curtidos en el oficio, que no desfallecen. Y cuando tiene tiempo, es capaz de escribir la biografía del pintor Juan José Gárate, recordar a su abuelo el “Tuerto Catachán”, hacer un inventario del siglo XX en Zaragoza o incluso culminar un libro sobre Cervantes y Aragón. De vez en cuando levanto la vista y veo su afán, su intensidad, su gusto por escribir. Y él lo hace como quien respira, con pasmosa naturalidad, como si no supiese hacer otra, como si no llevase cientos y miles de reportajes a la espalda. De repente, coge la americana y dice:

          -Bueno, pues, os dejo… Pero sólo hasta mañana.

[Así, exactamente así, solía ver a Alfonso Zapater en las tardes de redacción. El domingo entregó su artículo; el lunes fue a una revisión médica y se desplomó. Ahora ya no estoy en Heraldo como antes, pero hay imágenes inolvidables: aquel cigarrillo en el pasillo con Joaquín Aranda, las conversación y el intercambio de afecto de Alfonso Zapater.]

1 comentario

Luisa -

Un abrazo, Antón.