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Antón Castro

LA LUNA LLENA, COSTA Y EL AMIGO PERIODISTA

LA LUNA LLENA, COSTA Y EL AMIGO PERIODISTA

El pasado jueves, tras un encuentro con lectores de Alonso Cordel en el Centro de Historia y la presentación de Víctor Juan en la Biblioteca de Aragón, me fui con Eloy Fernández Clemente al velatorio de Alfonso Zapater. No iba a poder asistir a su entierro, y Alfonso ha sido para mí, en la cercanía, un hombre entrañable, próximo, muy respetuoso. Cuando llegamos al complejo, hacia las 21.15, ya habían cerrado el cuarto donde reposaba de cuerpo presente. Como había quedado una noche apacible, radiante y suave de luna llena, Eloy dijo: “¿Quieres que demos un pequeño paseo?”. Y cuando avanzábamos por los pasillos y la calzada, se le ocurrió decir: “¿Nos acercamos a la tumba de Joaquín Costa?”. La había visto hacía muchos, muchos años.  

Allá nos fuimos. Primero a pie, hasta que nos perdimos, o que pensamos que estaba demasiado lejos. Y luego en coche. Entramos en la parte vieja del cementerio de Torrero, que me pareció impresionante bajo la luz de la luna, impresionante y enorme, y buscamos el monumento a Costa. Dimos vueltas por aquí y allá, por lugares más o menos prohibidos a la circulación, entre los cipreses,  y al fin hallamos el monumento a Costa, con la escultura del polígrafo y sobrio, sepultada por la hiedra y la lápida de mármol, que concluye con aquel famoso “No legisló”. Le di la vuelta al monumento, a ese castillo de piedra y sombra, a ese peñón cabalgado de fronda y silencio, y volví al coche. Dimos el último paseo, y recordamos que Alfonso Zapater había sido un gran costista. Un apasionado del jurista de Monzón, un narrador de la vida y de los amores, más inventados que reales (eso creía la familia de Costa) del hombre que falleció en Graus. De alguna manera, aquella incursión en el cementerio en búsqueda de Costa –en realidad, está muy cerca del complejo, mucho más cerca de lo que fuimos capaces de ver- era una forma de homenajear a Alfonso Zapater Gil, un apasionado de la jota, del toreo, de la historia, de casi todo, un periodista de casi todo y un buen narrador. Un testigo versátil de la existencia, del amor, de la historia y de sus quimeras.   

[Ayer, Raúl Lahoz, ese heredero de Jardiel, Ramón Gómez de la Serna y de Miguel Ángel Brunet en la redacción de “Heraldo”, me dijo que su funeral había sido uno de los acontecimientos más sorprendentes y pintorescos a los que había asistido en mucho tiempo. Me  dijo que Juan Antonio Gracia (¡enhorabuena!) había pronunciado un impecable discurso, preciso en su retrato y emotivo, y que habían asistido joteros, periodistas, gentes de la noche, toreros y maletillas, asociaciones, amigos, artistas. Francisco Franco, un viejo amigo, se empeñó en cantar “Sigo siendo el rey” en versión de Vicente Fernández, pero  sólo lo hizo para tres o cuatro amigos. Alfonso, desde su nueva ágora de sombras, lo oyó.]

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